Regresa el PRI al gobierno de Zacatecas y para no dejar lugar a impugnaciones sobre la reciente elección lo hace con un alto nivel de votación que legitima su triunfo electoral. Regresa tras derrotar al partido en el poder que apostó por un candidato débil y por una fallida elección de Estado. Formalmente Miguel Alonso ganó. Sin embargo los medios y técnicas para lograr su objetivo dan cuenta de que el tricolor del siglo XXI se mantiene firme en su viejas prácticas de compra de votos e intervencionismo lo que permite cuestionar desde ahora si con esta alternancia habrá un cambio real en el estado o seguiremos sujetos a los caprichos de la clase gobernante, sea ésta del color que sea. Si hablamos de números, Alonso Reyes obtuvo el mayor porcentaje de votación en las últimas cuatro elecciones para gobernador; de acuerdo a los resultados del cómputo de casillas tuvo 284 281 mil 234 votos (con el 99.96 de las casillas) mientras que en 2004 Amalia García resultó ganadora con 231 mil 979 sufragios y Ricardo Monreal ganó con 213 mil 019 votos en 1998. Obtuvo más votos que el propio Arturo Romo Gutiérrez en 1992, cuando en plena hegemonía priísta triunfó con 226 mil 881 pesos. En ese sentido, el PRI recupera la plaza con una triunfal y avasalladora ventaja pero lo cierto es que no lo hizo sólo con su voto duro ni con los simpatizantes conquistados por el candidato. También contó con la maquinaria corporativista más grande del estado, el magisterio; en menor grado con la votación aportada por el Partido Verde Ecologista, los experredistas ahora neopriìstas, los burócratas que “traicionaron” régimen amalista y por su puesto con el apoyo moral y en especie de los gobiernos estatales priístas de Nuevo León, Coahuila y Estado de México, entre otros inmiscuidos en la elección local. Pero en gran parte, su victoria se debe al hartazgo ciudadano hacia la gestión del PRD.
A lo largo de la campaña, pero sobre todo en la víspera de la jornada electoral se suscitaron enfrentamientos entre priístas y el gobierno estatal, más que con el PRD, ante acusaciones de compra de votos por parte funcionarios del gobierno coahuilense avecindados temporalmente en la entidad. Si bien, el Estado hizo valer su fuerza y actuó con arbitrariedad en una actuación irregular, el episodio también da cuenta de la operación maquinada por el partido que durante décadas perfeccionó la coacción y compra de votos y que al final demostró que sigue siendo el mismo de siempre y que ante todo fue superior a las infructuosas estrategias perredistas que resultaron minimizadas pese a los 12 años de gobierno y elección de Estado.
Y es que probablemente el apoyo de Nuevo León y Coahuila a la causa alonsista fue muy superior al apoyo gubernamental que Amalia García tuvo hacia su candidato, Antonio Mejía Haro, pues es muy marcada la diferencia entre los presupuestos de estos estados y el de Zacatecas. Bajo esa lógica fueron más los recursos que los gobiernos priístas del noroeste destinaron a la compra de votos que los que el gobierno perredista, aunque con ayuda del Jefe de gobierno del Distrito Federal, invirtió para favorecer a su abanderado.
Miguel Alonso no será cuestionado por su nivel de votación, pero tampoco puede adjudicar su victoria a sus simpatizantes y seguidores ya que contó con el apoyo de diferentes fuerzas políticas y fácticas que deberá pagar al asumir su administración. Esos compromisos con seguridad se antepondrán a las necesidades del estado más olvidado y rezagado desde el periodo de hegemonía priísta pues no por un simple cambio de siglas, más que eso una regresión, se garantiza el desarrollo y progreso.
Por lo pronto advertimos que los intereses del próximo gobernador de Zacatecas estarán enfocados a servir en el plano nacional al proyecto que busca el regreso del PRI a la Presidencia de la República y en particular se suma al grupo de mandatarios que pretenden impulsar la figura de Enrique Peña Nieto para encabezar la candidatura presidencial en 2012, de tal suerte que el primer año y medio de su administración buscará posicionar al tricolor en Zacatecas a través del clientelismo y asistencialismo gubernamental. Es cierto que el padrón electoral zacatecano sólo aportaría poco más de un millón de sufragantes contra los 8.3 millones que se perdieron en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, pero la recuperación de la plaza fue parte de la estrategia tricolor que no creyó en la posibilidad de perder los estados mencionados ante la alianza PRD-PAN. En lo local, más que una figura consolidada dentro del priísmo, Miguel Alonso forma parte de un grupo político formado en torno al exmandatario Ricardo Monreal, el cual se ha caracterizado por su continuo cambio de camiseta según las necesidades. Ya salió en el 98 del tricolor en respaldo a Monreal, 12 años después abandona el sol azteca para retornar al tricolor. Por ello se advierte la posible división del gobierno alonsista entre los priístas de cepa que serán incorporados al gabinete y el círculo cercano al gobernador electo conformado entre otros por Pedro de León, Tomás Torres, José María González Nava, etcétera, todos con un estigma monrealista que al igual que su gobernador, habrá que ver si son capaces de romper.
Finalmente está el interés individual de Miguel Alonso. Ya lo dijo él mismo en sus recientes declaraciones: esperó durante 20 años para que este momento llegara y en el camino de su fijación por la gubernatura cambió de camiseta, hizo compromisos que no cumplió y se vendió al mejor postor. La duda entonces es si gobernará para los zacatecanos o sólo en función de sus necesidades, tal y como lo han hecho todos los gobiernos de nuestra entidad.