Hace 204 años, hombres y mujeres se manifestaban a favor de la libertad y de la igualdad en un territorio que había alcanzado un gran crecimiento económico pero que solo beneficiaba a los españoles y a un grupo selecto de autoridades, comerciantes y terratenientes.
El pueblo era ignorado y por tanto, el descontento popular se acentuó, por lo que la insurrección sería la consecuencia. Ya no eran tolerables el sometimiento, el despotismo y la injusticia.
Miguel Hidalgo encabezaría a quienes estuvieron dispuestos inclusive a sacrificar sus vidas a cambio de la independencia y la libertad, pero al propio tiempo, a quienes hartos de la arrogancia y soberbia de unos cuantos deseaban utilizar sus fuerzas y su valentía, contra la ignorancia, el autoritarismo y la desigualdad social que prevalecía.
Las condiciones de las mayorías eran lamentables, las oportunidades de trabajo escasas, los salarios inequitativos, prevalecían los trabajos forzados, los tributos eran altos y las condiciones de igualdad social inexistentes.
Por ello Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Mariano Abasolo, Juan Aldama, Josefa Ortiz de Domínguez, José Miguel Domínguez, Mariano Matamoros, Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria, José María Morelos y Pavón, Vicente Guerrero y otros, habrían de alzarse en armas para luchar por la independencia de México, pero también para acabar con los excesos del poder.
La gran batalla popular que se verificó hace doscientos cuatro años era por la libertad, pero también por la igualdad y la justicia. Por ello, en los Sentimientos de la Nación habría de quedar inscrita la siguiente proclama:
“Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre que mejores sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto”.
Hoy, los mismos anhelos de igualdad y justicia prevalecen. Son la principal demanda de las y los mexicanos, por ello, en un ejercicio autocrítico no dudaría en afirmar que si los insurgentes pudieran hacer uso de la tribuna en nuestra época, habrían de reprocharnos las condiciones de marginación, ignorancia, y pobreza en que se encuentran la gran mayoría de los mexicanos.
Las páginas de la historia se vuelven hoy, en contra de quienes pretenden escribirla haciéndonos nuevamente dependientes del exterior, porque si bien somos una nación de leyes, prevalece la injusticia, la impunidad y no hemos sido capaces de abolir la corrupción. Nuestros gobernantes están más interesados en los negocios que en abatir la desigualdad social, los abusos en contra de los más necesitados prevalecen y tal parece que no hemos aprendido las lecciones de la historia.
Conmemoramos 204 años de Independencia, mientras se restablecen los privilegios para unos cuántos, vilipendiando los derechos de la nación consagrados en la Constitución.
Hoy, evocamos a quienes gracias a su vida fueron capaces de transformar las circunstancias del momento en que coincidieron para construir un México independiente y soberano.
Es el momento de que la actual generación de mexicanos emulemos con tenacidad, convicción e integridad a aquélla pléyade de hombres y mujeres singulares que defendieron hasta su culminación la causa de la insurgencia, en estas horas en que es indispensable defender la independencia nacional.
Debemos recordar, como lo estableció el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el 22 de octubre de 1814 que “La felicidad del pueblo y de cada uno de los ciudadanos, consiste en el goce de la igualdad, seguridad, propiedad y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la institución de los gobiernos, y el único fin de las asociaciones políticas”.