Sí, sí fui a verla. Pero lo puedo explicar.
No, no me llevaron a la fuerza; y sí, fui por mi propio pie; ni narcotizado, ni inconsciente; no, tampoco estaba borracho… mal pensados. La verdad es que yo no quería, pero mi media naranja amenazó con ir sola y, como era 13 de febrero, decidí acompañarla. No era cosa de que, en los prolegómenos de tan infausta celebración, me tachara de “insensible” y ahí me tienen de “Acompañante Consorte”. Eso es todo.
Respecto de la película, la cinta no es mala;… es malísima. Lector ávido como soy y queriendo hacerle a Adriana el obsequio de un libro que buen número de amigas le había recomendado, meses atrás se lo regalé.1 No sé si se trata de una “mentira blanca” o no pero ella jura que sí lo leyó de cabo a rabo. Yo lo dudo, pero ella dice que sí y, para demostrármelo, después de que se terminó la película, nos estuvimos como cinco minutos mirando la pantalla en negro quesque porque “la novela no termina así” -dijo y me miró con chicos ojotes, fulminándome con su, otrora, dulce mirar- (a mí se me hace muy difícil imaginar cualquier figura literaria capaz de emular una pantalla en negro sin voz en off, pero, sabiamente, callé). Yo, por mi parte, debo decir que no pasé de la página 40. No pude. Es uno de los peores libros que he hojeado.
Me ahorro los pormenores por si Usted quiere ir a sufrir dos horas con cuatro minutos viéndola; yo solo digo que la película no es mejor que el libro y vaya que podría. Recuerdo aquí un caso típico que, por pura casualidad, también tiene tintes eróticos; me refiero a El Último Tango en París2 -el libro lo leí fácilmente, ¡Ay!, hace más de un cuarto de siglo y la película la vi hace décadas también (por cierto, como dato curioso, el libro se escribió después de su filmación)-. La obra narra la historia de Paul (45 años, viudo) y Jeanne (20, a punto de casarse), quienes se encuentran casualmente una fría mañana de invierno en la Ciudad Luz, mientras buscan un departamento que ambos desean alquilar; luego de cruzar apenas unas cuantas palabras, hacen el amor, frenéticos, en el piso vacío; y tras rentarlo él, empiezan una relación que se caracteriza por la violencia (verbal y física) que él le inflige a ella con el afán de dominar, incluso, su mente.
Traer a cuento ese título me parece oportuno porque se trata, precisamente, de un libro (película), que se convierte en un fenómeno internacional, de elevado contenido sexual, con una fuerte dosis de sadismo y que involucra a una joven mujer como ¿víctima? Ahí terminan las semejanzas.
La diferencia no solo la hacen Marlon Brando y María Schneider, por cierto, sino la lógica interna de la historia o, lo que es lo mismo, la consistencia de la trama y el tratamiento intrínseco de los caracteres de los personajes. Antes de proseguir, una aclaración imprescindible: NO estoy haciendo el panegírico del sadismo ni una apología de la violencia contra la mujer; escribo sobre las cualidades de ambas obras (filmes y libros), desde mi óptica particular. En términos generales, me parece estúpido sostener que un libro o una película, por sí solos, puedan generar una transformación cultural que subvierta los valores morales de una sociedad. Es más, quizá el éxito de ventas y de taquilla del bodrio que nos ocupa (50 Sombras de Grey) es producto (no causa) de esta amarga realidad: La nuestra, es una sociedad global mediocre, insuflada por el mal gusto, que puede hacer, de una historia idiota mal escrita, un best seller o un blockbuster (dirían los gringos). Lo que significa, ya en cristiano, que lo que pudiera ocurrir después de ver -o leer- 50 Sombras de Grey será consecuencia de quiénes somos en realidad y no de una película boba. Una persona con un mínimo de educación y dos dedos de frente (ya no se diga con ciertos valores o principios) no puede verse influida en lo absoluto por un filme tan malo.
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Continuará….
Luis Villegas Montes.
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1 JAMES, E. L. James. Cincuenta sombras de Grey. Grijalbo. México. 2012.
2 ALLEY, Robert. Último Tango en París. Grijalbo. México. 1973.