En el siglo XVI, en 1537, la iglesia católica dio el debate para determinar si los indígenas de América eran seres humanos con alma o salvajes susceptibles de ser domesticados como animales, discusión resuelta por la bula Sublimis Dues de Paulo III. Esta bula fue una contundente respuesta del papado a opiniones que ponían en entredicho la humanidad de los naturales. En Valladolid, de 1550 a 1551, nuevamente se discutió el derecho y la conveniencia del dominio de los españoles sobre los indígenas, a quienes además concebía como naturalmente inferiores.
Hoy, 5 siglos después, nuevamente se esgrimen argumentos para decidir los requisitos que definen a la Persona, es decir, la discusión construida por el alto clero católico para cuestionar el matrimonio igualitario está fundamentado en la negación de una definición universal de Persona.
El Artículo 1 Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el cual consagra el mandato de no discriminación. Dicho párrafo señala: «Artículo 1o. En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución… Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.»
Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Los derechos humanos son aquellas “condiciones instrumentales que le permiten a la persona su realización”.
En consecuencia, son aquellas libertades, facultades, instituciones o reivindicaciones relativas a bienes primarios o básicos que incluyen a toda persona, por el simple hecho de su condición humana, para la garantía de una vida digna, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”.
El matrimonio así visto, permite que 2 Personas se unan para buscar la felicidad y la realización personal y social, unión que el Estado está obligado siempre y cuando no viole el Contrato Social. La ley no habla de la diferencia entre Personas y personas. No existen personas con derechos y derechos sin personas.
Ese es uno de los más grandes avances democráticos, todos somos iguales ante la ley.
No podemos imaginar un Estado Mexicano democrático, donde por cuestiones de género, un grupo quede supeditado a la voluntad, valores y creencias de otros. No podemos entender que hoy, después de 117 años de Independencia, de las Leyes de Reforma, de la Revolución Mexicana, de miles de muertes provocadas por las luchas para instaurar un régimen laico y democrático, donde todas las ideas e ideologías quepan, hoy, un grupo exige la segregación de otro.
Estos grupos neo-segregacionistas, exigen leyes que den derechos a unos, mientras que a otros se les dan derechos parciales. La ley es completa para todas las Personas, con derechos y obligaciones. Las únicas formas para detener un derecho es la violación de la misma ley, es decir el delito, mientras no puede haber distingo. Las luchas democráticas que se libran en el país hasta hoy, se dan por la lucha por extinguir los privilegios, y grupos exigen el privilegio de amar libremente sobre otros que deben de meter su amor a las paredes de sus casas y negarse a ellos mismos como personas.
Aceptar la propuesta de los grupos de ultra derecha es volver a dar la discusión de Valladolid de 1537 y aceptar que unos son personas y otros no, entonces tendremos que aceptar discutir la superioridad de todos los grupos que quieran negar a otros para legitimar violaciones a los derechos de los otros a existir.
Tenemos que construir una sociedad igualitaria, respetuosa y solidaria, donde las diferencias sean un punto de unión social. Basta de vivir un México donde cada uno de nosotros es susceptible, en algún momento de ser discriminado.
Cualquier sociedad democrática se funda en el respeto irrestricto y la inclusión del otro.