Email: mnarvaez2008@hotmail.com
Twitter: @manuelnarvaez65
El día que la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE) libró orden de aprehensión en contra del subsecretario de gobernación, Don Arturo Escobar y Vega, fue tal mi impresión que por algunos minutos quedé atónito, pues mi cerebro no alcanzaba a procesar semejante noticia.
Tras un buen rato, y solo después de ingerir varios tecitos de Tila y unas pastas para controlar la presión arterial, pude, por fin, recobrar el aliento. Una y varias veces más revisé la noticia, que todavía no terminaba de sorprenderme; entonces mi yo interno comenzó a cuestionarse: ¿qué, cómo es posible? que un HOMBRE, que digo hombre, un Prócer de la democracia en los tiempos modernos, que tanto le ha dado a México, sea requerido por la justicia ¡¡por un delito tan inusual en este país que ha sido punta de lanza del respeto a los derechos políticos¡¡. No puede ser, debe haber un grave error, explotaba mi henchido pecho lleno de coraje.
Entrada la noche consideré que ya era suficiente tensión, por lo que me dirigí a acostarme con la esperanza de poder conciliar el sueño, pero confieso, era tan grande la pena y el coraje por tan descomunal ofensa contra una persona que el único pecado que ha cometido es servir a su país desde las tribunas más elevadas de esta malagradecida nación.
Serían las 4 0 5 de la mañana del día siguiente cuando, por fin, cerré los ojos y pude descansar, no sin antes repasar una de las trayectorias más limpias, nítidas, blancas, puras, casi inmaculada que yo recuerde. Entre tantas vueltas que daba en la cama, tecleé en mi subconsciente el nombre de Don Arturo, al mismo tiempo que caían como cascadas tantas y tantas reminiscencias de las batallas que ha emprendido junto a otro figurón de la democracia mexicana como lo es Don Jorge Emilio González Martínez; ellos, al frente de un puñado de ínclitos patriotas que en sólo 15 años han conseguido lo que no han podido los hijos, nietos y bisnietos de la revolución en un siglo, mucho menos la atomizada y revoltosa oposición; colocar a México en lo más alto del cuadro de honor del fair play electoral.
Entre esas horas antes de dormirme, mi mente procesó decenas, quizás cientos de hechos irrefutables que respaldan esa carrera meteórica, pero también plena de resultados y satisfacciones para un país verde. Don Arturo, como lo conocemos quienes sabemos de su entrega desinteresada a la conservación de bosques, vida silvestre, santuarios naturales y playas, y sobre todo, a la dignificación de la política.
Por más y más que traté de entender la motivación del agravio contra Escobar y Vega, simplemente mi leal entender no daba cancha a una explicación sobria. Es una canallada o producto de las envidias de alguien que no soporta el éxito bien habido, me respondí, o ¿será acaso la reacción de una de esas agrupaciones piratas que pululan por todo México que buscan desbarrancar el compromiso presidencial de hacer valer a toda costa el respeto a los derechos humanos?, volví a cuestionarme.
Habrían transcurrido unas pocas horas desde que concilié el sueño y, ya repuesto, con los pensamientos asentados, analicé con mayor detenimiento y desapasionadamente los hechos. A ver a ver, me dije, Don Arturo cuenta con un blindaje de ética a toda prueba, que sería imposible siquiera poner en entredicho ninguno de los respetables cargos que ha desempeñado al día de hoy.
Las dos veces que ha sido diputado federal, asambleísta en el Distrito Federal y senador de la república, todos ellos confiados sin la necesidad de tener que lidiar con un electorado inmaduro; además de haber sido líder, si, el líder del Partido Verde Ecologista de México; su conducta siempre ha sido intachable y con la rectitud que caracteriza a sus correligionarios.
Ante la sobrada evidencia de incorruptibilidad, solamente queda lugar para que un lobo solitario, motivado por la envidia o la venganza, pudiese ser el autor intelectual y material de acribillar un emblema de la democracia personificada en la estatura moral del interfecto, y conspicuo caballero, afirmé.
Y en efecto, el color regresó a mi semblante. No cabía yo de gozo al enterarme de que el presunto responsable de la monumental y osada ofensa, no es más que un insignificante burócrata, que animado por la resaca hostil de sus desventuras dogmáticas de antaño, encontró en Don Arturo la oportunidad de poner en tela de duda el esfuerzo gubernamental por los derechos civiles y, de paso, lastimar tan inocua trayectoria parlamentaria y partidista.
Afortunadamente la conspiración se descubrió a tiempo para que un juez, como esos miles que honran la carta magna; ni tardo ni perezoso anuló, con la espada en una mano, la balanza en la otra y los ojos vendados, ese escrito maldito que amenazaba con cercenar los anhelos del HOMBRE que solo carga a sus espaldas, el propósito de servir a México.
P.D. La disculpa pública que deben ofrecer tanto del titular de la FEPADE así como todas esas organizaciones y zalameros que han tildado de indeseable a Don Arturo Escobar y Vega, amerita una cobertura mediática sin precedentes; tan grande como la ofensa. No existe en estos momentos hecho más relevante o de paridad en importancia en el país, que el de resarcir la ética política del exsubsecretario de gobernación.