Agua en los ojos

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Buenos

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Por: Luis Villegas Montes

 
– “Papá”. –“Dime”. “Nada más reprobé dos”. Ése es Adolfo. Mi hijo menor. “Felicidades”, le dije de todo corazón; y es que, comparado con las cinco de la vez pasada, por supuesto que ya es ganancia. “¿Y cuáles?”; quise saber. “Sistemas” (y no sé qué otra). “¿Cómo que sistemas Adolfo?, si te la pasas todo el día con la tablet”. “Sí; es que nos pidieron que hiciéramos una página electrónica”. “¿Y luego?”; “no, pues no sé cómo”. “¿Y por qué no le dijiste a alguien?”. “No, si sí le dije; y hasta le pagué”. “¿Cómo que le pagaste? ¿Cuánto?”. “Cincuenta pesos”. “No, pues por cincuenta pesos…”. “Pues ése fue el problema. Que el que me la hizo a mí se la hizo a otros ocho y el maestro se dio cuenta” (el maestro tendría que haber estado muerto para no darse cuenta). “¿Y por qué no le dijeron que trabajaron en equipo?”; “no, si sí le dijimos”. “¿Y luego?”; “no, pues no nos creyó”. Así reprobó mi hijo “Sistemas”.

Pregúntenme si me enojé. Adolfo hace dos horas diarias de pesas; desdeñó irse conmigo a unas vacaciones envidiables para irse esta Semana Santa a la sierra de “misiones” (va a representar a uno de los dos ladrones que colgaron al lado de Jesús -yo espero que sea Dimas-); no fuma, ni toma, ni consume estupefacientes; hace más de un año que maneja sin incidentes graves; estudia inglés en la UACH; lee como desesperado, lleva decenas de libros en su haber; escribe cuentos y poesía; y tiene muy claro qué y quién quiere ser en la vida y, créanmelo gente, lo que él quiere ser y hacer en esa vida (SU vida, por cierto) no tiene nada que ver con matemáticas, ni biología, ni química, ni -por supuesto- con “Sistemas”; así que ya veremos cómo le hace para terminar la prepa pero concluido el ciclo escolar se irá de aquí a empezar lo que espero sinceramente sea una segunda etapa de formación, fuera del acolchado núcleo familiar, más relacionada con la profesión que, al día de hoy, tiene qué ver con hacer cine. A renglón seguido, tranquilamente puso un tango de Gardel -“Por una cabeza”- y me retó: “¿Qué apuestas a que me sé toda la letra?”; estúpidamente acepté una apuesta desmesurada y, a Dios gracias, a la segunda estrofa metió la pata de manera garrafal. Perdió miserablemente pero, ahí nomás, se me mojaron los ojitos por primera vez. No sé; sentí tanta emoción, tanto júbilo, tanto orgullo, de escucharlo cantar con su voz de adolescente un tango viejísimo, entrañable por lo demás, que empieza a formar parte de su vida llena de ideas, de libros, de conceptos, de música y de canciones que no necesariamente “siguen la moda” (esa estridencia alocada de nuestros días tan cara a la juventud de hoy).

La segunda vez que se me mojaron los ojos en la misma semana fue cuando vi a Luisa, mi nieta, la mayor. Ya de regreso para dejarla con su mamá, empezamos a platicar de cómo le va en primer año. “¿Y ya conoces las letras?”; “ya, abuelo”. “¿Y ya sabes leer?”; y esa pregunta la respondió con una modestia difícil de explicar: “Un poco”. –me dijo-. “A ver”. Y empecé a teclear palabras en mi celular. “¿Qué dice aquí?”, “mamá”; “¿Y aquí?”, “beber”; “¿Y aquí?”, “gato”; “¿Y aquí?”, “cama”; “¿Y aquí?”, “sopa”. A ver, me dije a mí mismo, vamos a usar letras “raritas”: “¿Y aquí?”, “niña”; “¿Y aquí?”, “zona”; “¿Y aquí?”, “vida”; “¿Y aquí?”, “hilo”; y ni una sola vez, ni una, titubeó o se equivocó. Lenta, pero con voz firme, lo leyó todo.

Decirles que se me abrió un pequeño abismo en el pecho se oye como una estupidez pero así sentí. Estoy en Juárez mientras escribo estas líneas, aplicando un examen a mis compañeros del INFORAJ, y ya quiero que sea domingo y estar allá y cumplirle la promesa que le hice de comprarle muchos libros. “pero que estén chiquitos y que tengan letra grande, abuelo”, me pidió ella; y sí; ¡claro que sí!, van a ser libros delgaditos, con muchos monos y letras muy grandes para que, ojalá, ojalá, empiece a agarrarle gustito a la lectura y a descubrir el mundo más allá de los estrechos límites de la mirada y sepa y entienda que los ojos sirven para algo más que ver; sirven también para mojarse a ratitos al constatar que los seres queridos, los más jóvenes, empiezan a afianzarse a partir no solo de experiencias sensoriales sino también a golpes de imaginación, de voluntad y de inteligencia. Y por eso el título de estos párrafos, escritos ya con los ojos bien secos, pero el corazón henchido.

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Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com

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