La Corte de los ilusos (Planeta 1995) de Rosa Beltrán cumple este 2015, 20 años de haber obtenido el Premio Planeta de novela. La editorial Alfaguara lo celebra con una reedición este año y será presentada con bombo y platillo en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.
¿Por qué este novela merece la celebración de un cumpleaños? ¿En qué reside su importancia? Yo contestaría que reside en la manera en cómo Rosa Beltrán (escritora mexicana de un currículum impresionante) rescató para la memoria mexicana la figura de Agustín de Iturbide y su efímero imperio mexicano. Rescatado, digo, porque Iturbide es uno de esos personajes históricos víctima del encono por parte de la historia oficial y por ende de la memoria colectiva. Tanto que una referencia a su nombre fue suprimida de una estrofa del Himno Nacional en 1943 y no se le reconoce en las celebraciones de la Independencia aún y cuando fue él quien la consumó en septiembre de 1821.
Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu es el personaje central de La Corte de los ilusos, la cual narra y reinventa la vida de este caudillo de la Independencia, desde su ascenso a la corona en 1822 hasta su caída a manos de un pelotón de fusilamiento en Tamaulipas en julio de 1824. La reconstrucción del Imperio lo hace la escritora desde la mirada de varios personajes: la costurera parisina Madame Henriette, quien lo viste para la coronación, la princesa Nicolasa, hermana del emperador, ninfómana y cleptómana; María Ignacia Rodríguez Velasco y Osorio mejor conocida como “la Güera Rodríguez” y el obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez quien es el confesionario de Ana María, la esposa del Emperador.
La Corte de los ilusos es una novela histórica que tiene un valor incalculable por el rescate de las costumbres morales, la recuperación de refranes y dichos populares de la época. Beltrán engarza lo histórico que debió haber consultado en archivos y bibliotecas, con una manera irónica y cómica para contar este episodio de la historia nacional.
La autora centra también su atención en la figura de la mujer decimonónica y en la sumisión de ésta hacia los hombres, pero igualmente en el valor de la misma ante el cuidado de ellos. Caso obvio el de la “Güera Rodríguez”. Retrata con inteligencia cómo las mujeres no tenían derecho a opinar en cuestiones de política y su vida estaba destinada a recluirse en ámbitos religiosos. “Las mujeres han de estar entre mujeres, a fin de conservar su reputación en tiempos difíciles y ocasionar a sus maridos el menor número de problemas” dice el Emperador en un pasaje de la obra.
Sin embargo Beltrán hace de Nicolasa, la hermana del emperador, un personaje entrañable; ninfómana, cleptómana, princesa de la nación mexicana, que ante los adornos de utilería durante la coronación se da cuenta de que el imperio que encabezará su hermano es un “imperio de pacotilla”. Nicolasa también está enamorada del brigadier Antonio López de Santa Anna y en su demencia final ve en su hermano a ese hombre elegante que años después vendería gran parte del territorio de México. Es un personaje clave, que reiteradas veces pone en aprietos al Imperio.
Ana María, la Emperatriz, también es un personaje por el que se puede tener cierto afecto en la segunda mitad de la novela. En la primera parte su actuar está limitado a sentir celos de su marido quien se va con la “Güera Rodríguez” y a odiar a su cuñada a quien considera un estorbo para el Imperio. Tantos disgustos le causa a Iturbide que decide recluirla unos días en un convento. Es ahí cuando con gran atino escribe Beltrán “Gobernar un Imperio era tarea difícil, pero razonar con una mujer era tarea imposible”. Pero al final Ana María, ante la desdicha del efímero imperio y su Emperador, sufre y las lágrimas cierran el telón de esta tragicomedia en que el lector abraza la angustia que la carcomió y es inevitable pensar en Carlota, otra Emperatriz de México que tuvo un final lamentable también.
La primera parte de la novela, he de confesar, me pareció en algunos momentos confusa y en otros tediosa. Sin embargo los capítulos finales que versan sobre la abdicación de Iturbide en marzo de 1823 hasta su fusilamiento un año después, son maravillosos. Rosa Beltrán con su prosa nos hace sentir la angustia y la tristeza del personaje que consumó la Independencia de México. Pues por regresar del exilio en Europa para avisar de un intento de re conquista y ponerse a disposición de las autoridades mexicanas para servir al país, desconoce en su travesía que ha sido nombrado como traidor a la patria y si pone un pie en la misma sería fusilado. Y así murió.
La historia de Agustín de Iturbide es sumamente interesante, fue hijo de una época en que los saltos de ideología eran comunes. En la novela se lamenta porque esos que lo han echado del país no recuerdan su actuar a favor del país, no recuerdan el Plan de Iguala, ni mucho menos los Tratados de Córdoba, gracias a lo cual, México obtuvo su Independencia. Y ese lamento de Iturbide en la novela, de la pluma de Beltrán, es quizá la manifestación más clara para clamar justicia por este personaje, que debido al rencor histórico por haber aceptado la corona, permanece en las arcas del olvido del imaginario colectivo.
La Corte de los ilusos cumple 20 años este 2015 y hay que leerla, pues el Emperador Agustín I, su Alteza, el Dragón de Hierro, nos lo demanda.