Desde principios del siglo XVII, el término “América Mexicana” apareció en mapas históricos como un reconocimiento a la importancia cultural, territorial y económica de lo que hoy conocemos como México. Un mapamundi elaborado en 1607 por un cartógrafo flamenco para la Compañía de Indias de Ámsterdam muestra este nombre por primera vez, destacando la riqueza y centralidad de la región en el continente americano.
El mapa refleja cómo México, con su diversidad cultural y riqueza mineral, se convirtió en un referente clave para las potencias europeas de la época. Además, se resalta la relevancia del Golfo de México como un punto estratégico para la navegación internacional desde el siglo XVI. Esta denominación histórica trascendió, siendo retomada siglos después por José María Morelos y Pavón en la Constitución de Apatzingán de 1814, donde se reafirmaba la soberanía y libertad de la “América Mexicana.”
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, destacó este legado histórico tras las recientes declaraciones del expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien sugirió cambiar el nombre del Golfo de México. Sheinbaum subrayó que el Golfo de México, reconocido internacionalmente desde hace siglos, forma parte del patrimonio histórico y cultural del país, y que el término “América Mexicana” es un recordatorio del papel protagónico que México ha tenido en el continente.
A pesar de los cambios en el mapa político, esta rica historia nos recuerda los territorios perdidos tras los conflictos del siglo XIX, como Texas, la Florida y Luisiana. Hoy, en una propuesta simbólica, se invita a reflexionar sobre la fuerza de este nombre: “América Mexicana.” Más allá de ser un concepto histórico, encierra el orgullo de un país que ha sido clave en el desarrollo del continente, frente a intentos de minimizar su relevancia en la narrativa global.