ANOTHER ROUND

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Por: Sergio Bustamante.

De acuerdo al filósofo y psiquiatra noruego Finn Skårderud, el cuerpo humano nace con un déficit de alcohol del 0.05 por ciento. Dicho de otra forma, así como se supone debemos tomar mínimo dos litros diarios de agua, lo óptimo sería ingerir también alguna bebida alcohólica.

Aunque el postulado en realidad es el malentendido a un prefacio que Skårderud escribió para un libro sobre psicología del vino, resulta más romántico apegarse a la ancestral (¿cuántos abuelos y generaciones pasadas no pregonaron el éxito de un trago diario así fuera inofensivo rompope o tequila?) y popular creencia de que, efectivamente, una copita diaria es la clave para una mejor vida.

De la mano de Tobias Lindholm, su coguionista habitual, el cineasta danés Thomas Vinterberg retoma este ideario para convertir a cuatro profesores en borrachos funcionales dispuestos no solo a comprobar la teoría en pos de la ciencia, sino en llevarla un paso (o varios) más lejos.

“¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Qué es el amor? El contenido del sueño” La cita pertenece a Søren Kierkegaard, y el filme abre precisamente con un grupo de adolescentes organizando una carrera de relevos alrededor de un lago y durante la cual deben beber un montón de cerveza para llevarse un premio que consiste, faltaba menos, en otro gran cartón de cerveza.

En esos minutos iniciales Vinterberg construye una envidiable atmósfera de fiesta; música, baile, chicos y chicas siendo felices en la borrachera, bebiendo sin más objetivo que festejar, cantando por la calle, regalando bebidas en el metro, etc. La materialización privilegiada del invaluable sueño al que se refiere Kierkegaard.

El corte a esa introducción es un despertar seco: la otra cara de la moneda. Martin (Mads Mikkelsen espectacular como siempre bajo las órdenes de Vinterberg), un profesor de historia iniciando una jornada laboral marcada por la monotonía: el silencio en casa, hijos presentes pero distantes, la rutina del trayecto al colegio, el salón de maestros con las caras y pláticas de siempre, los alumnos de siempre con exigencias que Martin no parece ya muy motivado a enseñar.

Las señales apuntan a un drama de añoranza. Another Round, sin embargo, apenas comienza y se ha de revelar como una tragicomedia de crisis existenciales y borracheras de antología.

Tras una elegante cena de cumpleaños que termina con Martin, Peter (Lars Ranthe), Tommy (Thomas Bo Larsen, un constante de Vinterberg), y Nikolaj (Magnus Millang), sus amigos profesores, dando tumbos de felicidad alcoholizada por la calle cuando apenas unas horas antes todo era solemnidad, los cuatro deciden que no estaría mal poner en práctica la teoría de Skårderud y comprobar si así como le dieron vuelta a una noche deprimente, podrían también hacerlo en su quehacer diario.

El plan es simple: el alcohol suficiente para desinhibir la mente y entablarse en ese estado a lo largo del día dando pequeños sorbos, a excepción de la noche. Las consecuencias, se vaticina, serán mayores.

Aunque el tema nos remite a obras como Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995), el propósito de Vinterberg no tiene nada que ver con el nihilismo suicida de Ben Sanderson (Cage), sino con una búsqueda que los humanos vienen haciendo hace cientos de años; la felicidad, objetivos de vida, etc. Y para ello usa el alcohol como el eje temático/místico que ayudará a sus personajes a responderse preguntas que en un estado de sobriedad es imposible hacerlo sin caer en la depresión.

¿Por qué depresión? Porque estos hombres ya no son jóvenes cuestionando su lugar en el mundo, sino hombres en el declive, que ya vivieron, hicieron y, se supone, construyeron algún legado, llámese familia, obra, etc. ¿Pero qué si no? ¿Quién dicta que a determinada edad uno debe dejar de cuestionarse estas cosas? ¿De dónde proviene esa melancolía que no pueden explicarse?

Aunque estos cuatro profesores tienen vidas y perspectivas diferentes, se reconocen en un tedio que contrasta fuertemente con su cómodo entorno. Y dicho tedio se transforma en avidez cuando comienzan a beber de día y todos los días. Los efectos del alcohol que antes eran euforia ahora han dado paso a sensaciones liberadoras.

Jonas Akerlund hace apenas dos años se aproximó a un tema similar con su adaptación de Lords of Chaos (2019), poniendo el acento sobre la adolescencia en una coyuntura de privilegios y el ascenso comercial del black metal noruego.

Vinterberg parte del mismo punto pues Dinamarca, al igual que el resto de países nórdicos y/o desarrollados, puede maquillar una profunda depresión generalizada detrás del enorme bienestar social que ofrecen. Sin embargo, su relato es universal porque hace énfasis en cuestiones como la soledad, las relaciones, la autocomplacencia y, por supuesto, el alcoholismo, sea recreativo, social o en franca pulsión destructiva, que es lo que poco a poco le sucede a estos antihéroes.

Si los jóvenes de Lords of Chaos ansiaban un sentido de pertenencia y mal interpretaron el metal como un dogma con tal de encontrar identidad, los adultos que nos presenta Vinterberg usan el vino y demás como un truco escapista. Y les funciona.

Infundados en una confianza en si mismos que contrasta con sus frías personalidades, estos maestros le dan un upgrade cuasi mágico a sus vidas; se desenvuelven con soltura, tienen energía, sus relaciones interpersonales progresan, son felices, etc.

La pregunta inmediata ante este nuevo estado de inspiración es si de verdad la ingesta diaria de alcohol puede lograr eso o es únicamente una distorsión de la realidad. La respuesta natural es seguir con el experimento y, por qué no, aumentar las dosis.

Vinterberg convierte así a Druk en una comedia disparatada de hombres borrachos que van por la vida creyendo que todo les sale bien. Adiós al ridículo y las responsabilidades, hola al hedonismo y la celebración de todo y nada. Como buen exceso etílico, sabemos hacia dónde va esto y las consecuencias han de llegar.

La previsible resaca que propone el director, sin embargo, desafía las convenciones del melodrama de adicciones. Lo que en otro lado (léase el cine estadounidense) sería un sermón aleccionador, aquí da lugar a una celebración de la mortalidad y los errores.

Por supuesto que hay una reprimenda moral, pero esa llega no desde el guión, sino desde el desarrollo de los personajes. Another Round habla de estos descubrimientos tardíos o, acaso, de refrescar perspectivas.

Las divertidas y cada vez más salvajes borracheras que filma Vinterberg parecen decirnos que tener cincuenta o sesenta años jamás será impedimento para encontrarle nuevas nociones a la vida. Este continuo aprendizaje es cierto, pero no es en ese estado de embriaguez donde coloca su disertación.

El círculo que recorren rápidamente los alumnos alrededor del lago al inicio de la cinta se va volviendo un ciclo más insípido y extenso con el paso del tiempo, pero he aquí que aún puede ofrecer sorpresas siempre y cuando se aprenda a convivir con las derrotas personales. Comprender que se acabó el sueño pero no el amor por uno mismo.

Another Round es este tipo de celebración subversiva. Hay batallas que nadie nunca ganará. La liberación a través de reconocer y aceptar lo estúpidamente frágil que es la condición humana.

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