Por: Sergio Bustamante.
El tiempo transcurre; la gente se va. Orlando (Francisco Reyes) fallece cuando su vida parecía plena. Un hombre maduro, dueño de un negocio textil y en relación con una joven mujer llamada Marina (Daniela Vega). Sabremos a continuación y a lo largo del filme que el costo de lograr esa relación fue lidiar con prejuicios, señalamientos y rechazos. Que antes de vivir ese breve romance tuvo otra vida y matrimonio que se consideraría convencional. Orlando tomó una decisión porque su entorno se lo permitió. Porque pudo ejercer un derecho que Marina, descubriremos, no tiene. Partió trágicamente, pero satisfecho.
Con él fuera de cuadro (físicamente más no como personaje), Sebastián Lelio, director, traslada su cámara y foco de atención hacia Marina. Viviremos su duelo y lo que conlleva tanto emocional como legalmente. Sin embargo, la historia busca tocar otros ángulos. ¿Quién es Marina? Será lo primero que plantea. Y ¿desde qué perspectiva la vemos? Será la segunda pregunta a reflexionar.
Una Mujer Fantástica se transforma así en un relato que nos cuenta la odisea de una mujer transgénero en un entorno desafiante. En el transcurso de los días siguientes Marina se enfrentará incontables veces y casi cada hora a prejuicios y actitudes de plano indignas que la ven como todo, menos como mujer. Como una persona.
Lelio, con una cámara tan exquisita como sobria (cortesía de Benjamín Echazarreta), retrata a Marina en etapas que van de las dudas naturales respecto a la muerte de Orlando, a las exigencias judiciales, las preguntas que no se preguntan y los siempre irrespetuosos o burlones señalamientos a su condición.
Someter a Marina a feroces humillaciones no es para nada un recurso dramático gratuito. El director, ya sea con close-ups o emplazamientos que la siguen, nos pregunta constante y punzantemente a través de los distintos y fugaces actores que han de aparecer en este luto: ¿Cómo vemos a Marina? ¿Somos el hijo machista que tilda de loco a su difunto padre por haberse emparejado con ella? ¿La viuda que esperaba una quimera en lugar de alguien de carne y hueso? ¿El hermano comprensivo pero tal vez condescendiente? ¿El cuñado de doble moral? ¿El doctor prejuicioso? ¿La investigadora que juzga? O, en una breve tregua, el profesor de canto que solo ve una mujer dolida o la jefa benevolente.
El filme viaja por estos matices dibujando una sociedad que contradice al tan dizque avanzado siglo XXI. Santiago de Chile como fondo es contrapuesto al arco del personaje. La modernidad de algún barrio financiero con la diatriba retrógrada o viceversa, lo bohemio da paso a la mirada neutral. Ningún luto es sencillo, pero el de Marina, casi sin tiempo para lágrimas, va de la búsqueda, dudas, riñas, deshonra y desesperación, a entender que debe darle (y rápido) vuelta a la hoja. Es una lección tan dolorosa como efectiva. Y si las formas de Lelio, con su estética colorida y toques de realismo mágico, eso sí, son sencillas y el simbolismo carece de presunción, es porque no desea diluir un mensaje que debe ser resonante. Y éste lo es.
¿Por qué cuesta trabajo la empatía ante la diversidad? Practicarla en bases diarias. ¿De dónde nos sale esa tendencia a la humillación? El repugnante desprecio a priori ¿De dónde el rechazo? El discurso de Lelio no ofrece respuestas pero sí ejercita esa crítica (y nos regala auto crítica) que ya había mostrado en otras cintas aunque ahora con una protagonista que la hace más versátil.
En la identificación legal de Marina hay un nombre en trámite. Fuera de la ficción, en la de Daniela Vega, la actriz, también. El tiempo transcurre; la gente se va. Sus palabras. ¿Qué espera su país para darle reconocimiento? ¿Qué espera la sociedad? Una Mujer Fantástica es una oda urgente a esas preguntas.