Tenía siete años mi abuelo me llevó a conocer un autocinema en el Distrito Federal. No recuerdo el nombre ni donde se ubicaba, pero sí lo increíble que fue la experiencia; aunque fue un tanto complicada para mí porque no alcanzaba a leer rápido los subtítulos, además de que me tocó a la orilla del asiento trasero por lo que solo alcanzaba a ver la mitad de la pantalla porque el cinturón de seguridad de mi abuelo de repente me estorbaba. Aun con esos detalles la pasé bien y me pareció fantástico poder disfrutar desde el automóvil alguna película. La pantalla la recuerdo enorme y el hecho de que te ofrecieran una variedad de golosinas entre los vehículos era para mí un sueño. Claro, hubiera preferido estar en el asiento del conductor o copiloto pero igual disfruté la vista desde atrás. En aquella ocasión vimos Querida, encogí a los niños (1989).
La historia de los autocinemas en nuestro país es de los años 50s aproximadamente. En el Distrito Federal existían cuatro, pero dos de los más famosos eran el de Satélite y Coyoacán (honestamente no recuerdo a cuál de los dos fui). Su auge fue en los 70s y 80s y el declive en los 90s. Los motivos de la decadencia fueron el alto costo de la renta o compra de un terreno lo suficientemente grande como para que se estacionarán 200 vehículos y también la llegada de los cines multiplex que ahora conocemos como las grandes cadenas comerciales.
Lo atractivo del autocinema es que acudías en tu vehículo, pagabas alrededor de 50 pesos y podían entrar cuanta persona cupiera en el. Si tu auto era convertible sería un plus porque bastaría con que bajaras el toldo para disfrutar la función bajo las estrellas. La dulcería estaba a unos cuantos metros con el menú de hamburgesas, malteadas, papas fritas, palomitas, refresco y todo tipo de golosinas, además, durante la función, el personal pasaba a tu auto para ofrecerte algún postre. La experiencia del autocinema era convivir con tu familia o amistades en la privacidad del auto. Te podías quitar los zapatos, llevabas almohadas, cobijas y nadie te gritaba porque hablabas o porque se te caía el refresco. Todo quedaba en familia. Era una hora y media inolvidable.
Querida encogí a los niños no se volvió mi película favorita pero si una generadora de hermosos recuerdos al lado de mi abuelo y mis hermanas. Siempre que regresaba al DF de vacaciones deseaba ir al autocinema y 25 años después tuve la oportunidad de regresar a uno de ellos, por supuesto ya sin la presencia de mi abuelo.
Desde hace dos años y medio que llegué a esta caótica y maravillosa ciudad me dediqué a buscar algún resto de autocinema; estaba segura que algo debería de haber similar al que conocí en 1989, y sí, encontré el autocinema coyote que en un principio era itinerante, por lo que era complicado ubicar dónde estarían en determinado fin de semana. Sin embargo de un par de meses a la fecha se establecieron entre Cuajimalpa y Miguel Hidalgo, sí, Santa Fé; aquella zona llena de tráfico y corporativos modernos, edificios construidos por ingenieros y arquitectos reconocidos en todo el mundo y con tecnología sustentable de primer nivel. Es muy paradójico que el autocinema coyote se estableciera en esa zona tecnologica, moderna y ejecutiva ¿quién desearía ir al autocinema y en Santa fe? Pues mis amistades y yo decidimos hacerlo.
Pora las características que ya escribí, debí suponer que el proceso de compra del boleto sería a través de alguna aplicación para Iphone o Android, pero imaginé que todo sería como en 1989; llegas, compras tu boleto y entras. Pasé por alto los 25 años que habían transcurrido y un domingo cerca de las 19hrs emprendimos el viaje a Santa fe. Llegamos e hicimos fila para poder entrar, fueron cerca de 30 minutos y cuando estábamos a punto de ingresar el personal del autocinema me pide el código de confirmación de pago en mi celular. Mi respuesta fue: “No se de qué me habla joven, hace 25 años que no vengo”. Tampoco mis amistades lo traían, son un par de años más jóvenes que yo y era su primera vez en el autocinema. No pudimos entrar.
Pocos días después compré el boleto en línea y me llegó el código, todo estaba listo para la función de media noche del viernes próximo, la película sería El Aro (versión estadounidense) aquella película que revivió el terror en el cine y fue parteaguas para que films asiáticos como The Grudge las retomará Hollywood con absoluto éxito.
El viernes llegó y regresamos a Santa fe con el código, cobijas y actitud para transportarnos a los años 80s y así fue. Fuimos los segundos en entrar, por lo que nos tocó hasta adelante; la pantalla era de 12 por 15 metros y te entregan una bocina portátil para que la ubiques adentro de tu vehículo (ya no hay bocinas enormes al lado de la pantalla) y en la parte de adelante unas especies de sillas por si deseas bajar del auto. Todo está ambientado en los años 50s, el menú es el mismo que el de 1989.
Decidimos bajarnos del auto y disfrutar la película desde las sillas. Los comerciales previos a la función estelar son de los 80s, nos tocó ver a Thalía anunciando la revista ERES y la caricatura de Cantinflas recomendando a la madre dar vida suero oral a su hijo (bastante sexista por cierto). En punto de las 24 hrs proyectan la película y comienza la magia. De repente nos encontramos cobijados, con la pantalla enfrente, las estrellas como techo y de espaldas la jungla de edificios modernos que dan vida a Santa fe. El resultado es una especie de Vintage, combinar lo antiguo con lo moderno.
Por supuesto que después de 40 minutos decidimos subirnos al auto, el frío era intenso. La bocina portátil garantiza un excelente sonido por lo que no batallamos para adentrarnos en el ambiente de la terrorífica película por lo que estábamos despiertos disfrutando la actuación de Naomi Watts. De repente la niña de El Aro, sí esa con la cabellera cubriéndole la cara estaba a un lado de mi auto, tocando el vidrio. Nuestros gritos se escucharon hasta el último carro. Ese autocinema no se parecía en nada al que conocí en 1989. Ahora el personal de apoyo se encargaba disfrazarse para asustar a la audiencia.
Después de que se nos pasó el susto vino el intermedio de 15 minutos, en el que se proyectó a una chica de nombre Susy quien comenzaba a comerse una hamburguesa, papas y malteada. No decía nada, solo comía. Mis amistades y yo la vimos terminarse todos los alimentos. Es decir, durante el intermedio, el autocinema coyote transmite lo que ahora se le conoce como food porn (moda asiática entre jóvenes) que consiste en grabarse comiendo cualquier tipo de alimento y subirlo a la red, Facebook o youtube. Sí, así de raro.
Finalmente terminó la película y salimos del autocinema coyote con una gran satisfacción. Habían cumplido nuestras expectativas y un poco más. De regreso a casa me acordé de mi abuelo y de la película que vi en aquella ocasión. Reflexioné acerca de que sigo disfrutando el cine como hace 25 años, la diferencia es que ahora estaba en el lugar del conductor, mi abuelo quizá en el lado de las estrellas y la terrorífica niña de El Aro tocando la ventanilla de mi vehículo.