Por: Sergio Bustamante
Aunque su trailer (prestigio aparte de su director) la vende como una cinta netamente de horror, las primeras sensaciones hacia el final de Black Phone son más bien las de haber visto un coming of age. Uno muy obscuro, acaso. Y no menos las de una fábula infantil que a final de cuentas va emparentada con el mencionado subgénero.
Si hemos de hablar de comparaciones cinematográficas, una de las inmediatas bien puede ser Stand by Me (Rob Reiner, 1986), adaptación de un cuento de Stephen King titulado The Body en la cual cuatro amigos emprenden un viaje hacia el bosque en búsqueda del cadáver de un joven desaparecido.
No es ninguna casualidad la referencia si tomamos en cuenta que Black Phone parte del cuento homónimo escrito por Joe Hill, quien es nada menos que el hijo de Stephen King.
Para su fortuna, las letras de Hill tienen personalidad propia aunque sí retoma algunos tropos distintivos de su padre. Y, más importante aún, la adaptación de Black Phone corre a cargo de Scott Derrickson (con co-guión de Robert Cargill), uno de los cineastas que lleva la voz de mando en el cine de horror de este siglo.
Derrickson, sin embargo, bien hace aquí en no cargar toda la cinta sobre los ambientes malsanos y lúgubres que caracterizan su filmografía (exceptuando su colaboración con Marvel) y en lugar de eso ponerla sobre los hombros de sus pequeños protagonistas, tal y como hiciera Reiner en la mencionada Stand by Me.
La historia se ubica en los setenta en un suburbio al norte de Denver cuya vida está ensombrecida por una serie de desapariciones adolescentes de las cuales la policía no tiene pista alguna, aunque presienten que están relacionadas entre si.
Aquí conocemos a Finney (Mason Thomas) y Gwen (Madeleine McGraw), dos hermanos que tratan de llevarla en paz a pesar de dichas circunstancias y de que tienen un padre alcohólico con rasgos violentos.
La historia arranca en forma cuando Finney es raptado por el autor de las demás desapariciones, un psicópata a quien conocemos como “The Grabber” (Ethan Hawke) y cuya identidad esconde detrás de una serie de máscaras. Al no ser éste un secuestro monetario sino más bien de intenciones perversas, la búsqueda por Finn se vuelve una carrera contra el tiempo y es ahí donde entran los dos factores que hacen de Black Phone una cinta del género.
Por un lado está su hermana, quien tiene el don de ver premoniciones, entre ellas pistas de la posible identidad de The Grabber. Y por otro lado está el sótano en el cual Finn está encerrado. Dicho lugar tiene un viejo teléfono en la pared que, a pesar de inservible, resulta ser un canal hacia otra dimensión de la cual Finn recibirá mensajes que lo ayuden a no caer en el juego de su secuestrador.
La fórmula ciertamente resulta básica, propia del mini cuento en que se basa, y es partir de esta sencillez que Derrickson, sin deseos de descubrir el hilo negro (pun intended), construye un drama fraternal de tono sobrenatural sostenido ciertamente por el suspenso que rodea las extrañas intenciones de The Grabber, pero sobre todo por la relación de Finn con su hermana y con otro giro imposible de revelar.
Si en Stand by Me el cadáver que buscaban los chicos funcionaba casi como un macguffin y la verdadera trama se centraba en la odisea de crecimiento de ellos una vez que se adentran varios días en el bosque, en Black Phone el secuestro de Finn y las intenciones de The Grabber resultan tampoco ser el foco de la trama.
Cierto es que los diálogos entre ellos así como el perturbador cambio de humor de Grabber revelan que éste tiene malas intenciones, y en ese sentido es fácil adivinar el cruel destino que le espera a Finn. Sin embargo, la historia más allá de centrarse en la supervivencia del chico, va sobre los lazos afectivos de la adolescencia y un interesante auto descubrimiento.
Dicho viaje de crecimiento, claro, está pavimentado de estupendos jump scares, una gran atmósfera tenebrosa y no menos apoyada en las actuaciones de los actores infantiles, quienes a pesar de su poca experiencia hasta pareciera que compiten por robarse la cinta. El caso de la chica McGraw es todavía más particular porque aparte de que sus escenas poseer un gran humor, la niña vaya que brilla en pantalla y despliega buen rango de emociones.
Se suma a ellos la imponente presencia de Hawke, quien ofrece una interpretación altamente perturbadora a pesar de que nunca lo vemos gesticular pues todo el tiempo a cuadro trae puestas las máscaras. A Derrickson le es suficiente con eso para echar a andar un relato harto efectivo y sencillo que de cierta forma va a contracorriente de la tendencia del género de horror tan en boga “elevado”.
No es perjudicial por supuesto dicha tendencia cuando hablamos de obras mayores como The Witch (Robert Eggers, 2015), pero siempre será sano un poco de clasicismo de horror setentero bien realizado en forma de fábula. Mejor aun si complace a la audiencia y es entretenida, como mandan los cánones del cine de verano.