Por: Sergio Bustamante.
“La prepa es como la guerra: encuentras a tus amigos en el campo de batalla y la sobrevives con ellos”. La cita pertenece a la actriz Olivia Wilde, quien en entrevista con Empire (Junio, 2019), discute el proceso creativo detrás de Booksmart (La noche de las Nerds), su debut en largometraje como directora.
Se entiende, de entrada, el set colegial de ensueño en el que comenzará a desarrollar su historia; un colegio colorido, bien posicionado si se quiere, de moral libre y adolescentes relajados que a ritmo de cualquier cantidad de canciones (un soundtrack excelente) se exponen y desfilan reforzando los tan necesarios estereotipos para este tipo de filmes.
Este campo de batalla que poco tiene de creíble y sí mucho de fantasioso, pareciera no serlo tanto, a excepción de Amy (Kaitlyn Dever) y Molly (Beanie Feldstein), las dos nerds cuya introversión las excluye ipso facto (y voluntariamente) de la comunidad estudiantil al tiempo que las convierte en marginales. Para estas chicas de excelentes calificaciones y referencias, el colegio sí es una guerra contra la superficialidad, el desmadre y la ineptitud (o eso creen) de sus compañeros. Una batalla que han sobrevivido solas y que ya desean termine para continuar hacia una adultez que se percibe a paso innecesariamente apresurado.
“Sin su compañía te sientes perdido y con ellos te sientes invencible”, continua diciendo Wilde en entrevista.
Aunque Molly y Amy se sienten seguras en su burbuja de diplomas, conocimiento y madurez, la incertidumbre a la que se refiere la directora llega en forma de shock cuando Molly se entera que esos amigos y amigas que viven para la fiesta y a quienes veía por encima del hombre, fueron aceptados, al igual que ella, en Universidades Ivy League (léase Yale, Harvard, etc) o en internados dentro de compañías como Google.
El colegio se asemeja, ahora sí, a un frente en el que Molly ha recibido un cheque de realidad que le echa en cara el costó de haberse privado de divertirse en fiestas y demás. Un cheque que le dice que sus esfuerzos y formas tan cuadradas nunca estuvieron bien canalizadas.
Si hasta este punto Booksmart emulaba, con adecuados toques de modernidad, toda esa escuela de John Hughes y demás teen cinema que hace de las aulas, pasillos y sus personajes el escenario central de la batalla, la revelación que tienen estas chicas dará paso a una urban movie que dialoga directamente con pares recientes como Superbad (Greg Mottola, 2007).
Ellas tienen ahora la nada original (lo cual no es demerito) misión de asistir a la última gran fiesta de graduación y demostrar (a los demás y así mismas) que saben divertirse así como declarar a sus respectivos “crushes” los sentimientos que se guardaron durante casi tres años.
Emprendemos entonces el viaje citadino (ya ahora sí en tono de comedia absoluta) donde la noche va dando pie a escenarios insólitos y outsiders a manera de gurús.
Pero he aquí que Wilde tiene una carta de honestidad que probablemente ninguna película similar había jugado y que hace de Booksmart un producto diferente.
No solo no son Amy y Molly las típicas adolescentes, sino que Amy, como personaje gay, permite que la cinta explore bajo una nueva óptica los sentimientos característicos del coming of age.
No es, tampoco, jugar esa carta gratuitamente (hay miles de cintas con temática de chicxs gay tratando de sobrellevar la adolescencia), sino que Wilde no deja que eso defina a su protagonista y la ataca con una naturalidad que pone el acento sobre su personalidad y valores sin que su sexualidad sea un condicionante. El Love is love siendo eso y no haciéndola “especial”.
Wilde sabe bien qué hacer con ese material y no cae en la displicencia ni engaños de desarrollar a una lesbiana, o a una chica que no cumple el estándar mediático de belleza, como lo es Molly.
En su lugar, lo que propone es una especie de Training Day (Antoine Fuqua, 2001) de tono adolescente, de encuentros y desencuentros en los cuales van revelándose secretos y aprendiendo que la amistad, especialmente con aquellos que ni se dieron el tiempo de conocer, siempre está por encima de las diferencias.
El viaje, tan sentimental como escatológico (y Wilde balancea ello cual cineasta experimentada) se dirige al lugar común pero con una muy fuerte convicción de destruir el silogismo “una mujer puede ser inteligente pero no bella y divertida o viceversa”.
Lo que edifica Booksmart es un cuento de igualdad que, aunque de espíritu adolescente, propone una bonita y universal reflexión sobre las posibilidades de una mejor sociedad. Bra-vo.