Por Francisco González Romo
Durante la semana pasada, varias personalidades de la Universidad Autónoma de Zacatecas opinaron en torno a los problemas académicos y administrativos que ésta institución enfrenta, e hicieron públicas sus posturas, así como las posibles soluciones que, según su juicio, son las correctas para sobreponerse la crisis que vivimos dentro de la institución. Me parece una actitud de reconocerse y de agradecerse, ya que hablar de estos temas es elemental para las sociedades y no resulta algo sencillo.
Me gustaría tocar dos de temas que fueron abordados por estas personalidades, que son muy preocupantes e interesantes y que van, a mi entender, estrechamente ligados: la “pertinencia” de mantener a cargo de la Universidad los programas de secundaria y de preparatorias, y la necesidad de revisar y reformar su sistema electoral.
La UAZ es una institución que sobresale del común en el país, y quizás en el mundo entero, porque cuenta con una gama muy completa de servicios: desde el prescolar con el CECIUAZ, pasando por la Secundaria y las Preparatorias, hasta las licenciaturas y los posgrados. Hablamos de institución muy completa y muy grande, que naturalmente no podía quedar fuera de los problemas que enfrenta actualmente nuestra sociedad, ya que es un espejo de la misma. Creo que renunciar a las funciones educativas que en la actualidad realiza sería no sólo un error, sino una derrota imperdonable.
La semana pasada tuve la oportunidad de conversar con dos personas que realizan actividades completamente distintas, en lugares completamente apartados uno de otro, pero que llegaron a las mismas conclusiones: un constructor de San Jerónimo, Guadalupe, y un profesor de la preparatoria Valentín Gómez Farías en Monte Escobedo; ambos coincidieron en que “hay algo” que no está atrayendo a l@s jóvenes y adolescentes a la escuela. Ese “algo” va desde una crisis de valores, pasando por la falta de estímulos en las instituciones educativas, hasta la creencia de que estudiar, en general, no es motivo alguno para asegurar que se tendrá un mejor nivel de vida. Esto también sucede en la Universidad.
Creo que l@s universitari@s, si ejerciéramos verdaderamente una autonomía, y si nos propusiéramos trabajar en conjunto, podríamos brindarle a la sociedad opciones radicalmente distintas a las que propone el Estado para ésta crisis, las cuales, a mi entender no pretenden sino más disciplina, tanto del alumnado como de los docentes.
Dicen por allí que cuando un pueblo se da cuenta de que ya no participa en la creación de su propia Historia se despreocupa de ella; si pudiéramos ofrecernos otro concepto y otra vivencia de la educación podríamos comenzar a re-crearnos como sujetos de un verdadero cambio, y escribir una Historia distinta. Las sociedades escolarizadas y del conocimiento proponen una educación que tiene como finalidad la de ser productiv@s; una sociedad distinta tendría como finalidad “educar” a sus miembros para ser felices, lo que supone virtudes, pedagogías y, obviamente, relaciones distintas entre sus miembros. Esto no es una utopía sino una oportunidad única que se nos puede ir de las manos.
Disminuir la participación en la toma de decisiones que afectan a la colectividad universitaria al voto, es un error que nos lleva a pensar que hay que disminuir también su ejercicio. Si nos educáramos de maneras distintas también habría un mayor y mejor nivel de participación en la vida política de la universidad, mismo que se vería reflejado allá afuera, en donde los medios masivos de comunicación nos proponen, en general, más aburrimiento, más enajenación y más y más consumo.
Educarnos de manera distinta implica también horizontalidad de relaciones y por lo tanto descentralizar el poder. La asamblea, llámese consejo universitario o de unidad, no puede seguir siendo el órgano supremo de toma de decisiones, mucho menos la rectoría; debemos comprender que las decisiones trascendentales se toman en los pasillos de las escuelas, en las aulas, entre trabajadores, profesores y alumnos, cuando se organizan para que los espacios estén limpios, para que fluya el papeleo, para hacer un toquín, una fiesta o un evento académico, para utilizar las bibliotecas o el internet, para protestar, para hacer guardias, para tomar horas extras de clase o para no tenerlas, para hacer un examen en línea, para compartir información, para informar sobre las obligaciones y los derechos, para simplemente conversar. También cabe la horizontalidad entre profesores y alumnos, en el proceso enseñanza aprendizaje.
Respetar estas nuevas formas que nacen e impulsarlas, en lugar de reprimirlas por tendencias autoritarias o por simple miedo, nos ayudará a aprender que el cambio está ligado a un@ mism@, y no al aval de autoridades que desconocen nuestra situación concreta.
Ésta educación, sin duda, nos ayudaría a ser felices, porque no hay libertad que se viva y que no se agradezca, así como no hay vivencia libre que no sea creativa