No le conocí, como al resto de los caídos, pero era como si les conociera, cuando uno cae sabe que perdió parte de esa gran fraternidad reporteril. Como todos, Anabel debió pasar horas en la búsqueda de la nota, anotaciones, grabaciones, transcripciones enteras.
A deshoras de la madrugada a tratar de atender la vida personal, más allá del hogar en que se convierte la sala de redacción, la cabina de edición.
No la conocí, sé que hacía, no conocí a ninguno, sé en qué se desempeñaban, sé que luchaban por la nota, el video, la foto, para su medio, tratar de ganar al otro en esa competencia que sólo el gremio entiende.
Digo gremio, no políticos que se creen periodistas. Sino de aquellos que a pesar de las horas, de las desveladas, de empellones, humillaciones, bajos sueldos, incertidumbre laboral, disfrutan conseguir y transmitir información.
Me excretan, en serio, los imbéciles que creen saber y critican porque creen conocer el oficio.
Anabel, no, no la conocí… pero se quién era… no conocí a los otros pero se quiénes son, no conozco al resto en activo, pero hacemos lo mismo. Se entienda o no…