El joven lleva vaqueros, sudadera en rojo y su mochila verde del PVEM, es delgado, alto, rostro, enjuto, va como si nada. Un policía le cierra el paso. Se desconcierta. Es un policía preventivo municipal, los conocidos, antaño, como pitufos, en el argot callejero. Algo le dice, el se sorprende, vuelve el rostro, junto a él apareció, casi de la nada, una mujer policía, y detrás de él otro policía.
Al rato son cinco. No opuso resistencia, sólo lloró.
Los policías ven al escribidor, chaleco de pescador, que creen que es de reportero –el escribidor es reportero, no domo esos políticos mediocres que se meten al oficio y se llaman periodistas-, algo le dicen, él se espanta, mucho, hablan quedo.
De los cinco uno lo esposa, ni lo revisaron, ni le dijeron porque, de esas cosas que a la CDHEZ le valen puritita soberana y real madre.
Caminan, ven al escribidor, lo escrudiñan, éste sonríe, burlón.
El otro llora. Los policías ven al escribidor, saben que los fotografiará. «Venga cabrones, piensa este, hagan algo». al cabo Luz Domínguez no defenderá ni a ese ni al escribidor
Lámpara, mágica, como siempre, con su sola presencia, aparece, la siempre querida Amparo, platican, el joven alarga las palabras, dopado, quizá, digo uno no es perito, los policías parecen divertirse con él, “lámpara” toma una : Que se jodan, Cannon en mano, la acciona.
Cobardes, huyen.
No dicen nada, pero se lo llevan…
A lo mejor un ratero de poca monta, a lo mejor un dopado consuetudinario. Alarga las palabras cuando habla. El joven llora, gime, implora, un policía asegura que le comprará una pelota, resultado de algo que charlaban.
El joven abre los ojos, una expresión cada ve más alarmante, ni siquiera forcejea, los policías los esposaron detrás un módulo, en el que se lee “tortillas de nopal”.
Pide, llora.
Lámpara dice: ¿Y si se acercan?
Que vengan, dice el escribidor en alta voz
¿Te vale madre? Dice ella
Absoluta, lo que hacen no está bien, quizá esté dopado, o les sea viejo conocido, pero el tipo pasó sin decir hacer nada.
Llega la turística, una de esas policías inútiles que no sabe uno para que sean. Lo trepan, cual res al matadero, en la caja, un policía ve de reojo al escribidor, que no se cansa de accionar la cámara. “Sonríe cabrón”, piensa.
Se va para el otro lado, se lo llevan, se van por otro lado.
¿Qué falta cometió’ Lo sabe dios…
No, hoy no sean felices…