A insistencia de Simitrio Quezada…
Música de mi norte, con el acordeón y con el bajo sexto… Iniciaba el siglo XXI.
El escribidor esperaba una rueda de prensa, en el hotel frente a palacio de gobierno, justo desde ese punto, palacio de gobierno, pudo el escribidor ver el gran espectáculo, lo invitó a subir al balcón el entonces secretario, ex procurador, ex diputado federal y hoy magistrado Arturo Nahle García.
-¿Qué haces allá, Marito? De acá se ve mejor.
Sí, se veía mejor y, previo insultos de la banda, pues a uno de los balcones…
Él, alto, enorme, a la conferencia de prensa, entró él, no era igual que en el celuloide…
En la plaza de armas la mayoría de los asistentes eran jóvenes, muy jóvenes, pero cuando entró, lanzaron una fuerte gritería, ahí, frente a sus ojos, estaba él.
Sombrero Texano –que no Tejano-, vestía al estilo de gala del norte, ante la gritería, abrió los brazos: ¿Qué pasó raza? Saludó. Frente a él, don Rafa (q,e,p.d.), que vendía las galletas en portal de Rosales, y que fue extra en una de sus películas, y tuvo lugar a los pies del escenario.
Y empezó el espectáculo.
En la conferencia de prensa ya sin el atuendo norteño, usaba una mascada al cuello y entró a la vez que hacía rudos guturales, fuertes, graves: aaaahhhh , aaaah. Caminó directo al escribidor, de frente le puso una mano encima, la izquierda, sobre el hombro derecho.
-Parezco Tarzán- le dijo.
El escribidor musitó algo así como “un gusto don Eulalio”. Frente a él, el mismo Piporro…
“Y éntrele con fé al balazo, agarre bailadora, agárrela del brazo…”
Las preguntas aburridas de rigor, él, sonriente, atento, contador público de profesión, profesión que nunca ejerció porque, respondió al escribidor: Piporro, porque trabajé en radio y tuve un personaje que así se llamaba –escribe el escribidor de pura memoria- eran ¿Los veintes? ¿Los treintas? Del siglo pasado, el XX, por si acaso el escribidor del futuro lo lee…
Total, el programa duró poco y lo sacaron del aire, pero el mote perduró, y se usó en “Ahí viene Martín Corona”, y mira, dijo, yo era apenas dos años más grande que Pedro Infante y tenía que parecer anciano. Y ahí se quedó el Piporro.
El escribidor no lo volvió a ver, un tiempo después, el primero de septiembre del 2003, se enteró del fallecimiento, apenas había lanzado su libro “Ajúa”, que nadie tuvo a bien dar en obsequio.
“Rodéllele la cintura y saque polvadera con el taconazo, júntese cara a cara y si trae pistola saque el espinazo porque con el zangoloteo ella va a sentir muy feyo si se le va un balazo…”
Sean felices, si quieren si no ¡AJÚA!