En la serie icónica para muchos latinoamericanos, «El Chavo del 8», hay un material bastante rico para análisis sociológicos.
Para los que nacimos con alma de salmón y vamos siempre a contracorriente así sea nomás para tirar la weva, es suficiente recordar su mensaje:
Que la pobreza es chistosa. La miseria es normal y es alegre.
Bofetadas sin razón (de doña Florinda a don Ramón a cada rato) o golpes hasta con la tortura previa del peinado (los caquitos) son motivo de carcajada.
O buscar formas de ganar algo con trampa (la Chilindrina) es muy inteligente.
A través de contenidos de lo que Televisa bautizó como «humorismo blanco», Roberto Gómez Bolaños «educó» el subconsciente colectivo de generaciones de ladrones, violadores, sicarios, políticos y gobernantes abusivos y rateros, claro, con su correspondiente público complaciente, un pueblo enajenado, tolerante hasta la vergüenza ajena de todo tipo de atropellos hasta la privación de la vida.
Parecerá una exageración absurda para quienes apenas se enteren que los medios juegan un papel central en consolidar un tipo de cultura, con sus propios valores y creencias, que sirven para asegurar la supervivencia del sistema.
Una cultura donde la miseria y la violencia gratuita es normal y chistosa.
Don Roberto Gómez Bolaños fue un ejemplo en sí mismo de todo eso fuera de la pantalla:
En 1977 hizo una gira al Chile del sangriento Pinochet, sin un mínimo de conciencia para con los incontables torturados, asesinados y desaparecidos de entonces. La ola de críticas en su contra le valió madres.
El hijo del jefe del extinto Cartel de Cali en Colombia, reveló que Roberto Gómez Bolaños actuó en una fiesta para uno de los hijos de los jefes del mencionado cartel. Sin escrúpulos de ninguna clase, cuando México aún no era un Narcoestado.
En 2006 «Chespirito» estrenó las campañas políticas de odio y lodo, acusando a AMLO de ser «un peligro para México», además de apoyar al inmoral PAN, que inauguró los baños de sangre masivos en México.
Un año después, en 2007, arremetió contra el aborto en una campaña lanzada por grupos conservadores católicos.
No puedo alegrarme por la muerte de una persona. Mis años infantiles recibieron una formación familiar de amor a la vida que fueron reforzados por mi profesión. Casi genéticamente no puedo.
Pero no obsta para que hoy, ante los panegíricos Ad nauseam que ya nos inundan, yo recuerde que el señor Roberto Gómez Bolaños fue un hombre ruin «sin querer queriendo».