¡Chín!

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logo_mini2dzacLuis Villegas Montes.

 

Para Haydee.

 

¡Chín! Se me pasó el diez de mayo.

 

No, no se preocupen mis asiduos lectores (les informo henchido de júbilo que estamos por rebasar la cifra de los cuarenta), no se trata de una alusión a la memoria de ninguna jefecita de ningún político local o nacional (aunque ganas no me falten); en lo absoluto.

 

Es sólo que semanas atrás, meses atrás, años atrás, quedé muy formal con Adriana de escribir unas líneas relativas al Día de la Madre; le dije que sí y no más eso dije porque se me olvidó sin remedio (ella tampoco lo ha de haber tenido muy presente que digamos).

 

Pasados tres años, mientras hurgaba entre mis escritos a fin de dilucidar si hay material para editar un libro o no (sugerencia que con más o menos asiduidad me ha hecho una pequeña multitud de lectores -cinco-), di con el título de estos párrafo y me dije: “A ver”; y tómala, aquí estaban. Dado que todavía estamos en mayo y a escasos diez días del mencionado festejo, me dije: “Más vale tarde que nunca” y aquí me tienen, dando cabal cumplimiento al citado compromiso. No es que la fecha -o el festejo implícito- no ameritaran estas líneas, no; es sólo que se fueron acumulando los acontecimientos y de pronto me quedé inerme, frente al calendario. Así, permití que transcurrieran los días, las semanas, los meses, los años, ocupado en otros menesteres y el pasado jueves por la mañana, reparé de súbito en los párrafos que leerán a continuación:

 

Pareciera obligado que hablara de mi mamá y sin embargo no es así. No necesito -ni he necesitado- hablar de ella porque en nuestra relación no caben las palabras. Hay situaciones, hechos y sentimientos (el nacimiento de un hijo, por ejemplo, o de una nieta), que nos rebasan y frente a los cuales nos quedamos mudos, atónitos, desamparados, vulnerables,  incapaces de balbucir siquiera. Es un lugar común decir que uno se ha “quedado sin palabras” y, no obstante, existen eventos frente a los cuales el silencio es el mejor cómplice pero, sobre todo, el mejor vehículo del entendimiento. De esta forma, yo no necesito glosar, ni comentar, ni referir, ni intentar definir, ni mucho menos explicar lo que siento por mi mamá. En ella y por ella, empiezan, terminan y recomienzan un montón de cosas y todas resultan entrañables. Sé que he cometido muchos errores en el transcurso de mi vida, pero estoy consciente de que dentro de mí bullía -y aún existe- la necesidad de no defraudarla.

 

Pues bien, Lola odia que le digan “Lola” y tal vez ese hecho ínfimo -y aparentemente irrelevante- sea el que mejor la describe pues llamándola como la llamamos, “Lola”, la mayoría de sus descendientes (hija, hijo y la mayoría de sus nietos), apenas si con una sonrisa, deja pasar el agravio y procede a ocuparse de nuestras -sí, nuestras- necesidades más apremiantes o inmediatas. Ésa es mi mamá: Apoyo, regazo, baluarte, bastión, aliada, cómplice, referente, aliento, interés, ternura, cariño, entrega y cualquier otra exigencia que la vida me depare.

 

Por eso nunca había hablado de mi mamá en estos términos ni a través de estas líneas, porque no lo creo necesario. Porque sé, más allá de toda duda, que aún y cuando no satisfaga sus expectativas (ninguna de ellas), ella continuará ahí, inconmovible, firme como una roca, con los brazos extendido y la mirada impasible, en calidad de apoyo, regazo, baluarte, bastión, aliada, cómplice, referente, aliento, interés, ternura, cariño, entrega y cualquier otra exigencia que la vida me depare.

 

Así que estas líneas las escribí no para mi mamá; las escribí para Adriana, para decirle que, de todas las promesas, por lo menos esta sí la recordé y estoy intentando cumplirla como Dios me da a entender. Y las escribí, además, porque Adriana me dijo que una amiga suya, muy querida, también mamá, que ha atravesado por un trance difícil, uno de vida o muerte, me lee con interés y cierto gusto, y que tal vez, sólo tal vez, estos párrafos le lleven un poquito de alegría.

 

Entonces, pensé que por ello valía la pena intentarlo y que hablar de Lola, de Patty (mi otra mamá) y de Adriana, eran un modo de hablar de todas las demás mamás y desearles un tardío feliz 10 de mayo. Un feliz 10 de mayo de 2014, de 2015, de 2016 (dos meses antes de que el PAN recupere la gubernatura del Estado); un feliz 10 de mayo por todos los años que falten por venir; y luego de esa fecha, luego de ese día en específico, un feliz 11, 12, 13 y 14 de mayo; un feliz 30 de junio; un muy, muy feliz 14 de julio (ese doble, pues es la fecha de cuando me casé); un felicísimo 30 de septiembre (ya repuestos de los festejos de las fiestas patrias); y así cada día, hasta agotar los 365 días del año y volver a empezar, sin que falte el 29 de febrero de cada año bisiesto.

 

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