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Es tradicional que la última semana del año, al menos para el mundo occidental, cada quien haga un recuento de lo bueno y lo malo vivido a lo largo de 12 meses. Para unos el saldo puede no ser favorable, sin embargo, el simple hecho de llegar a esta ocasión para disfrutar en familia y esperar el año nuevo con los mejores deseos, hace que la esperanza se renueve para la mayoría, aunque dicha esperanza venga con algunas cicatrices de más.
En lo personal estoy agradecido con lo que tengo, por eso doy gracias a Dios por todo lo que he recibido, merecido o no, eso es irrelevante; lo importante es que sigo teniendo su venia para continuar escribiendo lo que pienso y lo que siento. Pero también agradezco a quienes hacen posible que mis pensamientos, a través de la escritura, lleguen a quien quiera leerlos.
Para ser la última misiva de este año (espero continuar escribiendo el que viene), no quiero distraerlos de los preparativos para celebrar la noche buena, no sin antes recordar que antes de que el tañer de las campañas anuncien la llegada del Salvador, no importa que la ciencia no se ponga de acuerdo cuándo fue exactamente, lo que vale es creerlo; recordemos que no somos todos los que estamos, porque para esta ocasión, nos faltan muchos.
Se preguntarán si me refiero a los estudiantes de Ayotzinapa, sí, en parte a ellos, pero también a muchas y muchos otros que se fueron contra su voluntad, que ya no se cuentan entre nosotros ya sea por negligencia o deliberadamente, en los casos en que el Estado, en cualesquiera de su concepción, haya sido responsable.
Antes de compartir la cena, o el momento y la forma que cada quien tenga para celebrar la natividad, abran un pequeño espacio en sus corazones y de su mente para recordar a los que ya no están con nosotros; a los que de forma natural se adelantaron, pero con particular interés a los que a la fuerza hicieron partir, porque esas partidas son las que dejan cicatrices.
Para los que somos creyentes, el perdón es la forma más pura de limpiar el alma y encontrar la paz, como también para los que creemos en la justicia del hombre, espero que no haya olvido de todas esas personas a las que se les arrancó la vida. Tenerlos presente hasta que se haga justicia significa honrar las virtudes de las personas y respetarlas en todos sus derechos, así como abrazar solidariamente a sus deudos.
Esas cicatrices sangrantes deben cerrar algún día; que dejen de doler para que sean únicamente un recuerdo y no un sentimiento. Sin arrebatos ni aceleres, pero activos y determinados para que llegue el descanso de los que representan cada cruz sin cuerpo presente, y la resignación de sus seres queridos. Oremos, recordemos, compartamos y celebremos la Natividad, con la esperanza puesta en que vendrán tiempos mejores.
P.D. Un fuerte abrazo solidario a los familiares de todas aquellas personas que perdieron la vida por negligencia o deliberadamente a manos del Estado Mexicano. La de ayer y las de ahora.