C’MON C’MON

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Por: Sergio  Bustamante.Los primeros minutos de C’mon C’mon, cuarto largometraje de Mike Mills, nos dejan en claro dos cosas: la profesión de Johnny (Joaquin Phoenix) y lo eficiente que es ejerciéndola.

Apenas estamos en el fade in cuando ya se escuchan una serie de testimonios de niños y adolescentes, provenientes en su mayoría de familias inmigrantes o minorías, que nos hablan sobre su visión del mundo actual, de su familia, y de cómo piensan será el futuro, si es que hay tal. Más allá de la madurez que denotan, es trabajo del entrevistador conectar con ellos y hacerlos sentir en confianza para explayarse. Y claro, formular las preguntas correctas.

Periodista de documentales para la radio pública, Johnny sabe plantear bien dichas preguntas, aunque desconocemos si el mismo podría responder igual de elocuente que sus entrevistados.

Eso cambiará cuando se tenga que hacer cargo unos días de su hiperactivo (física y mentalmente) sobrino Jesse (Woody Norman), un niño de dinámicas tan peculiares como, por ejemplo, jugar a que es un huérfano y llegar a su propia casa a pedir asilo. No es sorpresa que un chico que ese concepto tan torcido de diversión pondrá a prueba a Johnny, aunque dicha convivencia en realidad será un viaje de autodescubrimiento para ambos.

Si bien las películas que ha realizado Mike Mills a la fecha parecieran a primera vista ser diferentes, es claro también que tienen un mismo hilo conductor: la paternidad. El enfoque, sin embargo, no es el de la figura del padre ausente, sino el efecto que tiene en los hijos crecer en familias que se salen de la norma.

En el caso de Jesse tenemos a un padre atormentado con una serie de adicciones y crisis existenciales. Viv (Gaby Hoffmann), su mamá, es el sostén del chico no únicamente porque vivan juntos en Los Angeles (él papá trabaja en Oakland), sino porque sabe poner a raya las excentricidades de un niño que ciertamente heredó el genio de ellos, pero también le da la libertad suficiente para jugar, cuestionar todo y resuelve sus dudas lo mejor posible.

Aunque de entrada Viv bien podría servir como una precuela de lo que fue el personaje de Annette Bening en 20th Century Women (2016), en realidad C’mon C’mon se aleja de dicha cinta (y en cierta medida del cine que le conocemos a Mills) ya que aquí el protagonismo recae en la relación entre Johnny y Jesse, que no es más que la propia experiencia del director como padre, lo cual da como resultado la que sin duda es su película más íntima a la fecha.

Al enterarse Johnny que su hermana Viv atraviesa problemas porque no puede dividirse entre Jesse y el esposo en Oakland, se ofrece a viajar a Los Angeles unos días para cuidar al sobrino. Sin embargo, la situación se extiende más de lo planeado y él tiene que regresar a NY por trabajo, por lo que decide llevarse consigo a Jesse dando así inicio a una road movie que, aunque narrativamente pareciera no tener el rigor de la fórmula, logra centrarse bien en la relación de ambos.

Fotografiada en un blanco y negro que no es puro lucimiento estético sino una de sus herramientas más importantes, la cinta se va desplegando como una cuidada improvisación de lo que es estrenar una paternidad o, en ocasiones, de cómo es conocer a un pariente lejano por primera vez.

Al desprenderse Mills del color y así esquivar las diferentes vibras que dan sus escenarios, ya sea Los Angeles, New Orleans o la espectacularidad de Nueva York, nos pide que nos centremos en el aspecto acústico. Y esa es precisamente la virtud de esta película: C’mon C’mon, como los niños que son entrevistados a lo largo del metraje, exige ser escuchada.

El viaje que emprenden Jesse y Johnny pasa por las cintas que él graba y en si cualquier sonido se pueda registrar. Así como su sobrino no quiere ser entrevistado pero cuando está a solas sí expresa sus sentimientos en el micrófono y gusta de grabarse a si mismo o los sonidos del ambiente, Johnny igualmente no puede responder todas las dudas bizarras y desafíos que Jesse le propone, pero conforme más se acoplan va reflexionando respecto a todo lo que está aprendiendo de vivir y viajar con ese pequeño. Y al hacerlo de paso comienza también a reconectar con su hermana Viv, de quien se había distanciado tras la muerte de la madre de ambos.

El guión de Mike Mills es muy sencillo porque necesita que las anécdotas fluyan lo más cercano a como lo harían en la vida real. Mucho ayuda ese montaje donde se narran pasajes literarios que abordan conceptos como la maternidad y la muerte, así como la serie de testimonios (reales) que funcionan como una analogía del estado moral de Estados Unidos, pero el objetivo central del filme es otro: cómo en la mejor de las intimidades es que estos tres personajes principales logran procesar la cantidad emociones que los abruman.

Aunque C’mon C’mon quizás no sea el título muy atractivo, en boca de Jesse en una de las escenas claves es que adquiere todo el sentido y se revela como una cálida invitación a tender puentes y reforzar los lazos efectivos donde se creían muertos. Resultó pues una traducción muy afortunada esa de “Siempre Adelante”.

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