Por Osvaldo Avila Tizcareño
El pasado domingo 26 se efectuó la tercera gran concentración convocada por organizaciones de la sociedad civil y fuerzas de oposición al Gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Según los organizadores fueron más de 500 mil gentes las que se concentraron en las principales calles de la Ciudad de México y las urbes del país, pero según las estimaciones del Gobierno Federal y del propio López Obrador, a lo mucho 100 mil gentes participaron en la concentración popular que pretendía frenar las modificaciones a las leyes electorales y la mutilación al Instituto Nacional Electoral (INE).
Fiel a su estilo contestatario y provocador, la respuesta vino de inmediato en la conferencia mañanera del siguiente día, cuando en un tono burlón e irónico se refirió a los que protestaron. Por el talante de las declaraciones, la desfachatez y el desdén con el que se conduce el jefe del ejecutivo, bien valen la pena algunas reflexiones a efecto de comprobar la soberbia y el extremismo que se ha poseído de él.
Primero, en un afán despreciativo, afirma: “échenle ganas, tienen potencial, no están en su máxima capacidad, acaso 80 mil, máximo 100 mil participantes, que no dejen de participar”. AMLO perdió la memoria, con motivo de una concentración anterior afirmó que a la primera manifestación que rebasara los 60 mil asistentes se retiraría a su rancho en palenque Chiapas; pero además “que necesidad”, como diría el clásico, la de menospreciar el esfuerzo de quienes levantan la voz en contra de los excesos de su camarilla, ¡cuánta soberbia!; en vez de analizar o ponderar las demandas simplemente se burla de los mexicanos.
Segundo, afirma: “Que llenen el Zócalo, que sigan adelante, esto exige de mucha fatiga, nosotros llenamos el Zócalo 60 veces, nada más observen lo que pasará el 18 de marzo”, perdiendo de vista los verdaderos problemas de la patria como la carestía y la violencia desbordada. Hoy estamos ante un nuevo reto, pues se amenaza con nuevas acciones de protesta el día que se conmemora el aniversario de la expropiación petrolera; una vez más va a distraer recursos, de nueva cuenta se amenazará a los beneficiarios de los programas sociales para que vayan a rendir tributo al “mesías”, que como émulo del “Führer Alemán, o del “Duce Italiano” siente la urgencia de comunicarse con las masas para dejar constancia de su capacidad de convocatoria.
Tercero, la misma cantaleta de siempre: “Hay un proceso de transformación, existe un movimiento progresista a favor del cambio y un grupo reaccionario que no quiere que las cosas cambien”. Y luego viene la lista donde figuran Jorge Castañeda, Enrique Krauze, Emilio Álvarez, Claudio X González, Elba Esther Gordillo y otros personajes, que a juicio del presidente encarnan la corrupción y la resistencia a la transformación de la vida pública del país, pues defienden el “status quo”. Aquí aparece el fondo del asunto, una vez más se esfuerza por dejar constancia de los “grandes y benéficos cambios a favor del pueblo”, asegurando que es un héroe nacional continuador del legado de Juárez, Hidalgo, Morelos o Madero. El morenista, se apropia de la narrativa construyendo una imaginaria transformación social que no se ve por ningún lado: ¿dónde está el mentado cambio que tanto vitorea el presidente?, ¿qué ha cambiado a cuatro años de ejercicio gubernamental de la autollamada 4T? La respuesta es clara, muy poco y a mi juicio el balance es negativo.
Si hablamos de corrupción, si acaso cambiaron los nombres de los protagonistas; antes se citaba a gobernadores corruptos como Roberto Borge de Quintana Roo, Javier Duarte de Veracruz o César Duarte de Chihuahua; había escándalos como la “estafa maestra”, pero ahora los personajes principales de la corrupción se llaman Layda Sansores, Martin y Pio López Obrador (hermanos del presidente), Ramón López Beltrán (hijo del presidente) o Ana Guevara en la CONADE e Ignacio Ovalle en SEGALMEX.
Si se trata de inseguridad, se ha desbordado la situación y en 4 años suman más de 160 mil gentes víctimas de actos violentos, esto es más de lo acontecido en 6 años de peñismo; mientras tanto, la salud pública está por los suelos: el desabasto de medicinas es generalizado en los hospitales públicos, no hay nuevos hospitales; no hay un nuevo sistema educativo, no hay grandes acciones de impacto social, solo en la imaginación presidencial “hay cambio”.
Sobre los participantes en la concentración, no se aportan pruebas, sólo se descalifica, se dice que son los corruptos de siempre, se contrapone claramente a los que acudieron en noviembre a la marcha convocada por el morenismo; o sea los que “están conmigo” son demócratas, los que marchan a mi lado son progresistas; pero los que lo hacen en contra son enemigos del desarrollo y progreso, ¡vaya, vaya!, la ausencia de lógica invade a cada palabra al presidente.
Está claro el propósito. En el fondo se trata de mantener el discurso polarizante, de llamar a la división y etiquetar como enemigos de la patria a quienes sostienen puntos de vista divergentes. Esta es una práctica usada reiteradamente que sirve para justificar errores y frenar la crítica, las concentraciones efectuadas recientemente son una prueba del creciente malestar social que aqueja a los mexicanos indefensos ante males como la inseguridad, la carestía, las crisis de salud y educativa y ante ello sólo hay como respuesta soberbia y desdén de los gobernantes.
El problema de fondo no es clarificar, quienes son “los buenos o los malos”, lo que se requiere con urgencia es entender que los problemas actuales son el resultado de una sociedad desequilibrada e injusta que se empeora ante los yerros gubernamentales y que las promesas de cambio se han desvanecido; por tanto corregir el rumbo es una tarea impostergable que debe asumir de inmediato el pueblo de México, de no hacerlo las dificultades crecerán: unos y otros seguirán culpándose y habrá triunfado la táctica del presidente.