Hace no tanto tiempo, hubo un debate respecto a quién era el cineasta que llevaba la batuta en el cine de horror moderno. Aquel que mejor ejecutaba sus influencias. Creativo. El que, eventualmente, habría de revolucionar el género. Exceptuado a Guillermo del Toro, cuyo genio ya no es posible encasillar, increíblemente el nombre de Ti West fue uno de los que más se repitió aunque, al final, la tendencia quedó en James Wan.
No me sorprendió tanto el resultado como sí una de las respuestas pronunciada por una voz de autoridad: “¿James Wan? Si él es uno de los salvadores del terror, ya mejor que el género haga maletas y se vaya”. Y es que después de éxitos como Saw (2004), la saga Insidious y, sobre todo, la sorpresa en que desembocó El Conjuro (2013), cuesta trabajo no ver a Wan como una de las figuras −acaso la más− predominantes en el cine de horror actual. Ello sin contar su involucramiento en la acción y el thriller. Sin embargo, existe también otra corriente cuyas propuestas sí apuntan a un tratamiento revolucionario del terror y sus historias. Títulos como The Babadook (Jennifer Kent, 2014), Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013) o la reciente The Witch (Robert Eggers, 2015) juegan en un mesa lejana del efectismo de Wan. Vale pues preguntarse qué importa más cuando de trascendencia se habla: la originalidad o la forma. Cuál de las dos hará escuela.
Si hablamos de formas, sin duda que Wan sabe su negocio y hasta podemos decir que es un dotado de la imagen. Bajo sus órdenes John Leonetti fotografió El Conjuro haciendo del encuadre un recurso atemorizante y regresó el cine de horror a ese perfil tradicional que no le apostaba al shock. Para esta secuela, Don Burgess fue el encargo de una fotografía que también evoca a una época pasada (finales de los setenta) en sus luces y colores, pero ahora con la novedad de ciertos trucos digitales que hacen un guiño a la modernidad.
Conocemos un antecedente real (el caso Amityville) con cámara en mano cual found footage del siglo presente en el cual Ed y Lorraine Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson repitiendo personajes) hacen su aparición. Después de ello, un talk show donde se les intenta refutar su trabajo. Franqueada esa introducción, nos trasladamos a Enfield, Inglaterra, a la casa donde ocurrirá el caso demoniaco que nos compete. Ahí, por medio de movimientos que recuerdan a aquella novedosa técnica exploradora que Fincher usó en The Panic Room (2002), aunque sin tanto detalle, Wan nos ofrece un recorrido por los pasillos y cuartos casi anunciando en qué lugares se establecerá cierta escena y en cuáles el clímax. Hechas las presentaciones de estos dos polos, víctimas y salvadores, no hay otro elemento en El Conjuro 2 que desee reivindicar su condición de secuela, no hay signos de una nueva dirección. Es decir, ya vimos a los héroes, el escenario de la posesión, y su protagonista, Janet Hodgson (Madison Wolfe) una chica que comienza a experimentar eventos paranormales vía un ente gruñón que la maltrata y reclama su espacio. Hasta aquí pues hay un patrón: forma y repetición.
El Conjuro 2 copia la estructura de su hermana mayor distinguiéndose únicamente en su atmósfera londinense de los setenta y en una especie de truco narrativo en el cual el ente de una temible monja que nada tiene que ver con el verdadero Enfield hace su aparición/protagonismo. Totalmente válido y hasta celebrado que Wan y compañía (Carey y Chad Hayes repitiendo como co-guionistas) tergiversen los hechos, de esto va la buena adaptación, sin embargo, éste golpe de efecto termina no siendo tal. Y debería.
La Monja como figura verdaderamente peligrosa y otros recursos como el monito de un juguete infantil que súbitamente cobra vida como aparición de gran escala y tamaño, venden bien la ejecución del horror en la que Wan se desenvuelve con soltura. El Conjuro 2 es toda prontitud descriptiva porque ya ni necesita desarrollar a los Warren, lo suyo son el impacto y ostentación atmosférica, pero ojo, sí había una familia de hermanos donde el padre estuvo ausente y la madre (perfecta Frances O’ Connor ) cree tanto como duda de lo que sucede con su hija. Ahí había una historia que pedía atención y que ofrecía ideas de interés similares a las del personaje de Maurice Grosse (Simon McBurney) el primero que admite sin prejuicio lo que le sucede a esta familia y los apoya por motivos personales. Ninguna de las dos cosas ocurren porque la cinta se sostiene en los juegos que tan diestramente ha establecido: las sombras, las cosas que se mueven solas, los ruidos, y el cansancio físico de una chica que sólo funciona cuando está en su casa y cuando es de noche. En otras palabras, una historia que busca llegar rápidamente a las sacudidas sin haber trabajado psicológicamente a su objetivo más importante: el público.
Que funciona y se ve bien no se refuta. James Wan domina el espacio, narra apropiadamente y hasta da señales de ser un director que pudiera renunciar a su fórmula, como en la escena en la que Ed Warren habla con un espíritu que todo el tiempo vemos desenfocado, creando una verdadera y acaso única sensación de escalofrío. O esa otra secuencia en la que a Janet le mueven el control de la TV mientras está en su casa, sola y con una lluvia inclemente cayendo afuera. Pequeños detalles que no requieren el amparo clichésco del susto y que por ende quedan mejor acomodados en la memoria de quien ve la cinta. Pero por lo mientras, pasada la amenaza que sabemos no se cumplirá, el atronador score que tanto coopera, las sombras que se convierten en zooms, los ángulos picados que intimidan sin otra base que su naturaleza visual y un sinfín de técnicas preciosistas cuyas intenciones son obvias, queda una película para pasar un buen rato. Uno de varios, pareciera ser.
Supone uno que por eso los patrones, como la importancia a un dije; un collar con una foto que usa Lorraine en la primera parte, una cruz de Ed en esta secuela. Y que también, al final, todo se resuma a un artefacto endemoniado siendo guardado en el museo del ocultismo que posee la pareja. Enfocado casi hasta con la misma toma, demasiado familiar… como lenguaje de serie de televisión. No es sorpresa pues que la siguiente película de James Wan sea Aquaman.