Consideraciones sobre el desarrollo II ¿Bancarrota del proyecto histórico capitalista?

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wpid-logo-direcciones-195x110.jpgPor Francisco González Romo

 

“Uno de los mitos más populares sobre el capitalismo gira alrededor de su capacidad para generar crecimiento económico de manera continua. De aquí se derivan consecuencias importantes en materia de niveles de vida y bienestar, por no mencionar la leyenda de que el capitalismo es el mejor amigo de la democracia y la libertad. Pero, ¿es cierto que el capitalismo está asociado al crecimiento sin fin? Se ha sugerido que la economía mundial está adentrándose en una fase de estancamiento que podría prolongarse varios años.” (Alejandro Nadal, La Jornada 13/01/16). En el letargo económico que se avecina, se pueden reconocer por lo menos tres fuerzas: el desendeudamiento (recordemos que el endeudamiento se transformó en activos en la bolsa: “el ajuste que sigue cuando revientan éstas burbujas conduce al despalancamiento y frena el crecimiento –dice Nadal); el crecimiento del sector financiero: “cuando la economía real mantiene bajas tasas de rentabilidad y los capitales emigran hacia el sector financiero… el resultado es la reducción en la tasa de crecimiento.”; y la desigualdad económica que sigue intensificándose, y que está ligada al estancamiento de los salarios reales, lo cual hace que la demanda agregada (el gasto total que realizan en una economía las familias, las empresas, el sector público y los extranjeros) siga comportándose de una manera tímida, con lo que se “enturbia el panorama de los inversionistas”, es decir, del crecimiento.

 

Poniendo sobre la mesa el punto, me gustaría recomenzar el cuestionamiento sobre el desarrollo, retomando nuevamente las ideas de Iván Illich:

 

Illich asegura que podemos encontrar la tendencia al crecimiento económico en la evolución del concepto de necesidades en Occidente: durante la Edad Media, en Europa se propagó la idea de que las necesidades podían ser vistas como exigencias de prestaciones institucionales. La “madre iglesia” fue vista como la primera institución encargada de satisfacer esas necesidades y es la antesala del estado contemporáneo de servicios y asistencia. Ésta concepción nueva de necesidades, que anteriormente ningún pueblo cultivó, desembocó en lo que Illich llama la agresión ecológica más significativa y menos reconocida: la eliminación progresiva de los valores de utilización común del medio, factores de las actividades de subsistencia.

 

A partir de allí, y en el momento en el que el salario se convirtió en una fuente natural de enriquecimiento para los pobres (que fueron precisamente los despojados de los medios de subsistencia), nos convertimos en un pueblo tendiente a consumir y a producir bienes y servicios que satisfagan necesidades, necesidades vistas como exigencias de prestaciones institucionales.

 

Illich nos dice que se suele describir el progreso económico como un proceso creador de puestos de trabajo. Pero también se puede describir con igual legitimidad como un proceso mediante el cual más mercancías se ofrecen en el mercado; cada una ha sido convertida en una necesidad y cada una necesita cada vez mayor trabajo fantasma antes de poder satisfacer la necesidad. El desarrollo, en su sentido usual, es una operación en la que la producción se basa en una fuerte inversión de capital. Pero es posible definirlo como un proceso mediante el cual el trabajo fantasma se vuelve necesario, sobre la base de una inversión creciente de capital, al fin de alcanzar un nivel mínimo de bienestar.

En la colaboración anterior con el mismo título, se tocó el tema de las contradicciones que genera cada gran sector de la economía moderna. Hablamos del nivel mínimo de bienestar. Ahora hablaremos de otro tema: todo crecimiento económico nos llevará cada vez más a invertir una mayor cantidad de trabajo fantasma, para que una mercancía pueda satisfacer nuestras necesidades.

 

Pero, ¿qué es trabajo fantasma? El trabajo fantasma es toda aquella actividad, que crece a la par del trabajo asalariado, pero que realizamos sin que nos sea remunerada, para poder hacer consumible una mercancía: desde transportarnos al trabajo, al mercado o al súper; estudiar para un examen; comprar un refrigerador o una estufa; los trabajos para tener y mantener instalaciones eléctricas, higiénicas o de agua potable; afinar el auto, comprar las llantas; hacer una cochera y un largo etcétera que forma parte de nuestra vida, aceptado como una autodisciplina no retribuida.

 

¿Por qué no se nos retribuye el trabajo fantasma? Porque excede la cantidad global de salario retribuido.

 

Por cuestiones de espacio no es posible continuar. Pero podemos asegurar que el estancamiento económico, como dice A. M. Bonnano, es  un momento constitucional a la estructura de las sociedades post-industriales, momento que puede ser institucionalizado a nivel oficial y recuperado como empleo proyectual del tiempo libre, siempre por obra de la misma formación productiva, y a través de las estructuras creadas para este fin. Conforme el desempleo se generalice –el crecimiento se estanque-, las mercancías vendidas requerirán mayor inversión de trabajo fantasma. El consumidor estará dispuesto a pagar menos, con lo que la demanda agregada se vendrá abajo y la economía seguirá estancándose.

 

Pero ante la expansión de las finanzas esto no importa –Nadal lo sabe: la gente estará ocupada en ejercer un trabajo no retribuido escondido tras la ideología del crecimiento económico.

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