Aunque en principio la reconciliación, la absolución, el perdón y el indulto pudieran parecer una y la misma cosa, no es así.1 El perdón supone un agravio inferido de individuo a individuo; la acción que se perdona no es un delito, sino una falta; por lo tanto, no merece el castigo de la ley; de lo contrario, el individuo no podría perdonar ya que escapa de su control y potestad inmediatos. La absolución es distinta; supone una acusación ante algún poder del Estado o incluso de la Iglesia; en ese orden de ideas, no puede absolverse sino a la persona que ha sido formalmente acusada.
A su vez, el indulto no es sino el perdón que otorga la autoridad y es relativo a la acusación o a la sentencia; el indulto es una gracia e implica por fuerza una verdadera indulgencia. De ahí que el perdón sea moral, la absolución judicial (o canónica) y el indulto una concesión graciosa de la autoridad ejecutora. En este orden de cosas, se perdona una injuria, se absuelve al acusado y se indulta al delincuente. Como se aprecia de las líneas anteriores, detrás de estas nociones se halla la idea de la clemencia en favor de quien ha quebrantado un deber o una norma.
La reconciliación es otra cosa. Su origen se halla en la palabra latina: “reconciliāre” y se conforma por el prefijo: “re” y el sustantivo: “concilium” (que significa: “Asamblea” o “reunión”); de este modo, reconciliarse significa volver a las amistades; o bien, atraer y acordar los ánimos desunidos; en resumen, reconciliar es “hacer volver a alguien a la reunión”.2 Detrás de este concepto, pues, no necesariamente se halla una indulgencia; se reconcilian los que tienen la voluntad y la capacidad de hacerlo; aquellos en quienes, en su ánimo no pesa la carga de una culpa, son libres de reconciliarse; los otros, los reos de cualquier tipo de falta, no pueden ser sujetos de reconciliación, sino de clemencia en cualquiera de sus manifestaciones: La absolución, el perdón o el indulto.
En esta hora, es evidente que no faltarán quienes, al amparo de los resultados del pasado domingo en las internas del PAN, clamen presurosos por una pronta reconciliación que allane los terrenos de acuerdos coyunturales o inclusive, en el extremo del cinismo, en la cima del impudor y la desvergüenza, rueguen para sí -o para otros- la absolución, el perdón o el indulto para sus infracciones estatutarias y reglamentarias más que probadas. Prestarles oídos, creer en su falsa retractación, en su oportuna impostura o en su arrepentimiento estratégico sería un error.
Es en este punto donde uno debe preguntarse si “el horno está para bollos” (o, como se dice ahora, para “cupcakes”).
Porque habría que ver si la impunidad es la mejor argamasa para conseguir un Partido fuerte y unido, capaz de atraerse las simpatías de la sociedad a partir de su credibilidad; o bien, es necesario deshacerse de las “manzanas podridas” y todos aquellos elementos que muy lejos de mirar por el bien de la institución se han dedicado, sistemáticamente, a socavarla desde sus cimientos.
Hacer aquí la pública narración de los tropiezos electorales del PAN en los últimos años me distanciaría de mis lectores que tengan también el carácter de militantes. Por alguna extraña razón, a los panistas nos duele -y nos molesta sobremanera- (a mí no, que conste), leer en letra de molde sobre las fallas y los fallos de nuestros gobernantes; en esa virtud, es que no haré la cronología de esos incidentes; pero es un hecho que el silencio y la complicidad, cuando se traducen en impunidad, no nos pueden conducir a nada bueno.
Entonces, tengámoslo muy en claro, el PAN sólido, fuerte y unido que los panistas deseamos -y Chihuahua necesita desesperadamente-, comienza sin lugar a dudas con el respeto irrestricto a Estatutos y reglamentos, por un lado; y con la sanción puntual para todos aquellos los han incumplido, en cualquier modalidad, por el otro. Y, como lo podría decir la monja del chiste, cuando digo que “a todos”, digo que “a todos”; ya se trate de charales famélicos o de auténticos tiburones.
Una interpretación de estos hechos o de estas palabras, menoscaba la autoridad que la dirigencia en ciernes requiere para conducir con éxito los destinos del Partido. Y conste que cualquiera de los eslóganes que los candidatos sembraron en el imaginario colectivo panista da para afirmar de modo categórico que la Unidad empieza donde termina la impunidad. No hay modo de “hacer lo correcto” si no es llamando a cuenta a los infractores de las normas que rigen nuestra vida interna; la “renovación en acción” pasa, necesariamente, por erradicar cualquier práctica del pasado dañosa para el Partido; y el bien del PAN, algo en sí mismo deseable, querible, se construirá si, y solo si, se sustenta en el cabal cumplimiento de las reglas internas que nos definen.
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1 El desarrollo de estos párrafos le debe todo a una obra fundamental en mi vida que leí muchos años ha y que aún conservo. BARCIA, Roque. Sinónimos Castellanos. José María Paquineto. Editor. 1890. España.
2 Real Academia Española. Diccionario de la Lengua Española. 22ª edición. 2001.