DEADPOOL: La falsa parodia

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deadpoolPor: Sergio Bustamante.

En la convergencia de concluir la llamada “Trilogía del Cornetto” con The World’s End (2013), el gran director Edgar Wright hizo su debut en el cine norteamericano con Scott Pilgrim vs. the World (2010).

Basada en el cómic homónimo, Scott Pilgrim fue el medio por el cual Wright se enfrentó a un nuevo nivel exigencia en filmación (aunque tuvo la ventaja de ser co-producción canadiense y de hecho se filmó en Toronto) y también sirvió como ensayo para dos cosas: La mencionada The World’s End, cuya temática era de ciencia ficción y, tal vez, como prueba del contrato que le llegaría poco tiempo después para ser el encargado de adaptar Ant-Man al cine.

The World’s End fue un cierre con broche de oro y una de las mejores cintas del 2013, sin embargo, Ant Man significó un trago amargo para Wright, pues mientras éste pretendía hacer cine a partir del cómic de Jack Kirby y Stan Lee, los directivos de Marvel querían una cinta que se apegara a los facilones parámetros comerciales de sus sagas.

Al final, Wright y Joe Cornish (co-guionista), renunciaron al proyecto y Peyton Reed retomó dignamente la base argumental que dejaron.

Lo cierto es que ese desencuentro fue una lástima, Wright no solo había estado filmando una cinta divertidísima e inteligente, sino que con Scott Pilgrim demostró una capacidad de adaptación/apropiación no vista antes en ese cine. En otras palabras, la elección de Wright como director para una película del Universo Marvel era ideal, y sobre todo, necesaria.

Los efectos visuales de Scott Pilgrim vs. The World fueron realizados por el estudio Blur, el cual fue fundado a mediados de los noventa por un tal Tim Miller, y por David Stinnett, un discípulo del legendario Stan Winston.

Fue Miller quien se hizo cargo de supervisar la labor de efectos especiales aplicados a Scott Pilgrim. Es decir, tuvo que ver una y otra vez el trabajo (casi completamente editado) de Edgar Wright. Estudiar y apreciar la visión y concepto de lo que es hacer una cinta de acción seria, pero divertida, que hace parodia de su universo y el nuestro, y que además está basada en un cómic.

Hoy que a Miller le tocó hacer lo propio debutando con Deadpool podemos llegar a una certera conclusión: no le aprendió nada.

Claro, Scott Pilgrim y Deadpool son dos cosas completamente diferentes… ¿Lo son? Scott Pilgrim es un adolescente sin escrúpulos que debe conquistar el amor venciendo a los siete ex novios de la chica que ama. Deadpool es un adulto que se comporta como adolescente sin escrúpulos que, al final de cuentas, debe pelear por amor venciendo a los tipos que secuestraron a su amada. Scott Pilgrim se mueve en un terreno metaficticio Deadpool comienza… bueno, para allá vamos. Lo cierto es que independientemente de que sean dos estilos de comedia muy diferentes (Wright, como buen británico, tiene toda la escuela del Monty Python), Miller pudo haber aprendido mucho para su debut, pero terminó cayendo en su propia trampa. Y feo.

Los créditos iniciales de Deadpool, aparte de visualmente excelentes (cortesía de Blur Studio, faltaba más) establecen no sólo el tono de parodia, sino hasta donde la piensa llevar. Nos medio presenta al protagonista, pero más que nada, la promesa de transgresión.

Está cinta va a derribar uno por uno los clichés a los que tanto se socorre el universo cinematográfico de los superhéroes, piensa uno.

Y es lamentable ver que Deadpool termina siendo cada uno de esos clichés. Y lo peor: involuntariamente. Poniendo gags en el camino que, supuestamente, apuntan a otra dirección cuando la verdad es que se dirigen al lugar común: El héroe rescatando a la chica, el amor que todo lo mueve, el secundario de apoyo, el villano con acento, el sidekick chistosito y una inagotable fuente de recursos vistos cientos de veces. Ah, y el tradicional cameo de Stan Lee que aquí ni al caso viene. ¿Dónde diablos está lo transgresor? La promesa inicial, lo diferente. Vamos por partes.

La primera secuencia de acción (de la cual salen los captions de los mencionados créditos iniciales), es una introducción in medias res del superhéroe en la cual se establecen su personalidad, leitmotiv y villano. Vaya, si algo se le reconoce a Miller es captar inmediatamente la atención y tomar buen ritmo desde esos primeros minutos. Más aún, introduce de hecho a la mayoría de los personajes secundarios, y a partir de ahí iremos hacia un flashback para conocer los orígenes de Deadpool.

Wade Wilson (Ryan Reynolds) es un ex marine convertido a mercenario que ahora dedica su tiempo a trabajitos especiales, léase pone sus habilidades de justiciero al servicio del mejor postor.

Este “ético” personaje, pues nunca abusa del débil, encuentra en otra mercenaria como él, Vanessa (Morena Baccarin), una especie de redención; y comienza así una relación casi perfecta que lo lleva incluso a pensar en llevar su vida hacia otra dirección hasta que se entera que padece cáncer terminal.

En esa inflexión de muerte acepta la invitación de un misterioso personaje que le promete curarlo si se somete voluntariamente a un procedimiento médico en fase de pruebas. Está de más decirlo, pero dicho procedimiento resulta un experimento militar y ahí es donde Wade Wilson se convierte en Deadpool.

La sinopsis no tiene nada de nuevo, finalmente tiene que ser fiel al cómic, pero el desarrollo tampoco busca precisamente ser innovador. Deadpool, ya como un personaje impedido a regresar con Vanessa gracias al rechazo que produce su apariencia de quemado, encuentra que con sus adquiridos súper poderes puede aplicar un nuevo concepto de justicia y de paso averiguar el paradero de Ajax (Ed Skrein), el doctor que lo convirtió en lo que es, y así vengarse.

Lo que sigue es el clásico modelo de cinta de superhéroes: aprendizaje, dominio, enfrentamiento, venganza, final casi siempre feliz. Supuestamente es el humor turbo sarcástico y la meta-parodia lo que hace de Deadpool una película diferente, el problema es que dicha comicidad está tan calculada que en lugar de ser irreverente se siente segura, muy pre-producida. Es falsa.

De alguna forma es comprensible que la Fox y productores tomen la vía segura. Por un lado, está un director debutante como Tim Miller. Por otro, Ryan Reynolds retomando el personaje que tan fallidamente presentó en X-Men Origins: Wolverine (Gavin Hood, 2009) y ni hablar de su Green Lantern. Y por último, el reciente fracaso del reboot de Fantastic Four (Josh Trank, 2015), así que Deadpool fue una apuesta arriesgada que juega a reacomodar el cine de superhéroes bajo términos no de argumento, sino de tratamiento. Después de todo, lo mínimo que pueden hacer con las sobras que Disney dejó de Marvel es: o dejárselo a un cineasta ya probado en el asunto (Bryan Singer y lo que ha hecho con X-Men) o llevarle la contraria a sus producciones. Y sí, el hecho de Ryan Reynolds, un tipo que en verdad se comprometió con el personaje e impulsó durante años la producción de esta película, sea el protagonista, ciertamente ayuda. Nadie tiene una mejor Vis cómica para Deadpool. Sumado a ello, la historia está estructurada de tal forma que Reynolds, lo mismo narrador en off que rompiendo la cuarta pared a placer, nos conduce entre su pasado y presente haciendo una película dinámica y justificando su humor y acciones. Estas elipsis, se podría decir, son la propuesta más atractiva de la película, pero hasta ahí llega su promesa, y fuera de ello, esto es más de lo mismo.

Complaciente. ¿Por qué forzar la aparición de dos X-Men? Aparte de que no son graciosos, una escasa burla a la corrección de Superman y los millennials, le hacen sombra al buen ritmo cómico que Reynolds le imprime a la historia. Lo peor de estos dos personajes es que sutilmente implican que los guionistas no escribieron a un protagonista lo suficientemente sólido para sostener la cinta por si mismo. Ouch.

Los guiños y referencias. Si Deadpool desea transgredir al cine de superhéroes en general ¿por qué está plagada de guiños? Misma conclusión, un guión que a falta de fluidez e ingenio para darle la vuelta a las historias de siempre, se apoya en mofarse de cuanta referencia cinematográfica sea posible. Siendo objetivos, varios de sus gags en verdad causan risa, pero en esa misma línea de neutralidad hay que decirlo: creer que decir muchas groserías y burlarse de todo es cine irreverente y logrado, ciertamente es de novatos.

La historia. A partir de que la película abandona los flashbacks para volverse una historia lineal, también es que se convierte en eso que justamente hemos visto en muchísimas ocasiones. Peligrosamente, incluso, similar al planteamiento de la edición de Wolverine en la que Deadpool hizo su debut. ¿El superhéroe más cínico de la pantalla movido por el amor? Así no era.

Se podrían escribir párrafos señalando más de su falsa parodia. Pero al final todo se resume en la gran contradicción. Si Deadpool fuera tan diferente, tan refrescante, no tendría escenas escondidas post créditos. Dichas escenas, para colmo, en un acto dizque burlón, no van sobre la continuación de la ya segura franquicia, sino que extendiendo el interminable chiste referencial, son un homenaje a John Hughes y su Ferris Bueller’s Day Off (1986). Habremos toda una generación que amamos dicha reverencia, pero no imagino la cara de los millennials cuando vieron la escena, si es que tuvieron la paciencia de llegar hasta al final, lo cual dudo.

O sea que Deadpool termina no sólo imitando al cine que pretendía criticar, sino que aparte exige más conocimientos de cultura pop que sus pares. Bonito embuste.

 

 

 

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