Comprensible, pero por demás erróneo, Desierto ha sido etiquetado como un filme sobre la inmigración. Un retrato sobre las vicisitudes de los migrantes ilegales en su paso por la frontera entre México y Estados Unidos. Nada más equivocado.
Desierto, de ninguna forma, es una película que ponga en el centro de la mesa dicha problemática así como tampoco es una denuncia puntual. No. Desierto es un thriller que se sirve de tales circunstancias para ser cine de sobrevivencia pura. Bajo tal contexto, no hay duda que su tema puede malinterpretarse, y más si hasta la distribuidora insiste en venderla de tal manera. Sin embargo y afortunadamente, su análisis exige voltear hacia otras formas, que es donde su autor y director, Jonás Cuarón, tiene sus aciertos y también errores.
Pensaría uno que con la escuela que significa su padre, Alfonso Cuarón quien aquí funge como productor para bien y para mal, sumado a los años de experiencia trabajando y viendo la industria desde ambos lados de la cámara, Jonás apostaría por el lenguaje antes que las descripciones, pero dicha suposición se cae en el primer minuto en cuanto un tiro panorámico nos explica algo que hubiera sido preferible estuviera libre de presentaciones y títulos. Y ni hablar de los primeros rostros que vemos. A partir de aquí, entonces sí, la cinta va sobre eventos, no necesariamente dialogados, que narran.
Una camioneta con una docena de migrantes, mexicanos todos ellos, y los infaltables polleros, van cruzando la frontera de los EU (ya de ese lado) hasta que se descompone a mitad del camino. Moisés (Gael García), uno de los pasajeros y quien tiene experiencia en mecánica, les dice en pocas palabras que el motor ya valió, y a partir de aquí estos personajes comienzan el resto de la travesía a pie.
Cerca de ahí tenemos a Sam (espléndido Jeffrey Dean Morgan), un indescifrable ciudadano estadounidense que vaga en su camioneta por los mismos terrenos acompañado por un über disciplinado y fiel perro que parece más una calculadora bestia cazadora. Sam va y viene en su vieja camioneta sin algo relevante que hacer pero con mucho de lo cual quejarse, como el calor o los policías metiches. Sam sólo desea ver qué encuentra para cazar por el área.
Hechas las introducciones, no hay giros ni desviaciones narrativas, sabemos a dónde se dirige la trama, y el encuentro de este hombre con el grupo desatará un juego del gato y el ratón en el que sobrevivirá el ¿más listo? Tal vez no, ni tampoco el mejor adaptado, sino el que posea el instinto más feroz de supervivencia. Y ahí es donde la cinta se vuelve despega.
Elemental en todos los aspectos (hasta en el nombre del perro: Tracker), Desierto fundamenta su valor, y por ende casi única virtud, en el aspecto persecutorio. Cuarón establece rápidamente la trampa para sus personajes y para nosotros como audiencia: planicies perfectamente diseñadas, con sus arbustos y espacios abiertos en los que, casualmente, Moisés, un par de inmigrantes y un pollero, se han quedado atrás del resto del grupo que va a paso veloz. ¿Son ellos las primeras y únicas víctimas, o los que se salvarán del salvajismo de un hombre harto de los cientos de ilegales que cruzan su frontera diariamente? Está de más decirlo, pues la trampa es precisamente ser transparente, hacer hincapié en quiénes se van salvar y quiénes van a morir rápidamente. A esta falta de sorpresa y tensión dramática, al menos Jonás responde con la ironía de que al matar ilegalmente, Sam se iguale en condiciones con ellos. Y por supuesto, con el inicio de una persecución encarnizada, bien filmada y sobre todo mejor editada.
Y es que hay que decirlo, si no fuera por el ritmo y la constante sensación de peligro, el filme no propone subtexto alguno, ni denuncia y mucho menos desarrolla a sus personajes. Y he ahí otra ironía o hasta acierto involuntario: Sam es un villano inusual en este tipo de cine porque no es el asesino desértico de características slasher a la Wolf Creek (Greg Mclean, 2005), y fuera de esa motivación de justiciero racial, desconocemos casi todo de él, no es un tipo que se regodee hablando con sus presas pero intuimos una tragedia pasada que le otorga cierto atractivo. Puntos aparte al perro, quien al ser su único “interlocutor” lo hunde más en conflicto.
Con estos elementos Jonás dirige una cinta sumamente lineal donde la persecución es el músculo, aunque con altibajos justo cuando es más propositiva, cuando los personajes actúan contrario a la lógica. Es ahí donde los eventos se resuelven sin mayor problema cual si no estuvieran en un lugar donde la orientación y la fuerza son complejas y casi imposibles conforme pasa el tiempo. Entretiene, sí, pero no permite llegar al borde del asiento como deben de hacerlo este tipo de cintas, como lo hacían sus pares del Ozploitation llenas de absurdos y frenesí, y como incluso lo replicara el cine norteamericano con otros clásicos como Duel (Steven Spielberg, 1971). No hay empatía, pues hasta Sam y el perro roban cámara como antagonistas no desagradables (ojo con el homenaje a Jaws, hablando de Spielberg). No termina de convencer. Y la razón no es el limitado registro de Gael García siendo el Gael de decenas de películas más. Tampoco la falta de experiencia de Jonás, pues muestra oficio para la acción en un debut que podríamos decir es interesante. Ni tampoco la falta de relevancia en un tema político-social. Tal vez sea que en sus últimos minutos Desierto muestra por fin su carácter de película de horror, un terreno al que el cineasta pudo haberse socorrido con osadía y mejores resultados.
Ahí es cuando Jonás maximiza ahora sí el lenguaje y la metáfora de la desorientación, cuando pone a sus personajes en un predicamento sin ofrecernos respuestas ni lecciones de superioridad moral, ahí es donde la película se muestra como una obra que no se atrevió a ser.