Por: Manuel Narváez Narváez
Email: mnarvaez2008@hotmail.com
Si hay un término que distingue a la administración de López Obrador sería: Dadivoso.
La óptica y generosidad con la que el gobierno de México encara los problemas ancestrales que originan el desplazamiento de millones de personas desde sus lugares de origen y la violencia que generan, a propósito de la marginación y olvido, desata cualquier cantidad de pasiones.
Creo justo reconocer que el plan de austeridad implementado para eliminar privilegios de todo el aparato gubernamental a través de ingresos sobre evaluados, muy por encima del promedio de los países de la Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico (OCDE); ha permitido ahorros sustanciales al gobierno federal.
Aunado al plan de austeridad, el adelgazamiento de la nómina burocrática trae consigo ahorros sustanciales, pero a costa de suprimir puestos de trabajos esenciales en el sector salud y en detrimento de los derechos laborales de muchos, hay que decirlo también.
En el mismo sentido, la venta de activos onerosos de la administración pública que por años consintió cual jeques árabes al presidente de la república y al séquito de funcionarios de la estirpe dorada, así como la de inmuebles y artículos de lujo decomisados al crimen organizado, han dejado ingresos importantes a las finanzas federales.
Lo controvertido es que el grueso (si no es que todo) de esos recursos están comprometidos para sufragar las becas de adultos mayores y jóvenes, a granel, sin haberse realizado una depuración objetiva para hacerlas rendir y entregarlas a quienes realmente lo necesitan.
La preocupación del sector empresarial y la queja constante de una clase media que se encoge a pasos agigantados, subyace en que el noble origen del plan de austeridad y venta de activos se ha pervertido para satisfacer un proyecto electoral en beneficio del partido en el gobierno. Tema abordado suficientemente.
La gota que puede derramar al vaso o colmar la paciencia del ciudadano promedio es el giro sin rumbo, o como coloquialmente se dice “la cabra tira al monte”, que ha tomado el presidente mexicano para no asfixiarse con el cordón umbilical que el presidente Trump enredó en el cuello de su par azteca.
Mientras que el presidente norteamericano se regodea en el arranque de su campaña por la reelección, tras la ´hazaña´ de haber obligado a la administración de AMLO a tragarse el discurso de fronteras abiertas, el mandatario mexicano ordena invertir en el exterior una gran cantidad de recursos públicos para detener el éxodo centroamericano.
Si la presión norteamericana ya resulta por demás incómoda, las calificadoras internacionales hacen coro al recortar la proyección del crecimiento económico de México para este año, a un miserable 1.2% del PIB.
En peras y manzanas esto quiere decir que el resto del año va a estar de la chingada para la mayoría de la población trabajadora y no trabajadora, porque la administración pública va a tener menos dinero para hacer frente a tanto compromiso adquirido. De invertir en obra pública, ni en sueños.
Frente a este panorama tan complejo y complicado, el presidente López Obrador alardea que cuenta con 280 mil millones de pesos para hacer frente a cualquier eventualidad; además, se jacta, de que va a obtener dinero de la venta del avión presidencial que Calderón le compró a Peña Nieto, para garantizar empleo y seguridad social a los inmigrantes que pacientemente esperaran en nuestro territorio, la respuesta estadounidense a las peticiones de asilo.
Pese a la carga financiera que le representa al erario la adopción ´temporal´ de cientos de miles de inmigrantes ilegales, el Estado mexicano ha dispuesto, según palabras de Marcelo Ebrard, secretario de relaciones exteriores, una inversión millonaria (en dólares) en El Salvador, país centroamericano que expulsa anualmente un 5% de su población total, verbigracia de sus gobiernos fallidos y la persecución de una de las clicas más miserables y sanguinarias del orbe: ´La mara salvatrucha´.
El argumento del canciller mexicano es que se trata de un programa prioritario del presidente Andrés Manuel López Obrador, para desarrollar un plan integral denominado “sembrado vidas”, en ¡El Salvador!.
No se trata de restarle méritos a los ímpetus dogmáticos colonizadores del régimen morenista, sino de hacerle un fuerte llamado de atención para que rectifique el rumbo. Cómo carajos derrocha sin piedad el dinero de los mexicanos dizque para sembrar vidas en otros países, cuando en el territorio nacional se siembra muerte por miles, con una buena cuota que aportan criminales provenientes precisamente de El Salvador y Colombia.
Creo que ya son suficientes las alertas que advierten sobre una posible recesión en México, como para que la administración lopezobradorista disponga a manos llenas de los recursos públicos en programas asistencialistas e inversiones PÚBLICAS en el extranjero, mientras que millones de mexicanos, de todas las edades, esperan oportunidades de empleo con buena paga.
Vaya costumbre egocéntrica y traición a la patria de los presidentes mexicanos. No sólo fue Santa Ana, sino también Peña Nieto que le condonó 500 millones de dólares a Cuba (2013); y ahora AMLO que busca emular a los sacadólares del sexenio del perro JOLOPO, llevando nuestro dinero al extranjero. Que desfachatez.
P.D. Ese candil de la calle ya empieza a caerme gordo.