Con la anterior, contamos dos semanas desde que, a través de redes sociales y de otros medios de comunicación, nos hemos enterado de los presuntos planes de un cártel de detonar granadas en varios municipios durante las “celebraciones” del quince de septiembre. Estas noticias han sido negadas por Leticia Soto y por el general Pinto, “encargados” de la seguridad pública en el estado.
Es difícil saber el grado de veracidad de la información que surgió en redes sociales a través de un video, en el que se puede ver cómo es ejecutado un supuesto miembro de la organización criminal que planea (o planeaba) llevar a cabo los atentados. Por su parte, autoridades estatales pidieron auxilio y solicitaron la presencia de ciento ochenta efectivos policiales más y aseguran tener un plan de contingencia ante cualquier posible agresión hacia la población.
A mí me sucedió, sin ánimos de entrar en paranoias o esquizofrenias, que me invadieron las ansias por comprender qué es lo que está sucediendo en el país y en muchas partes del mundo, el por qué de la violencia sistemática o sistémica. ¿Cómo se engendró esto que culminó como una guerra civil?, ¿por qué?
Sabemos que la guerra contra las drogas es “inventada” en Estados Unidos allá por los años sesenta, y que como la guerra contra el comunismo en su momento, y contra el terrorismo después, ha servido para encubrir intereses geopolíticos del gran capital. Pero, ¿eso es todo? Me gustaría contar una pequeña anécdota para después comentar los resultados de mi curiosidad.
Hace algún tiempo, debido a ocupaciones profesionales, tuve la oportunidad de dialogar con un ex sicario. Cuando supe de su pasada labor, me interesé en conocer su experiencia en las filas del “crimen organizado”, y me llevé no pocas sorpresas. Una de ellas giraba en torno a la motivación que tuvo para acercarse a esa actividad:
-Y, ¿por qué se hizo sicario?, ¿no tenía trabajo?
-Sí tenía trabajo, no muy bien pagado, pero tenía. Un día llegó mi hermano con otro camarada y me dijo: “anímate, está a toda madre andar matando cabrones”. Yo sabía que pagaban poco y que a veces ni pagaban, y ni cómo reclamarles. Pero a uno le gustan los chingadazos y le calientan a uno la cabeza…
Esta declaración me sorprendió bastante, ya que en la academia no toman en cuenta el factor violencia a la hora de explicarse el fenómeno del “crimen organizado”. Si bien es cierto que el bajo salario, el bajo poder adquisitivo del dinero y la falta de empleo contribuyen a engrosar las filas del crimen (ejército de reserva se le ha llamado al pueblo), existe un factor determinante para acercarse a él: el gusto, la familiaridad con la que se mira la violencia.
Al tratar de comprender ésto encontré dos buenos textos que ahora mismo recomiendo: La comunidad que viene, de Giorgio Agamben y Los Condenados de la tierra, de Franz Fanon.
Agamben asegura que la humanidad tiene ante sí, por vez primera, el reto de aceptarse como portadora de todo bien y de todo mal, y renunciar a la idea de que por naturaleza somos seres malos (idea en la que se sustenta la iglesia católica y el estado) o, por el contrario, a aquella que promueve que sólo podemos concebir el bien. Citando a un filósofo asegura que “la verdad se realiza a sí misma y a lo falso”. Tener lugar en la tierra, nos dice, es apropiarnos de nuestra capacidad de bien y de mal, así como la de aceptar la de todos los seres y todas las cosas, y aceptarla.
Fanon, por su parte, asegura que el pensamiento colonial (neocolonial) se maneja separando dos mundos en lógicas distintas: la zona del ser, “donde los derechos de las personas son respetados y donde la violencia es excepcional, y la zona del no-ser, donde la violencia es regla”[1]. Ante la etapa de decadencia del capital, en la que vivimos, las clases dominadas ya no somos integradas, sino que se nos vigila y se nos extermina porque nos volvemos un estorbo, y se militarizan los barrios y las ciudades enteras.
Si hacemos una mezcla de estos pensamientos, podríamos aceptar que, en general, México vive, junto con países del medio oriente y otros, en una zona del no-ser, en la que sólo se benefician como administradoras de los intereses del capital las altas burocracias estatales, y que mientras no aceptemos la capacidad de bien y mal de nuestra propia persona y de las que nos rodean, no seremos capaces de fundar una sociedad nueva, la comunidad que viene.
El espacio y la naturaleza del texto no permite una reflexión más amplia, y mucho menos un diálogo, pero encontré necesarias estas líneas, para mi tranquilidad y para llamar al debate.
¿Será éste el trasfondo, la “verdad histórica” de los 43?
[1] Raúl Zibechi, artículo publicado en La jornada, 4 de septiembre de 2015.