Desde el inicio o una vez llegados al final. Como desee verlo el espectador. Hay dos indicios muy claros del desgaste del UCM (Universo Cinematográfico Marvel) y lo que productores et al, hacen por rescatarlo (¿maquillarlo acaso?): Reparto y/o director probado; y reciclaje.
Para la entrada de Doctor Strange a dicho universo, son Benedict Cumberbatch, protagonista; y Scott Derrickson, director, los encargados de expandir las historias que a esta altura ya están entrelazadas en cantidad de subtramas que prometen extenderse al, irónicamente, infinito. Mientras Derrickson ha labrado una carrera por demás sólida en el cine de género con títulos como The Exorcism of Emily Rose (2005) Sinister (2012) y Deliver us from Evil (2015), Cumberbatch es la nueva sensación británica que con éste filme ahora sí consolida su figura como estrella de Hollywood. Las innegables tablas y buen registro del histrión permitieron que Doctor Strange planteara buena fidelidad hacia su fuente, pero también que reprodujera con cierta suspicacia la personalidad arrogante que tanto le ha redituado a Marvel (monetaria y narrativamente) con el Iron Man de Robert Downey Jr. Es decir, la cinta propone a un nuevo superhéroe tanto como lo recicla. Humor incluido.
El giro, si se desea ver cómo tal tomando en cuenta que la historia es por demás conocida, viene con el involuntario camino que toma este doctor hacia la heroicidad. Diferente al de Stark y su conflictuada megalomanía. Sucede que Stephen Strange es un cirujano sumamente exitoso que ve en la ciencia y su vocación el todo. Vive y muere por salvar vidas y hacer milagros. Y por supuesto por el reconocimiento que conlleva. Cuando un accidente destruye los nervios de sus manos dejándolo permanentemente imposibilitado de volver a practicar la medicina, tendrá que recurrir a métodos que en sus tiempos de gloria hubiera despreciado con desdén.
El filme bien hace aquí en tomarse una pausa para desarrollar la personalidad de Strange. Se nos presenta a un individuo que en realidad sí tiene opciones para seguir ejerciendo su profesión aunque no pueda operar, pero cuya terquedad (o deseo absoluto de renombre) lo ciega ante lo que él cree es mediocre. Una vez que Strange agota todos los medios y su capital, se entera de que un ex paciente suyo que estaba condenado a una silla de ruedas, se recuperó providencialmente y ahora hace su vida normal. La búsqueda de explicaciones lo llevará hasta Nepal, que es donde el personaje comienza su travesía espiritual hacia la condición de superhéroe.
A partir de este punto, el doctor cuya visión no aceptaba más que hechos científicos, tendrá que abrir sus horizontes a curas y razonamientos que le son tan nuevos como absurdos, es decir, no es el Stark que consolida su genio y sale adelante por mérito propio, sino el Strange que debe aprender nuevos trucos y poderes, pero ante todo y antes que nada, humildad.
Si Doctor Strange tiene en la figura de Cumberbatch el sostén suficiente para lo que sigue, el reparto que en este punto hace su introducción, cumple una función doblemente valiosa. Tenemos a Mordo (Chiwetel Ejiofor) y una extraordinaria Tilda Swinton (La Ancestral) como sus nuevos maestros/aliados y a Mads Mikkelsen (Kaecilius) en el papel antagonista. Sin embargo, y no por darles el foco que se merecen (finalmente Mikkelsen está algo desperdiciado), la cinta se centra en el artificio visual del mundo de Strange (igualmente valioso) y deja de construir la interesante mitología de un superhéroe que aún tiene muchos dogmas que abandonar y tanto más que aprender. Strange se verá en la involuntaria misión de defender al mundo contra la amenaza en turno (un villano, para variar, que casi no vemos y se presenta en forma de ente gigante) cuando se supone no está listo y no se nos ha mostrado su crecimiento y gran aprendizaje, no a detalle pues, pero es lo de menos, ya que si la introducción In Medias Res nos había dado una probada de cómo se juega a la guerra en este universo alterno a nuestra realidad, ahora vemos con todo detalle y pomposidad la forma en que el tiempo y sus estructuras (físicas e intangibles) se de-construyen a la Inception de Nolan, aunque aquí sin el sentido onírico de por medio.
La presentación de este campo de batalla tan diferente al resto del UCM (e igualmente sus escasas conexiones al menos antes de las escenas post créditos) empareja a Doctor Strange con la frescura de lo que supuso Guardians of the Galaxy (James Gunn, 2014), pero, a pesar de la superioridad en su gran despliegue visual, no termina por conectar con la misma empatía que sugerían aquellos personajes. Y no por personalidades, valores o porque los comic reliefs no sean igual de efectivos, de hecho Cumberbatch tiene un don cómico, sino porque hay un cierto sentido anticlimático hacia su final. Propiedades que hemos experimentado en el resto de las cintas de Marvel con menor o mayor gozo. En el caso de Doctor Strange, se agradece no abusar de la forma, pero queda el sentido de orfandad en las subtramas y personajes del reparto, como por ejemplo el objeto amoroso de Strange, la Doctora Christine Palmer (Rachel McAdams) quien no pasa de ser el puro relleno por más ganas que le puso McAdams.
Al final, cuando se habla de Marvel, lo que importa es despertar el interés de la futura saga y amalgamarla en la medida de lo posible con el resto del MCU. Doctor Strange cumple con ello y destaca en más de un sentido, pero vaya si tenía los elementos para Derrickson la empujarla hacia donde sus obras anteriores sí fueron.