El dólar norteamericano acaba de romper, como dicen los economistas, “la barrera” de los veinte pesos por unidad, y eso convierte en una urgente necesidad exigir a los señores responsables del manejo de las finanzas nacionales una explicación sobre las verdaderas causas del desastre y para cuándo debemos esperar que la situación mejore. Decirles que el viejo discurso de que las mayorías empobrecidas nada tienen que temer de una devaluación porque su vida cotidiana transcurre lejos del sofisticado ámbito del comercio internacional y de las aún más sofisticadas operaciones y mercancías que lo integran, ya no convence a nadie; que cada día con más claridad y perspicacia, el hombre de la calle se da cuenta de que (para decirlo de una manera plástica) los precios de las mercancías se comportan como el famoso castillo de naipes, en el cual todas las cartas se sostienen unas a otras y dependen unas de otras para la estabilidad del conjunto, a grado tal que no puede retirarse una sola de ellas sin que se venga abajo toda la estructura, y que por eso, ve con desconfianza e irritación crecientes que se nos recete la misma medicina narcotizante, el mismo discurso manoseado e inservible, como si los financieros del Gobierno hubieran aprendido su ciencia en el corrido del gran compositor popular, el coahuilense Felipe Valdés Leal, titulado “Los que vuelven”, que en su parte conducente dice: “Si el dólar sube pos qué le hacemos / que suba o baje lo mismo da / ya que de pobres nunca saldremos / de Dios que se haga su voluntad”.
El pueblo mexicano necesita saber qué está pasando con la economía del país, y en particular, con la política monetaria del Gobierno. Por mi parte, quiero comenzar diciendo que, al menos a primera vista, la crisis del peso no parece tener su explicación en los postulados más conocidos de la teoría económica al uso. En efecto, según esta teoría, la proporción cuantitativa en que una moneda “X” se cambia por otra moneda “Y” (en nuestro caso, el dólar por pesos mexicanos) es la misma que guardan entre sí las capacidades adquisitivas de ambas. Es decir, que si por cien pesos mexicanos yo recibo cinco dólares, eso significa que con los cinco dólares debo poder comprar exactamente la misma cantidad de bienes y servicios que con los cien pesos mexicanos. Y que la tasa de cambio entre “X” y “Y” solo puede alterarse, y necesariamente se altera, con la pérdida de capacidad adquisitiva de una de ellas. Ahora bien, la forma más visible y corriente en que se manifiesta esa pérdida de poder adquisitivo es la inflación, y en México, si hemos de creer en los informes oficiales, la inflación se ha mantenido prácticamente constante en torno al 3% en los últimos años. Es decir, que para los fines que aquí nos interesan, no ha habido inflación y, por tanto, la devaluación actual no puede explicarse por este camino.
Sin embargo, hay que recordar que, según esa misma teoría, el dólar es, para los mexicanos, una mercancía como cualquier otra, sujeta por tanto a las mismas leyes que cualquier otra. De ello resulta que el encarecimiento de la mercancía dólar debe entenderse de igual manera que el encarecimiento de cualquier otra mercancía, es decir, como una prueba irrecusable de la pérdida de poder adquisitivo del peso, como la manifestación de un proceso inflacionario que determina y exige el cambio de paridad entre ambas divisas. ¿Quiere esto decir que los informes oficiales sobre inflación son falsos; que no se nos está diciendo la veracidad sobre el verdadero movimiento de los precios? Así pareciera ser a primera vista. Pero sigamos un poco más adelante. La inflación, a su vez, depende de modo directo e inmediato de la cantidad de dinero que circula dentro de la economía de un país. Esta cantidad no puede aumentarse ni disminuirse a capricho, sino que debe guardar una cierta proporción con el valor en dinero del total de bienes y servicios producidos por un país en un período de tiempo determinado (un año por ejemplo), y puede calcularse con más o menos exactitud si se conoce el nivel medio de los precios y la velocidad de circulación del dinero (ecuación de Fisher). ¿Hay un exceso de circulante en la economía nacional? ¿Y de dónde habría venido ese exceso si ese fuera el caso? ¿Del incremento acelerado de la deuda externa y de una mala aplicación improductiva de los créditos contratados? ¿Del superávit de nuestra balanza comercial con los EE.UU.? ¿De las remesas de nuestros paisanos residentes en este país? ¿Y por qué habría permitido el Banco de México el incremento excesivo del circulante pudiendo evitarlo? Para ser sinceros, no parece fácil hallar aquí la explicación de la crisis.
Pero todavía queda la posibilidad de explicar la devaluación de acuerdo con la teoría económica al uso si no olvidamos que la mercancía dólar, como tal, está sujeta también a la famosa y todopoderosa ley de la oferta y la demanda. Según esta ley, el encarecimiento del dólar puede deberse, bien a una escasez de la oferta de dicha divisa, o bien a un exceso de demanda de la misma. Desde mi punto de vista, si tomamos en cuenta el incremento de la deuda nacional, las reservas del Banco de México, el superávit de nuestra balanza comercial con EE.UU. e incluso las remesas de nuestros compatriotas emigrados al norte, la escasez no puede ser la explicación del proceso. Queda el exceso de demanda y aquí se abren dos posibilidades: que tal exceso obedezca a causas “legítimas”, por decirlo así, o que sea artificialmente provocado con fines especulativos. El incremento legítimo tendría que venir de un acelerado crecimiento de la economía, principalmente, y éste, a su vez, debería reflejarse en un crecimiento apreciable del empleo y del PIB, lo cual no está ocurriendo. Por el contrario, todos sabemos que el crecimiento de nuestra economía es del todo insuficiente para nuestras necesidades. Por tanto, tampoco está en esto la explicación de la devaluación. Solo queda, como última posibilidad, el incremento especulativo de la demanda, lo cual nos coloca, automáticamente, fuera del marco de la teoría económica del capital para ubicarnos de lleno en el mundo de las maniobras y los abusos de los poderosos en contra de los débiles, sean estos personas o países.
Y en efecto, una de las últimas explicaciones del ex Secretario de Hacienda, Dr. Luis Videgaray, fue precisamente que el peso estaba siendo víctima de “un ataque especulativo”, razón por la cual estaba moderadamente optimista de que, más pronto que tarde, el peso recuperaría su valor real. En la jerga económica, especular quiere decir maniobrar inescrupulosamente para comprar barato, vender caro y hacerse rico con este juego de manos sin arriesgar nada y sin producir absolutamente ninguna riqueza nueva. Ahora bien, ¿quiénes serían en tal caso los especuladores? ¿Son acaso las empresas exportadoras que presionan al peso a la baja para ganar competitividad en el mercado norteamericano? ¿Se trata de la huida de capitales “golondrinos” por temor de que los negocios en México vayan a la baja por la caída de los precios del petróleo y por el “efecto Trump”, o atraídos por la promesa de una subida de las tasas de interés en EE.UU.? ¿Se trata de la exportación de utilidades de las trasnacionales, o de la fuga de divisas hacia los paraísos fiscales? ¿Se trata de una balanza de pagos altamente deficitaria, es decir, del pago excesivo de fletes y otros trasiegos “invisibles” de capital hacia el extranjero? De ser alguna o algunas de estas causas la explicación de la crisis, ello vendría a demostrar, por enésima vez, la gran debilidad y vulnerabilidad de un modelo económico que depende de la inversión extranjera para su crecimiento y de un solo mercado extranjero para sus productos de exportación que, además y por esa misma causa, deja de lado la producción de bienes de consumo masivo para el mercado interno y el fortalecimiento de la capacidad adquisitiva de ese mismo mercado. ¿Es por eso que se rehúye la verdadera explicación del problema?
Sea como sea, el hecho es que la función principal del Banco de México es mantener la paridad de nuestra moneda frente al dólar y que, para poder cumplir eficazmente con esta función, dispone tanto de la autoridad como de los mecanismos necesarios y suficientes para ello. Los economistas tradicionales aceptan que es obligación del banco central controlar la inflación, pero hasta ahí se quedan, como si quisieran decir que tal control busca “solo” defender la economía de los consumidores. Y aunque esto es cierto, no es toda la verdad. Ni siquiera su parte esencial. El verdadero objetivo es, como ya queda dicho, garantizar la estabilidad del peso con vistas a los grandes negocios internacionales. Por tanto, son la Secretaría de Hacienda y el Banco de México quienes deben dar al pueblo mexicano una explicación detallada, suficiente y creíble sobre las causas de la actual debacle del peso, una debacle cuya víctima será, casi con seguridad, ese mismo pueblo. Y mientras más pronto lo hagan, mejor será para la paz y la estabilidad social. De paso diré que, si como parecen indicar las últimas encuestas, Trump gana la elección en EE.UU., quedará probado que el esfuerzo de México por dialogar con ese señor fue correcto, y que quienes se dieron vuelo vapuleando a los responsables de la iniciativa, estaban equivocados y dañaron, gravemente y sin necesidad, la unidad y la soberanía nacionales. Lo digo solo para constancia.