ECO DE LA MONTAÑA

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eco de la montañaPor: Sergio Bustamante.

 

Tomando en cuenta la relevancia comercial que ha adquirido el cine documental en los últimos años, y sobre todo su maduración visual-tecnológica y la cantidad de temas que ya explora, uno pensaría que el veterano director Nicolás Echevarría regresaría, tras doce años de ausencia en el largometraje, con una obra dinámica que tocara alguna problemática en turno al son de las tendencias narrativas que hemos presenciado. Claro, sin que esto signifique que todos los documentales han sido exitosos en su objetivo, pero sí queda claro que es, tal vez, el género más saludable  y sólido en tiempos recientes. Particularmente en México aunque las distribuidoras y cadenas continúen relegándolo.

Echevarría, sin embargo, no sucumbe a ello y realiza como él mejor sabe. No sólo eso, sino que aprovecha la posición privilegiada que se ha ganado dentro de las comunidades indígenas y se adentra (y nos lleva) en el peregrinaje de Santos Motoapohua, mejor conocido como Santos de la Torre, Don Santos, y proceso creativo durante la creación de un mural titulado «Viaje Sagrado a Wirikuta».

He aquí lo primero que pudo haber hecho Echevarría: Don Santos, gran artista huichol, fue el autor del mural “El pensamiento y alma huicholes” que se exhibió en la estación de metro parisina Palais Royal que lleva hacia el Museo de Louvre, con motivo de festejar el convenio entre los sistemas de transporte metro de París y el DF, que en intercambio recibió la herrería que adorna una de las entradas a la estación de metro Bellas Artes. Dicha inauguración fue realizada pomposamente por el mandatario francés Jacques Chirac y el gobierno priista en turno, que en este caso correspondía a Ernesto Zedillo. Don Santos, sin sorpresa, fue relegado de dicho evento cuando antes se le había prometido invitación, viaje, etc. El resultado: un mural vergonzosamente mal armado y la falta de respeto que ese error implica en todos los sentidos. Echevarría parte de esta insultante anécdota y ahí pudo haber comenzado un filme que denunciara la ya casi sistemática marginación de los gobernantes hacia las comunidades indígenas (por no mencionar el dato de que la obra ni siquiera fue remunerada en su totalidad) al tiempo que dignificara la figura de Santos. Y de cierta forma lo hace, pero no sobre este eje convencional del cine documental mencionado anteriormente, es decir, no denuncia lo obvio, sino que ofrece un reconocimiento profundo de Santos, el artista y el individuo, y su entorno mientras realiza otro mural así como su día a día en el proceso. Echevarría hizo a un lado cualquier aspecto político y señalamiento a sabiendas de que el público en general conoce cómo “se las gasta” esa clase, y el resultado no pudo ser mejor, Eco de la Montaña es un documento fascinante.

Una vez presentada la figura de Don Santos, la cámara de Echevarría y Sebastián Hofmann, co-fotógrafo, se vuelve un testigo silencioso, casi invisible pero omnipresente, de su jornada diaria. Sin entrevistas a terceros ni voces en off descriptivas a excepción de la del propio Santos, que bajo un esquema no lineal lo mismo aparece paseando en el Cerro de la Bufa y hablando sobre la incomodidad de realizar una obra lejos de su rancho, que comprando materiales en una papelería, describiendo su arte, o preparando una ceremonia religiosa. Eco de la Montaña pues, va de un lugar a otro y siempre atrás o a un lado de Santos, registrando lo que sea que tenga que hacer o decir hasta en otros estados de la consciencia, de forma orgánica, espontanea, semejante en su forma a una road movie. Vemos a Santos y su familia en tierra Wirikuta, donde pedirá permiso a los dioses para comenzar un nuevo mural, y de ahí se moverá entre Zacatecas, San Luis y Nayarit sin rigor cronológico alguno, y las experiencias de dicho viaje se van intercalando con la realización del mural titulado “Viaje Sagrado a Wirikuta”, una obra hecha con la tradicional chaquira y compuesta por 80 paneles de 30 x 30 cm que tremendamente detallados exponen apenas una pequeña fracción de la particular visión de Santos.

Lo que resalta en Eco de la Montaña, aparte de su efectiva estructura que cuando menos nos damos cuenta ya nos hizo compañeros de viaje, es la sobriedad y ética con los que Echevarría conduce el filme. Sin juicios de valor apresurados. Tampoco pretendiendo darle un foco que confluya con el tan insulso término de “pueblo mágico”, sino intercambiando dicha etiqueta por otra más adecuada como la equidad, ofreciendo sencillamente un retrato, íntimo eso sí, de una persona y contrastándolo con un entorno ajeno, lo que finalmente dice bastante sobre la marginación en la que vive y el despojo al que es proclive él y la comunidad Wixárika. Un mensaje que afortunadamente no se contamina de vicios acusatorios y en cambio sirve como una mirada paralela al México de la corrupción política y crimen organizado, tan socorrido (porque vende) hoy en día como inspiración de series, cintas y demás.

Nicolas Echevarría hace con Eco de la Montaña un regreso notable. Y nos entrega, como dijo en entrevista, un “cine luminoso”. Un retrato imprescindible y maravilloso, agregaría yo. Y sobre todo, urgente.

 

 

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