Por Marco Antonio Flores Zavala
Una biografía está establecida en Obras, de José Luis Martínez: al inicio del día 19 de junio de 1921, “a la una y veinte minutos de la madrugada Ramón López Velarde muere”. Antes del acontecimiento, escrito en pasado, “lo había confesado y le había administrado los santos óleos el sacerdote jesuita Pascual Díaz”.
Quién sabe en qué estado de delirio o balbuceo de redivivo el jerezano preguntó al padre: “si ya la Iglesia admitía la cremación de los cadáveres para que incineraran el suyo”. El entrecomillado es autoría de Eduardo J. Correa.
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Los acontecimientos del sábado 18 de junio de 1921.
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La confesión es un hecho que corresponde la religiosidad del jerezano y ésta es atendida en diferentes ensayos que consideran los textos y algunos actos que hacen permanecer al escritor y el personaje.
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En lo predicho, en las horas de acecho del fallecimiento, un actor principal es el padre Pascual Díaz, titular en la parroquia de la Sagrada Familia.
Su agencia siempre es atendida por ser obispo de Tabasco y de la Ciudad de México, así como su labor en la rebelión cristera. No iré a ello.
Tampoco responderé la pregunta ¿Cómo sería la relación entre el párroco Pascual Díaz y el licenciado Ramón López Velarde, uno de sus parroquianos? Dos hilos configuran parte de la trama, uno de los abogados próximos al sacerdote es Eduardo J. Correa. El padre, en 1929 dio testimonio del matrimonio de Guillermo, uno de los hermanos menores del jerezano.
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Aquí me va la etapa hasta junio de 1921, sólo para marcar la vida singular del padre Díaz Barreto, cuya hoja de vida completa lo perfila como una persona sagaz y pragmática. Tomo algunos datos que proporciona el leal Alberto María Carreño en El Excmo. y Rmo. Sr. Dr. D. Pascual Díaz y Barreto, Arzobispo de México, (homenajes póstumos) [México: Ediciones Victoria, 1936].
Un matrimonio humilde “dio el ser” al futuro sacerdote. El acto ocurrió en junio 22 de 1875. Indico: es uno de los pocos mitrados de su generación cuyo origen es realmente humilde y étnicamente distinguida: eran huicholes (“se gloriaba de proceder de las razas aborígenes”). De niño estudió en la natal Zapopán. Estuvo en el Colegio Apostólico de los franciscanos. Allí, y con su padre, adquirió conocimientos musicales, los cuales perfeccionó en Bruselas.
La formación, en el seminario de Guadalajara, sucedió entre 1887 y 1899. La ordenación fue por el obispo de Colima. El recorrido sacerdotal fue igual que el de sus orígenes: de la periferia al centro. Estuvo en San Pedro Analco; siguió una estancia en su alma mater; y colaborador con el arzobispo José de Jesús Ortiz.
En 1903 ingresó a la Compañía de Jesús. Entre algunos estudios y tal en México, siguió otros en España. En 1910 volvió a Europa, estuvo nuevamente en España y Bélgica, donde se doctoró en junio de 1913. Antes de volver, hizo recorrido en varios colegios jesuitas europeos.
El retorno ocurrió en el verano de 1913. En los años de la guerra civil. El padre Pascual estuvo en Tepotzotlán y en “Mascarones” de la Ciudad de México. Hasta entonces “había pasado la mayor parte de su existencia en las aulas, consagrado al magisterio de la juventud, ya para encaminarla al sacerdocio, ya para prepararla a la ruda lucha social”.
Tras la clausura de las instituciones jesuitas (1916), Díaz Barreto fue destinado a la parroquia de La Sagrada Familia, administrada por la Compañía de Jesús. Entonces el edificio estaba en construcción; éste sería parte de los nodos de la moderna colonia Roma, fraccionamiento emprendido por Pedro Lascuraín Paredes [el famoso presidente de los 45 minutos]. No sobra indicar, era la parroquia donde ejercerá su ministerio el padre Miguel Agustín Pro.
El hermoso edificio fue concluido en 1925, cuando el padre Díaz era obispo de Tabasco.
Un parroquiano de La Sagrada Familia fue Manuel Gómez Morín, quien ha dado testimonio de las redes sociales donde estuvo él y otro, como Ramón López Velarde, cuyos nexos fueron las madres de ambos.
Según Carreño, el sacerdote: “No era el predicador florido, que gusta endulzar los oídos con la ornamentación y fluidez de su verbo; no era tampoco el terrorífico amenazador de las multitudes con apocalípticos castigos. Era un profundo conocedor y expositor del evangelio, que serenamente dejaba escapar de sus labios la sentencia bíblica, la parábola grandiosa, o la sabia, pero sencilla palabra de Cristo…”
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El jerezano fue confesado cuando el padre Pascual Díaz era uno de los sacerdotes de La Sagrada Familia, quien luego de la confesión, el día 22 de junio, cumplió 46 años.
En fin, en diciembre de 1922 el zapopano fue designado por el Papa como obispo de Roma. Entonces es otra fase de su historia.