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El Partido Acción Nacional, para tristeza de los demócratas de abolengo, se cae a pedazos. Pero esta desintegración sólo afecta a los ciudadanos y contribuyentes que hacen posible su existencia, como la de toda la partidocracia, porque a un puñado de vividores les hace feliz no tener contrapesos internos, para seguir sacándole pingües ganancias a las prerrogativas, a las candidaturas plurinominales y al tráfico de influencias.
Desde que Acción Nacional fue adquiriendo más poder a través de los gobiernos municipales, estatales y hasta alcanzar la presidencia de la república, en esa misma medida fue perdiendo los ideales y la mística. Esta afirmación encuentra legitimación en lo que en su momento fue una clara advertencia de Felipe Calderón como presidente nacional del PAN cuando dijo: “ganar el gobierno sin perder la partido”; que a la postre en el poder, se tradujo en una maldición.
Tuvieron que pasar 14 años desde su fundación, para que el partido colocara sus primeros cuatro diputados federales en la cámara de diputados. Desde entonces y hasta llegar a los pinos, hombres y mujeres honraron los principios y los motivos de dicha fundación, con verdaderas piezas de oratoria sustentadas en la congruencia y la honestidad. Así fue, pero el poder total, que les llegó a los 61 años, los mareó y los perdió, como el colesterol y los triglicéridos al cuerpo cuando se descuidan.
Los primeros agarrones internos que terminaron en renuncias, masivas como la de 1991, y la separación voluntaria de personajes claves en la fundación de 1939, que incluyen la de ideólogos como Carlos Castillo Peraza y la del padre del expresidente Calderón Hinojosa, todavía se encerraban en un contexto de divergencia de concepto e ideas; sin embargo, a partir de gobernar municipios, estados y al país, los diferendos pasaron a ser pugnas fratricidas por el control de los órganos internos de conciencia ideológica y del partido mismo.
A casi quince años de distancia de aquella hazaña de ganar en las urnas y de que se le reconociera la victoria a Vicente Fox, la historia es diametralmente distinta, como vergonzosa y reprobable.
Ya sin posibilidad de ofrecer buenos gobiernos bajo la doctrina humanista concebida por Manuel Gómez Morin, los que alguna vez fueron custodios de los principios del PAN y ciudadanos legítimos con la autoridad moral para cuestionar el actuar de los gobernantes, hoy son meros regenteadores caciquiles de los recursos públicos que les llegan por millones año con año, así como mercaderes de las candidaturas plurinominales, peor aún, vulgares traficantes de influencias con los gobiernos emanados del PRI.
Han transcurrido 75 años de vida del Partido Acción Nacional, de los cuales solo doce bastaron para echarse a perder, y no es que todo lo que hicieron desde y con el poder haya sido malo, por el contrario, en mucho, sobre todo en el sexenio calderonista, las cuentas en economía y desarrollo fueron mejores que las miserias mostradas por Peña Nieto en apenas 26 meses de mandato; no, lo que sucedió es que las generaciones que se inscribieron en el padrón interno por razón de tener chamba en una alguna administración panista, o bien, por ser empleados de la estructura partidista, se encariñaron con la plata porque no mamaron la doctrina ni forjaron el espíritu en la calle defendiendo los ideales y combatiendo los excesos y arbitrariedades del sistema PRI-gobierno.
Ya alejados del poder absoluto, a los regenteadores y caciques de las siglas del PAN lo que menos les importa es detener el desmoronamiento de la credibilidad, por el contrario, en la medida que los autocríticos, los que reflexionan y los que señalan los desvíos de conciencia se cansen de no ser escuchados y atendidos y se vayan por cuenta propia, o los fuercen a irse, la dirigencia nacional, los dirigentes estatales, municipales, los coordinadores parlamentarios, y de regidores, tienen la vía libre para ejercer a plenitud y sin rendir cuentas a nadie de los miles de millones de pesos que reciben años tras año vía prerrogativas a partidos.
Tampoco rinden cuentas del pago de cuotas en la designación de consejeros electorales, magistrados del TEPJF, ministros de la SCJN, en los tribunales estatales, en los cargos medios de la CNDH, en las CEDH, en los organismos electorales estatales, en las procuradurías y fiscalías.
Ante la pérdida total de credibilidad y por la mezquindad para separar de sus cargos a quienes han sido señalados de solicitar “moches” y proteger a la mafia “casinera” del país, las exigencias de la cúpula panista a través de los spots de campaña, en las que pide castigo para los corruptos y promociona un sistema anticorrupción, simplemente raya en el cinismo y pretende ocultar mediante la estridencia del reclamo, una realidad que los ha carcomido desde que abandonaron el poder.
Resulta intrascendente pues, y una triste pérdida de tiempo valorar sufragar por la propuesta del PAN en estas elecciones, en tanto no resuelva los actos de corrupción cometidos por encumbrados militantes, defina su verdadera identidad, contenga las fracturas internas como consecuencia del control partidista y termine con la terrible complicidad de sus funcionarios partidistas y coordinadores parlamentarios con los gobiernos, en cualesquiera de sus órdenes. Si esto no está en su agenda, entonces no tiene caso cambiar una camiseta marcada por la transa, por otra desteñida.
P.D. No he escuchado una sola voz de los paladines de la democracia que diga: “Aquí están de vuelta los millones de pesos que recibo de Juan Pueblo, para atenuar el impacto de la soberana crisis económica que le está pegando al bolsillo de los mexicanos”.