Por Marco A. Flores Zavala
El villacoense. Severo Amador nació el 8 de noviembre de 1879, en Villa de Cos. Dice Roberto Ramos Dávila que desde pequeño mostró inclinación al arte, empezó a escribir literatura a los 16 años. Estudió la preparatoria en el Instituto de Ciencias de Zacatecas, después el gobierno del estado lo envió a estudiar pintura en la Academia de San Carlos de la ciudad de México [donde fue alumno de Diego Rivera]. En 1903 estableció en la ciudad de Aguascalientes una academia de dibujo, en la que tuvo como discípulo a Saturnino Herrán. Al iniciarse el movimiento armado contra el gobierno porfirista, se incorporó al zapatismo, dentro del cual alcanzó el grado de capitán.
Después de la lucha armada continuo sus trabajos literarios. Autor de Confesión (Aguascalientes, 1905); Bocetos provincianos (1907); Carbunclos (México, 1908) y Cantos de la sierra (México, 1918). Poco después de su fallecimiento, apareció Baladas del terruño, editado bajo el patrocinio del general Joaquín Amaro Domínguez, como homenaje póstumo al poeta. Murió en ciudad de México el 18 de febrero de 1931”.
Es importante destacar que Severo, siendo uno de los numerosos hijos que tuvo el historiador Elías Amador Garay, tuvo un óptimo entorno que lo vinculó tanto al mundo de la política como de la República de las letras. Respecto de la política, su abuelo Juan Amador y su padre contribuyeron a la fundación de periódicos, sociedades religiosas y políticas, algo de ello en Villa de Cos. Las cuales estuvieron en relación al ejercicio del liberalismo posterior a las Leyes de Reforma, una de cuyas estrategias políticas fue la confrontación con la Iglesia católica y la adhesión a ciertas ideas provenientes de los círculos ilustrados de Europa y los clubes liberales de México, de tal forma que no es extraño encontrar en las publicaciones de sus mayores expresiones como “aceptamos el socialismo como el sublime pensamiento de la transformación de la sociedad por la paz, la justicia, la igualdad y la fraternidad universal” (Antorcha Evangélica, 30 enero de 1873).
Lo hecho era parte de las rupturas culturales que sucedieron en comunidades establecidas por vínculos geográficos, culturales y políticos. Las rupturas son un fragmento de los procesos de innovación cultural, donde se elabora una nueva relación entre el pasado y la circunstancia de los sujetos sociales que las prevén, “una manera de salvar el lazo fundamental con un linaje de creencias”. Estas rupturas, que son procesos marginales, al no involucrar a sectores amplios de la comunidad a la que pertenecen los sujetos que las impulsan, algunas veces son los antecedentes de “rupturas radicales” que transforman o impulsan la transformación de su comunidad.
La crítica del adolescente López Velarde. Severo Amador fue a la prospera ciudad de Aguascalientes, en la primera década de 1900, a trabajar como “artista” [así se presentaba con sus tarjetas] y acompañar a su familia.
Los Amador salieron de Zacatecas tras el cambio gubernamental que ocurrió en 1900, cuando el general Jesús Aréchiga fue sustituido por Genaro G. García. Entonces la mayor parte de los colaboradores e integrantes del grupo político que dirigía el masón Aréchiga fueron reemplazados por prosélitos del hacendado García, algunos de los cuales eran reputados socios de clubes católicos. Aunque los Amador tenían vínculos socio–culturales con los advenedizos genaristas, sobre todo por las posiciones burocráticas de don Elías, en el esquema de García no tuvieron ya posibilidades de insertarse.
Entonces el Aguascalientes de la primera década de 1900 no distaba mucho de otras ciudades: circulaban periódicos principalmente ideológicos, sociedades culturales y políticas que integraba autores y lectores de las publicaciones, eran igual profesores de las principales instituciones educativas como burócratas. Alguna vez el jerezano Ramón López Velarde les llamó a algunos de ellos “consabidos escribidores” [principalmente a los editores de El Azote] («RLV a Eduardo J. Correa», SLP, marzo 2 de 1908).
En estas cuestiones se insertó Severo. Colaboró en periódicos de distinto color, como El Observador de Eduardo J. Correa, uno de los impulsores de López Velarde, y en Bohemio, revista dirigida por Enrique Fernández Ledesma. Desde Aguascalientes publicó en la revista poblana El Quijote. Entre y con esas colaboraciones, Severo publicó Brozas (1907). Algo de ello entregado a El Observador y leído por el “soberbio artista adolescente” Ramón López Velarde, entonces estudiante de leyes en San Luis Potosí, les calificó de “mediocres sonetos, en metro menor, dedicados a [Manuel] Barrero [Arguelles, director de El Espectador de Monterrey]”.
Tan malos los consideró López Velarde, que sugirió a Correa mintiera en sus comentarios, pues, le escribió “sería inhumano corresponder de otro modo al bombo que de aquel sujeto recibe usted” («RLV a Eduardo J. Correa», SLP, marzo 2 de 1908). A fines de año, tras la publicación de Carbunclos, López Velarde se sorprendió que fuera bien recibida la obra, aun cuando tenía conocimiento de los comentarios adversos de los autores de esas notas («RLV a Eduardo J. Correa», SLP, diciembre 26 de 1908,).
La Revista Literaria de Zacatecas. Contrario a López Velarde, en Zacatecas le recibían de manera distinta. En marzo de 1910, la Revista Literaria comentó en la columna “plumadas y notas” que el “poeta zacatecano Severo Amador engalanará [desde ciudad de México] las columnas de ‘Revista Literaria‘ con sus notables y bellas producciones. En esa ocasión se publicó el soneto “El lago”. Aunque desde el primer ejemplar, de febrero de 1910 estuvo con “Esclavitud”.
Vale destacar que esta publicación es uno de los primeros medios de reunión de individuos que aparecerían entre mayo de 1910 y julio de 1912 como los primigenios maderistas de la capital del estado. Ahí estaban como director Enrique Tenorio, que sería el primer director del periódico El Antireeleccionista; está el profesor normalista Genaro Valle y Muñoz, considerado casi más que López Velarde por Salvador Vidal; el periodista Carlos Toro, hermano del abogado Alfonso Toro; José Nicolás Orozco, Leopoldo Moreno; igual se comprometieron con ellos el diputado José Vázquez, Ramiro Talancón, Aurelio Elías, Horacio A. Garza, Esther Fuentes.
La exposición de 1920. Sigo a Miguel Ángel Morales: El 23 de septiembre de 1920, en las salas del Círculo Zacatecano de México, inauguraron la primera, y tal vez única, exposición de óleos de Severo Amador. Ésta, integrada con más de ochenta lienzos, estuvo “dedicada a las colonias extranjeras, a la prensa metropolitana y sus coterráneos residentes en la metrópoli”. Cuenta una de las reseñas dedicadas a la exposición que muchos de los cuadros fueron adquiridos por los visitantes.
Uno de los comentaristas de la exposición fue Alfonso Toro, por cierto ex–condiscípulo de Juan Neftalí, hermano de Severo. Toro entonces era diputado federal y colaborador en Revista de revistas, suplemento de Excélsior. En esas notas Toro definió a Severo como un “pintor de ideas”. Le admiraba la habilidad para pintar paisajes y ejecutar retratos de tipo nacionales, pero desdeñaba “el tenebrismo” en el que “gratuitamente incurría, quizá para parecer más español de lo que pretendía ser”.
Por su parte, el pintor guatemalteco Carlos Mérida, recién vuelto de sus estancias en Nueva York y Francia, en El Universal Ilustrado, fue lapidario en sus comentarios. Dijo que esa obra
Es más de literato que de pintor… priva la idea literaria antes que la idea plástica… defecto capital para el que pretende hacer obra pictórica, estable y duradera… Creemos que a este mismo afán literario se debe el que no se observe, en toda la obra expuesta, ningún esfuerzo por resolver problemas de color, de composición, de problemas de arte nacionalista, aunque haya en exhibición cuadros con asuntos del país…
El 9999.Refiere Miguel Ángel Morales que entre julio de 1925 y principios de 1931, año en que murió, Severo Amador estuvo internado tres ocasiones en el manicomio La Castañeda, donde recibió el número clínico 9999. En este período Julio Sesto lo recuerda como “hidalgo castellano erguido y magro”.
“Palabras póstumas”. Para terminar, ahora vale recordar “Palabras postumas”, relato del libro Confesiones. El interés es mostrar una reflexión sobre la literatura y la función literaria según Severo Amador, a quien he mostrado unas veces reconocido y otro no. En “Palabras póstumas” Amador cuenta el diálogo entre un escritor soberbio joven y una calavera que se hacía llamar El profeta, el anunciador de la verdad futura o don Hilarion. Éste, don Hilarion, le explica que él vivió “pobre, vejado, –dice– me hice morfinómano, y desesperado por la miseria, por el indiferentismo de las gentes, por la amargura de la vida y por las decepciones del arte, me volví loco y morí en un manicomio. Loco, eso decían, pero no lo estuve jamás…”
El Profeta le dice al escritor, “empuña tu pluma y estudia para defender las causas dignas de mejor suerte. Sin arredrarte combate en el libro, en la tribuna, en los salones, en la calle, en el hogar, donde quiera que haya un hombre, haya sufrimiento que aliviar: ah está tu puesto. Rompe la lira que plañe los amores engañosos y tiembla con virilidad y entusiasmo siempre crecientes la que fulmina anatemas, la que predice victorias, la que prepara el alma a los rudos golpes del desencanto, la que hace vibrar los nervios adormecidos por el desaliento, la que difunde la belleza en los espíritus reacios que han gustado su divina ambrosía, la que unifica las discordias para metamorfosearlas en el amor fraternal y eterno, la que promete la redención del mundo.
Toma tus temas de inspiración en los formidables fenómenos del Universo y canta las tempestades y los cataclismos y los castigos porque ellos vigorizan el estro y arrasan las grandes podredumbres para abonar las tierras donde florecerá la amorosa flor de la belleza. Créemelo: la humanidad se regenerara por el arte… Leed, leed, instruid mucho, la literatura sana es un omnipotente medicamento que salva y vivifica el alma”.
Crédito de imágenes:
Provienen del Facebook de Alejandro Félix Cherit y Calíope Martínez.
Referencias:
Referencias consultadas para este texto: Roberto Ramos Dávila, «Zacatecas», Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana (T. VII). México, INEHRM, Secretaría de Gobernación, 1992, 843-958. Jean-Pierre Bastian, «Las sociedades protestantes y la oposición a Porfirio Díaz en México, 1877-1911», Protestantes, liberales y fracmasones, sociedades de ideas y modernidad en América Latina, siglo XIX. México: FCE, 1993, 132-164. La mutación religiosa de América Latina, para una sociología del cambio social en la modernidad periférica. México: FCE, 1997. Guillermo Sheridan, Correspondencia con Eduardo J. Correa y otros escritos juveniles. México: FCE, 1991. Juan Francisco Rodríguez Martínez, Leyendas de Zacatecas, cuentos y relatos. Zacatecas: gobierno del estado, 1991. Miguel Ángel Morales, «Aquel extraño Severo Amador», Dosfilos 74. Zacatecas: marzo-abril de 1998, 35-36.