Hace poco recibí una llamada nocturna para darme la mala noticia de que una amiga había ingresado al área de urgencias en un hospital público ubicado sobre avenida Cuauhtémoc, en el Distrito Federal.
Inmediatamente me dirigí al nosocomio. Durante mi trayecto pensaba que sería la primera vez que pisaría un hospital y sobre todo al sitio de urgencias. Llegué alrededor de las 22:30 horas, y el primer impacto fue encontrarme con decenas de personas afuera de la clínica en busca de información o esperando buenas noticias de sus familiares. Afortunadamente no tuve ningún problema para entrar y alejarme de los gritos y molestia de los demás por no obtener información oportuna.
Sin embargo muchas personas deben esperar horas y horas para ser atendidas sin que reciban información alguna. El segundo impacto fue entrar a la sala de espera y ver personas con dolor, o que estaban severamente lastimadas esperando a que un médico las pudiera atender.
Una hora después la enfermera grita el nombre mi amiga y llama a algún familiar, me acerqué a ella y me dio unos guantes y tapabocas que debía ponerme como requisito para verla, una vez que cumplí con las instrucciones me dirigí hacia una sala que albergada 60 personas aproximadamente en estado crítico, ensangrentadas, adoloridas; las pocas que tuvieron suerte estaban en camilla, el resto en una silla de plástico; su rostros reflejaban molestia, dolor, angustia.
Tardé unos minutos en procesar de lo que estaba siendo testigo. Después ubiqué a mi amiga, afortunadamente estaba estable, delicada pero estable. Logré estar con ella cerca de 20 minutos rodeada de pasantes de medicina que trataban de adivinar el diagnóstico.
En esos 20 minutos conocí cerca de 16 pasantes, ninguno atinó la prescripción. Por regla general tuve que regresar a la sala de espera y permanecer ahí hasta que el médico o alguien me dieran información sobre la situación de mi amiga.
Fue entonces cuando llegó una Señora en notable desgaste físico, se le dificultaba caminar y con problemas logró llegar al área de registro, la respuesta del personal fue que tenía que esperar, ella rompió en llanto y comenzó a gritar no una sino varias veces: “Señorita ayúdeme por favor me estoy muriendo”.
Nadie respondía, aparentemente nadie la escuchaba; golpeó la puerta que conduce a urgencias pero no obtuvo respuesta, nadie la veía, nadie la escuchaba; la demás gente tenía su atención puesta en los informerciales que transmite la televisión pública por la madrugada, la sala estaba inundada con una indiferencia terrible.
No sé cuánto tiempo pasó para que la señora recibiera atención médica, pero debió ser mucho. Durante mi estancia en ese lugar, observé también a un hombre mayor en silla de ruedas, completamente doblado por el padecimiento y tuvo la misma suerte que la Señora anterior. Cerca de las 05:00 horas y, después de papeleo tortuoso, mi amiga ya estaba en piso.
La señora y el señor en silla de ruedas aun no recibían atención médica. Así es el servicio de salud en México.
Salí del hospital invadida de coraje e impotencia; en nuestro país no tenemos garantizado el Derecho a la Salud aunque lo establezca la Constitución en su Artículo 4, en donde se manifiestan los lineamientos y políticas públicas enfocadas a garantizarlo. En nuestro país la salud no se ejerce como derecho sino como privilegio.
El acceso o no a la salud, refleja las condiciones de vida generales de la población, establecidas por la situación socioeconómica y política de la nación. La Salud es un derecho de todo ser humano, señalado también en la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo número 25: “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios.”
En México, el clasismo define el acceso a la salud. Si gozas del privilegio de solventar económicamente un hospital privado, recibirás atención médica de manera inmediata, de lo contrario, deberás esperar tres o cuatro horas para que un médico intente diagnosticarte, no importa el padecimiento.
El derecho a la salud está regido por el influyentismo (volvemos a la discriminación por condición económica y social) si conoces a “alguien” que tenga amistad con la Dirección del Hospital público recibirás atención oportunamente, de lo contrario, deberás esperar en una silla o en el suelo a que llegue el médico del turno.
Ejemplificar el párrafo anterior es muy sencillo, recordemos que en marzo pasado una mujer del Estado de Oaxaca dio a luz en el patio del Hospital porque no había quien la atendiera, esta mujer fue discriminada por género, condición social y pertenecer a un grupo étnico.
Otro caso fue el hombre en situación de calle que en el 2013 murió afuera del nosocomio en el Estado de Sonora donde tenía cinco días en espera de atención médica, que le negaron por carecer de afiliación de servicios médicos y de dinero en efectivo.
Los dos casos anteriores fueron los que se hicieron notorios, segura estoy que hay miles de historias que no salen a la luz pública. Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) hasta el 2012, 25.3 millones de personas no tienen acceso a la salud porque no cuenta con afiliación, adscripción o derecho a recibir servicios médicos de alguna institución –IMSS, ISSSTE, PEMEX, Ejército o Marina- o de los servicios médicos privados.
A esa cantidad habrá que añadirle toda aquella persona que sí cuenta con afiliación pero que no tiene acceso por falta camilla, espacio, o doctores que la puedan evaluar, por tal motivo el acceso a servicios médicos es desigual en el país.
No existen los mecanismos y/o servicios que puedan garantizar que una persona sin privilegios económicos tenga acceso a la salud de manera eficaz y segura. Lo que le puede garantizar intervención oportuna (en el mejor de los casos) es que conozca a “alguien” para que se actúe con inmediatez y con esto caemos en la discriminación por condición económica que día a día se vive en el país, y que de alguna manera está invisibilizada porque se ve como algo “normal” además de que se actúa en prejuicio sobre las personas que requieren atención hospitalaria y no cuentan con un seguro de gastos médicos privado.
El gobierno debe de garantizar que todos y todas accedan a intervención médica oportuna, sin importar la condición económica, religión, preferencia sexual y etnia; de igual manera debe de mejorar las condiciones de las y los pacientes, con instalaciones dignas, higiénicas, seguras. Es necesario que también se capacite al capital humano para que se evite la discriminación y la violencia dentro de los hospitales y que no haya preferencia de trato por etnia.
Durante mi paso por aquel hospital pude observar indiferencia y discriminación tanto del personal como de la gente que visitaban a algún paciente, es algo con lo que se vive de manera cotidiana; tenemos derecho a la Salud y atención médica, así nacimos con eso derecho, pero tal parece que en México se debe de nacer con ese privilegio.
Salí del nosocomio irritada, molesta y angustiada por la salud y atención de mi amiga, me subí a un taxi, lo primero que me dijo el caballero que manejaba el vehículo fue: “Uy señorita, se ve cansada, ¿ese hospital esta re feo verdad? Es para pobres”. Le respondí: solo lléveme a casa por favor.