EL RITUAL

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Por: Sergio Bustamante.

Dos señales inequívocas en el panorama cinematográfico actual: El horror es el género más propositivo y Netflix no es la panacea. No aún, al menos.

En ese contexto encontramos a The Ritual, cinta británica del 2017 que gracias a las excelentes críticas que tuvo en su paso por la mencionada plataforma (junto al buzz que ya había generado en el TIFF), se decidió que tuviera distribución en salas enfocándose a los países donde aún no había sido liberada, como México.

El resultado es un extraño caso de éxito en el que una película pensada para el streaming abandona esa condición para extender su prestigio al consabido circuito comercial.

¿Posible alternativa de modelo compartido de distribución y exhibición? ¿De verdad es tan buena la película? La primera respuesta no es tan descabellada, pero en definitiva Netflix y la o las productoras involucradas deberán elevar sus estándares si desean que la gente salga de sus hogares a ver algo que en poco tiempo estará en plataformas. Vaya, una contradicción que sólo una propuesta excelente podría cumplir, lo que nos lleva a la segunda respuesta: No, The Ritual no es la cinta de horror del año que se nos vendió, pero sí un competente y tenso ejercicio que destaca sobre sus compañeros de cartelera como la ordinaria ¿Verdad o Reto?, o ese engaño llamado Pesadilla Siniestra.

Semi basada en la novela homónima de Adam Nevill, El Ritual nos cuenta la historia de cuatro amigos que deciden hacer una excursión por el llamado “Kungsleden”, un afamado sendero que surca muchos kilómetros de bellos paisajes y bosques en Suecia. El plan es hospedarse en una cabaña ubicada al final y de paso honrar la memoria de otro amigo que fue asesinado unos meses antes durante un asalto y quien era de los más entusiasmados con dicho viaje.

Todo va casi perfecto hasta que uno de ellos se lesiona la rodilla, lo que obliga al resto a tomar un atajo que atraviesa justo un frondoso bosque que parece interminable. Cumpliendo así una de las reglas básicas del subgénero, este grupo de inexpertos excursionistas decide aventurarse a lo desconocido para encontrarse terrores que incluyen pesadillas, ritos paganos y un demonio de la mitología nórdica.

David Bruckner, director, se apoya de forma libre en la mencionada novela para construir un relato en la mejor vena del horror folklórico que tan bien les sale a los británicos. Uno que hemos visto decenas de veces donde los personajes toman las peores decisiones en terrenos desconocidos y donde la naturaleza juega un papel fundamental como adversidad. Si bien esta premisa no ofrece ningún atractivo, hay que resaltar lo que el director, norteamericano pero con referencias muy bien asimiladas, logra con dicho material.

Por principio de cuentas está el acierto de meter en la fórmula el drama del luto, elemento que no existe en la novela y que será esencial como motor del terror que se avecina. Luke (Rafe Spall), el personaje principal, carga con una pesada culpa respecto a la muerte de su amigo y eso adhiere una espesa capa a la cinta. Y en segunda instancia resalta el hecho de administrar bien los tiempos. Aunque lo verdaderamente gráfico llega hasta la segunda mitad, Bruckner construye efectivamente un suspenso en crescendo amparado en la sugestión así como los demonios sin exorcizar de estos hombres, lo que poco a poco va descomponiendo la amistad y unión, como mandan los códigos del survival horror. Sumado a ello, destaca la casi ausencia de jump scares o similares.

Es quizás por esa estructura sobria y por cómo franquea exitosamente algunos clichés, que las expectativas (para nada menores ya en este punto) recaen en un giro verdaderamente brutal, algún tipo de conclusión sin explicaciones o en todo caso un cierre desalentador, cosa que no sucede. Y es que el tipo de progresión que propone el director tiene fuertes vasos comunicantes con obras mayores del folk horror como The Wicker Man (Robin Hardy, 1973), o su hermana moderna: Kill List (Ben Wheatley, 2011), donde el drama profundizado se topa de frente con hechos escalofriantes y fuera del control de los protagonistas. Bruckner respeta la orientación pagana de la novela y ciertamente desarrolla el conflicto de Luke como propulsor, pero parece auto sabotearse con libertades que se alinean justo a las convenciones que había evitado.

Pasando eso por alto, The Ritual se siente lograda gracias a su estupenda atmósfera y al empleo de los elementos místicos a su alcance, entiéndase, el milenario misterio de la mitología y un bosque cuasi mágico como escenario de muerte. Suficiente es la naturaleza inhóspita de este lugar para crear tensión y miedo. Si The Ritual ganó prestigio y buenas críticas con esa forma, lo que hubiera sido de atreverse más hacia su cierre. O de no haber tenido como socio creativo a Netflix.

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