En día último del año pasado tuve la oportunidad de convivir, por casualidad, con un grupo de personas inteligentes e interesadas en la política: Renata Ávila, Emilia Pesci, Adrián (Happy) Félix y Luis (oso) Medina.
Fue una plática amena, incluso diría que bonita, la que tuvimos. Llegó a un punto álgido cuando salió a relucir el tema del empréstito aprobado poco antes de nuestra reunión.
Hablamos de los porqué de su decisión y salió a flote lo que para muchos ya era conocido (sobre todo para los beneficiarios): diez millones de pesos para cada diputado de oposición que votó en favor de la deuda. Y la información de última hora (para mí): a Rafael Flores le permitieron votar en contra con la condición de que convenciera a sus compañeros de fracción de votar a favor dicha deuda (por lo que quizá recibió unos melones más). Además del perdón de ciento quince cuentas públicas oscuras de administraciones: del mismo Rafael Flores, de Iván de Santiago, entre otros, como David Monreal.
No se si fue tristeza o asco lo que sentí; porque entre los que votaron la deuda se encuentra un ex rector (chapulín, por cierto) y un profesor democrático (?).
Quizá, como mencionó en reiteradas ocasiones Miguel Alonso, el crédito es necesario. Pero es precisamente la especulación de la deuda la que ha llevado a pocos a la opulencia y a muchos a la miseria, por lo que cabe preguntarse quién o quiénes, qué institución o instituciones estarán especulando con la deuda de los municipios, de los estados y hasta del país, y de qué manera será posible evitar más endeudamiento para no contribuir con esa nefasta práctica. Si a esto le sumamos las corrupciones, nos encontramos con un lodazal, con un panorama siniestro del que son culpables nada más y nada menos que los institutos políticos llamados partidos, quienes tuvieron durante años el monopolio de decidir las postulaciones y que crearon esta cultura (o incultura) política que hoy sobre-vivimos.
Los partidos políticos en su afán incansable de sumar adeptos a su causa electorera, han permitido que personajes corruptos y corruptores lleguen a sus filas y sé enquisten en el poder, reproduciendo estas prácticas. Y han defendido sus decisiones en escondidos tras de un valor democrático de altas miras llamado Tolerancia.
La Tolerancia ayuda para que la barbarie no vuelva, porque donde hay humanidad siempre hay posibilidad de barbarie; pero es un concepto que se ha degenerado quizá de manera intencional. Para que exista la tolerancia debe haber diálogo; dos posturas deben confrontarse; las razones y los sentires deben agotarse; debemos estar en los zapatos de la otra persona que nos habla; despojarnos de los prejuicios. Pero, ¿qué diálogo puede caber entre esos personajes gandallas y el bien común? La Tolerancia implica también su a su contraria: la sabrosa Intolerancia. Porque, ¿qué sentido tendría la existencia de valor que previene la re-aparición de la barbarie si en su nombre se defiende su advenimiento?
Y ¿cómo se practica la Intolerancia sin llegar a ejercer esa barbarie? Yo digo: al corrupto gritarle corrupto, retirarle el saludo, hacer público el repudio. A ver si así sienten poquita vergüenza. Porque las instituciones ya no representan opción y porque algunos ya no deseamos su defensa.