El 6 de octubre de los corrientes, cien mil antorchistas salieron a las calles de la Ciudad de México a reclamar justicia social y legal, pues de ambas sufrimos una carencia absoluta. La protesta fue anunciada con anticipación buscando dar tiempo a las autoridades para ofrecernos soluciones efectivas, cuando menos para las demandas más graves y urgentes y, por esa vía, desactivar la manifestación. Pero no ocurrió así. Sólo recibimos la oferta de una entrevista para el día y hora en que estaba programada la marcha, una maniobra evidente para desactivarnos a cambio de nada, y que dejaba implícitas las consecuencias de no acceder a tan jugoso ofrecimiento. Y ocurrió lo que ya esperábamos: el consabido chaparrón mediático y un obsceno alarde de fuerza armada para impedir nuestro acceso al zócalo que agravó los problemas viales y, por tanto, los ataques en contra nuestra.
Lo primero que sobresale de la campaña mediática es la uniformidad de la información que manejaron los medios, todos acordes en disminuir la cantidad de asistentes: 18 mil personas, dijeron a una sola voz, lo que dice a las claras que hubo un manejo centralizado de la información y que todo obedeció a un plan bien trazado y ejecutado para restarle importancia a la protesta y poner en ridículo a los organizadores. Pero, como digo, esto no es nuevo y ya lo esperábamos. Basta recordar la consigna del movimiento estudiantil del 68, que tuvo tanto éxito en la opinión pública: “¡no somos uno/, no somos cien/, prensa vendida/ cuéntanos bien!”. No hay, pues, nada nuevo bajo el sol en este respecto. Destaca luego lo dicho por dos de los periodistas más influyentes. Don Joaquín López-Dóriga dijo en su columna En Privado: “Bloqueo. Antorcha Campesina rentó 385 autobuses para traer a la Ciudad de México a miles de manifestantes que bloquearon el Paseo de la Reforma y a los que los granaderos impidieron llegar al zócalo. La pregunta es, ¿quién financia?” Don Sergio Sarmiento, en su columna Jaque Mate, dijo: “Ciudad bloqueada. «La ley, sin la fuerza, es impotente» Blaise Pascal”. Habla luego de los perjuicios que “los bloqueos y las manifestaciones” causan a los habitantes de la Ciudad de México, y pasa en seguida a reseñar los daños de la marcha Antorchista del día anterior, para concluir que: “Los grupos de poder toman las calles cada vez con mayor frecuencia porque pueden y porque les funciona. Las temerosas autoridades no sólo no se atreven a frenarlas cuando cierran vialidades sino que les cumplen todas sus exigencias con lo cual incentivan el perverso negocio”. Y asegura: “Los líderes del Movimiento Antorchista, entre ellos su fundador Aquiles Córdova, han acumulado riqueza y poder al ocupar propiedades ajenas y extorsionar a los gobiernos tomando como rehén a la población”.
Bien. Hay muchas cosas, sobre todo en Sarmiento, que no resistirían el más superficial intento de análisis. Pero no voy a polemizar con nadie porque no quiero ser acusado de “ataques a la libertad de prensa”, y, peor aún, de “amenazas a la integridad y a la vida” de alguien, recursos muy corrientes en nuestros días para eludir la carga de la prueba e intimidar a un molesto contradictor, echándole encima todo el peso mediático de que dispone el más modesto de los periodistas de nuestro tiempo. Me limitaré a una o dos preguntas que obedecen a una especie de irresistible curiosidad lógica. ¿Por qué López-Dóriga, que tiene todas las puertas abiertas; acceso a cualquier personaje o institución por encumbrados que sean; que dispone de tanta o más información, abierta y secreta, que un Secretario de Gobernación, por ejemplo, se limita a expresar sus dudas sobre quién financia las protestas de Antorcha en vez de dar pelos y señales del perverso que mueve los hilos del fantoche de Antorcha Campesina? Dejando las cosas hasta donde él las deja, es muy difícil sustraerse a la sospecha de que se trata de cizaña pura, de una forma de acusar sin verse obligado a probar nada, puesto que nada se afirma, sino sólo se formula una “legítima” pregunta. Sobre don Sergio Sarmiento, yo pregunto: si la cita de Pascal es para obligar al gobierno a aplicar la ley echando mano de la fuerza pública si fuere necesario, ¿qué ley es la que debe aplicarse, y no se aplica, a los Antorchistas? ¿Qué delito cometen, en qué ley está tipificado y sancionado, al hacer uso del derecho de manifestación pública estorbando el tránsito, simplemente porque no pueden marchar más que ocupando un lugar en el espacio, como todo cuerpo material en el universo? Y sobre la riqueza y el poder que dice yo he acumulado, ¿por qué no documenta mi gran riqueza? ¿Por qué no dice cuántos millones y en que bancos los guardo? ¿Cuántas mansiones, terrenos, negocios, poseo aquí o en el extranjero? ¿Y en qué consiste mi gran poder, yo que nunca he sido ni regidor siquiera del pueblo en que nací? Que conste que se trata sólo de una duda legítima de mi parte. Él sabrá si la contesta o no.
Otro destacado intelectual, Rafael Pérez Gay, en su columna Prácticas indecibles, cuenta que salió temprano a nadar y que no pudo hacerlo por el caos vial de “15 mil Antorchistas [que] habían tomado la avenida Reforma. Y agrega: “No sé quiénes son los Antorchistas, ni quién es el señor que murió a manos de no sé quién. La verdad: no me importa. Sé en cambio que cientos de miles de personas nos jodimos”. Sorprende que este hombre de letras diga con tal inhumanidad y egolatría que el secuestro y asesinato de un humilde trabajador mexicano le importa un pito, que lo único que importa, en México y en el universo entero, es que él no pudo nadar esa mañana por culpa de unos mugrosos a quienes se les ocurrió “tomar la calle” para pedir justicia. Con tal egocentrismo, con tal solipsismo axiológico, tan absurdo como el solipsismo ontológico, se manda directamente al carajo la solidaridad humana, todo gregarismo y toda forma de cooperación y de ayuda mutua de los débiles frente a los poderosos abusivos. ¡Y que viva el superhombre de Nietzsche!
Finalmente, dijo don Oscar Mario Beteta: “Ya estamos hasta el gorro de esta bola de vándalos, infelices, delincuentes, flojos, rijosos, buenos para nada. Es el negocio de este tipejo, Aquiles Córdova, que además vive como rey en Puebla, ¿eh? Ojalá algún día visiten las instalaciones de Aquiles Córdova, que es el que le paga a esta bola de vagos para que atropellen el derecho de quienes vivimos aquí en el Distrito Federal”. Estas palabras no valen nada en sí mismas; son un penoso exabrupto apenas concebible en un periodista profesional. Su peso radica en lo que dejan adivinar detrás de ellas, un odio irracional, una furia incontenible y un desprecio literalmente mortal por el pueblo pobre y trabajador, ese que con su sudor y sus miserables condiciones de vida paga la vida regalada de los exquisitos como Oscar Mario. Tales odio, rabia y desprecio mortal, son la parte visible de algo más oculto y temible todavía: la convicción fanática e inconmovible de que los pobres son poco más que una plaga molesta y, por tanto, que hay que acabar con ellos como con cualquier plaga, por los medios a que haya lugar. Crece el rumor de que, en México y en el mundo, aumenta cada día más la simpatía por la ideología neonazi, esa que sostiene que los pobres sobran en el mundo, ya que se reproducen como ratas y, al mismo tiempo, son todos “vagos, inútiles y buenos para nada”. Son ratas y como a ratas hay que exterminarlos. Hitler es su ídolo por antonomasia. ¿Será Oscar Mario Beteta uno de ellos?
Termino. El gobierno no cumple ni siquiera las demandas más elementales de la gente; menos les cumple “todas las exigencias” como dice Sarmiento. Si así fuera, resultaría absurdo luchar contra quien te mima y enriquece, pues sería matar la gallina de los huevos de oro. La marcha del 6 de octubre logró pláticas y promesas de solución, pero esto es algo que ya ha ocurrido antes y todo ha parado en agua de borrajas, razón por la cual estamos escépticos sobre estos resultados. Y los ataques mediáticos idénticos y sincronizados, los comentarios mordaces e injuriosos a cargo de periodistas de alto coturno para hacerlos más eficaces y el obsceno alarde policíaco para impedir nuestro arribo al zócalo, aparecen en este cuadro como el complemento natural de la negativa a resolver nuestras legítimas demandas y como el “castigo” por habernos negado a suspender gratuitamente nuestra protesta. Por eso estamos ya preparando la marcha siguiente; y lo que aquí intento es prevenir a la opinión pública y a todos los antorchistas sobre lo que debemos esperar, quizá corregido y aumentado, en caso de que esa nueva protesta llegara a concretarse. Habrá que tomárselo con calma y con sereno valor, amigos, hermanos, pues no hay otro camino para los pobres en lucha. Vale.