“La democracia de partidos, finalmente definida por el Estado burgués, se desvincula de la práctica y de los sujetos sociales y termina siendo un acotado procedimiento de elección de élites, una ‘técnica’ en la que puede haber alternancia pero no alternativas de cambio social. De esta manera, los partidos se convierten tarde o temprano en ‘ofertas’ de gestión técnica del orden establecido.” (Marcos Roitman, citado por Gilberto López y Rivas, La Jornada 19/06/15).
Gustavo Esteva y otros intelectuales desprofesionalizados, han venido insistiendo desde hace años en que el arribo al poder de los gobiernos de izquierda en América Latina y en el mundo entero, no son más que meras ilusiones de un verdadero cambio social, y que lo único que han hecho éstos gobiernos, pretendidamente revolucionarios, ha sido darle un nuevo impulso al capital, aliándose con él. Los casos de Uruguay, de Argentina, de Brasil y, ahora de Grecia son, sin lugar a dudas, ejemplos claros de la verdadera esencia y finalidad de los aparatos estatales.
Si bien es cierto que Pepe Mujica fue un personaje caracterizado por su sencillez y su compromiso social, no pudo renunciar al despojo y a la imposición de mega proyectos mineros, con sus consecuencias sociales y ecológicas, ni a la represión hecha por el estado hacia los sectores que se opusieron a su realización. Cristina Kirchner impulsó la producción de transgénicos en Argentina, al grado tal de que más de la mitad del territorio gaucho produce soja genéticamente alterada, con las consecuencias ecológicas y de salud que caracteriza a este tipo de agricultura, impulsada principalmente por Monsanto. Brasil, con Lula, tan sólo encontró en el crecimiento desmedido una ruta para acrecentar aún más la distancia entre las capas sociales con mayor acceso a la riqueza y aquellas que, con el actual sistema, no la ob/tienen. Así mismo, Alexis Tsipras, gobernante que nos hizo poner los ojos en la hélade, aplicó un tremendo mexicanazo a l@s grieg@s, cuando, después de que salieron a votar por un rotundo NO! a las propuestas hechas por la Troika –Banco Central Europeo, Comision Europea y Fondo Monetario Internacional-, las cuales dañaban aún más la soberanía y la dignidad de l@s grieg@s, anunció con eufemismos que las propuestas se aceptan.
Dice Roberto Regalado que la democracia neoliberal es capaz de tolerar a gobiernos de “izquierda” únicamente si se comprometen a gobernar con políticas de “derecha”. Creo sinceramente en éste principio y creo que es sensato creer en él: ningún Estado tiene permitido cuestionar el fondo de la inequidad y de la injusticia, si acaso las formas y sus aplicadores. Los gobiernos que comprendieron esto y quisieron dar el “gran salto”, como el de Allende en Chile o el de Cárdenas en México, fueron simplemente coaccionados para dar marcha atrás al cambio.
Pero, ¿Qué pasa en nuestra entidad? ¿Qué tan lejos, aún en los llamados gobiernos de izquierda, hemos estado de aplicar la misma letal fórmula? Y queda la duda: ¿Será acaso que un verdadero gobierno de izquierda pueda frenar el impulso neoliberal en la entidad?, ¿MORENA será verdaderamente la esperanza?
Moneda echada al aire.
Por lo pronto, volvemos a ver más de lo mismo: “Tello es el bueno”, “No tengo candidato”, “El PRI está más unido que nunca” y hasta un “Sí quiero ser gobernador”; y el colmo: “PRI iría en alianza”, “PAN dice no al PRI”, “PRI dice sí al PRD” y “PRD dice quizás al PRI”. Encontramos, pues, posibles escenarios ya armados y mediatizados, siempre una alternancia, pero nunca una alternativa.
Ante esto, ¿qué debemos creer y hacer?, ¿qué pasa con las fuerzas sociales que arriban al poder sinceramente convencidas de que el cambio proviene de allá arriba, y no lo ven llegar?, ¿qué con aquellos personajes que no se pudren en la corrupción, que no se venden, que no chicotean?, ¿qué con aquellos y aquellas que construyen opciones organizativas “nuevas”?
Existen algunos principios elementales para el cambio social que son: libertad, autogestión y apoyo mutuo, y es necesario comenzar a ejercerlos. Multiplicar éstos principios, y aun otros -como el antiautoritarismo- nos llevarían a crear autonomías. La consigna es reemplazar la tolerancia por la solidaridad; la consigna es crear autonomías.
Sin temer a la palabra, auscultando las voces de la historia, leyendo entre líneas nuestras leyes, interpretando el porqué de nuestras instituciones: no todo tiene que ser ignorado, no todo tiene que ser destruido: no hay humanidad alguna que no tienda, por su misma naturaleza, a buscar la libertad, y por lo tanto no hay proyecto humano alguno, por mínimo que parezca o que lo quieran hacer parecer, que no esté imprimiéndole fuerza al sentimiento y a la idea de ser libres. Pero pareciera que todo se encierra en el límite de la campaña y de la boleta, todo cambio lo marca un calendario impuesto y toda aspiración humana depende de una organización omnipresente, tangible, legal, vertical y autoritaria.
Las cartas están sobre la mesa y marcan tendencias claras: continuar con el desarrollismo, atarnos más al consumo, amar la gran producción y a la tecnificación de la sociedad o repetirnos siempre: libertad, apoyo mutuo, autogestión y antiautoritarismo.
¡Que viva la Autonomía!