Por: Sergio Bustamante.
Para Marina.
La muerte, los impuestos… Todo. Todo pasa a segundo plano ante los dos “únicos” inevitables de este planeta. O al menos así lo dice un viejo refrán inglés.
Filmes como Meet Joe Black (Martin Brest, 1998) le sacaron un provecho romántico a este concepto presentándonos una muerte en forma de Brad Pitt. Sin embargo, la reflexión debe ir más lejos. Mucho más.
Estamos en el Simi Valley de San Fernando, California. Evelyn Wang (Michelle Yeoh) es la dueña de una lavandería con muchos problemas. Problemas financieros y personales.
Por un lado está el abrumador entorno familiar; su octogenario padre, Gong (la leyenda James Hong), que ya no se puede valer por si mismo y apenas habla inglés; Waymond (Ke Huy Quan), su esposo, que navega la tormenta con una tranquilidad desesperante aunque en realidad está a punto de pedir el divorcio; y Joy (Stephani Hsu), su exigente hija adolescente cuya relación lésbica le pone más dosis de tensión al ambiente.
Por otro lado tenemos que la lavandería es objeto de una minuciosa investigación de Hacienda, y a no ser que Evelyn organice sus recibos y justifique ciertos gastos, el negocio corre el peligro de ser embargado.
A ese escenario caótico de tensiones familiares y papeles por doquier se suma una clientela igualmente desconsiderada y, como cereza de un cocktail de estrés, máquinas que se descomponen o se roban el cambio de los clientes.
En la mejor vena de los melodramas sobre choques culturales de familias inmigrantes (Chinos, en este caso) saliendo adelante en Norteamérica, Dan Kwan y Daniel Scheinert (conocidos como los Daniels), directores, han planteado un filme que pareciera recorrer ese mismo trazo a no ser por un pequeño detalle: en las cámaras de seguridad de la lavandería hemos visto a Waymond realizar una serie de maniobras que parecieran no tener ningún sentido.
La obligada visita a las oficinas de hacienda nos lo aclarará (o bien revolverá) en cosa de una escena. Waymond detiene el elevador y le indica a Evelyn que en realidad él no es su esposo, sino un personaje de una realidad paralela con un mensaje urgente: el mundo corre peligro, un ser muy poderoso que domina los multiversos está buscándola, y solo ella es capaz de vencerle siempre y cuando siga al pie de la letra una serie de instrucciones.
No han pasado ni veinte minutos desde que la película comenzó y he aquí el gran plot point con el que sus directores han transformado todo.
La muerte, los impuestos… en todas partes. The Matrix, Terry Gilliam, Bollywood, Wong Kar-wai, Die Hard, Spielberg, los Goonies, Jackie Chan, Crazy Rich Asians, Wuxia, Disney… Todo cabe en el Multiverso referencial de los Daniels. Su historia es aquí y en todas partes. Su discurso, sin embargo, posee temas esenciales para la conversación de este siglo: migración, homofobia, resistencia, capitalismo.
Aunque de inicio Evelyn se muestra incrédula y casi en estado de shock ante la revelación de su esposo, él le ofrece un rápido vistazo al multiverso de sus otras vidas como prueba de que no está mintiendo y Evelyn no tardará en descubrir que todo es verdad; está ya inmiscuida, incluso contra su voluntad, en un conflicto multidimensional que rebasa todo lo que creía saber de la vida y dentro del cual debe descifrar su función.
Analizar la sinopsis de “Todo A La Vez en Todas Partes” podría ser una tarea cercana al absurdo. No solo porque la propuesta reniega de las etiquetas y su constante originalidad esquiva ser encasillada, sino porque al hacerlo (o intentar), se arruina en cierta medida la experiencia que proponen los Daniels. Su paradoja va sobre dejarse llevar y romper las reglas. TODAS las reglas; en todas partes.
Su filme arrebata el multiverso del MCU (con auspicio de los Russo, nada menos, quienes fungen aquí como productores) y lo devuelve a los terrenos que le corresponden: los del caos.
Donde lo irracional puede ser divertido vía una inventiva visual apabullante y un montaje de niveles providenciales, y donde la renuncia hacia las convenciones a las que éste tipo de cine nos ha medio mal acostumbrado es acaso esa única regla que sí hay que seguir. Nobleza obliga.
La novedad, sin embargo, no se queda únicamente en el paroxismo visual sino que transmuta hacia metáforas y una oda social. Esta cinta le habla claramente a los geeks, los marginados, pero también a la gente que escapamos de la rutina “soñando despiertos” y a los que cualquier día, en cualquier momento, se han preguntado el gran what if.
Evelyn es la fuga fantástica hacia habitar y deshabitar estas vidas del «hubiera». De estrella de cine de artes marciales (una fina meta referencia hacia la carrera profesional de Yeoh), a mujer madura viviendo un romance sáfico, a una chef de renombre y varias encarnaciones más, la odisea de Evelyn es una de reivindicación. Si ella se sentía frutada y el Waymond de otro universo le hace saber que, efectivamente, está en su peor versión dentro un mundo de mejores posibilidades, la historia le propone una serie de aventuras revitalizantes.
Pero ojo, la trama no se detiene aquí. Aunque este multiverso es de libre albedrío, por supuesto, su misión no es únicamente derrotar a cierto enemigo y después decidir qué vida la acomoda mejor, sino como Neo en The Matrix, comprender su rol viviendo infinitas posibilidades y abrazarlo en tiempo presente.
Everything Everywhere All at Oonce es, en ese sentido, también una historia de amor propio. De entender por qué nos ponemos ciertas expectativas, de empatía, de descubrir cómo evitar convertirnos en un fantasma de nosotros mismos, y de cómo llevar cargas generacionales que a veces, sin saberlo, nos hemos auto heredado.
Si las Wachowski ponían sobre la mesa ideas de sentirse ajeno al mundo en que nos tocó vivir, de sentir que había algo más allá afuera aunque no pudiéramos describirlo, los Daniels suman a esa reflexión con un arsenal de postulados similares que no dejan espectador indiferente. Y, sobre todas sus dilucidaciones filosóficas, hay una conmovedora pleitesía a uno de los grandes poderes del cine: la magia de vivir otras vidas.
No se trata solo de atestiguar el crecimiento de Evelyn a través de grandes peleas y universos fantásticos, sino de ponernos, auténticamente, en sus zapatos. De reflejarnos en ella o en otros personajes y sentir empatía aunque no estemos de acuerdo con el camino que escojan tomar.
Y es que la cinta, dentro de toda su grandilocuencia, nunca pierde de vista el drama familiar de su protagonista. Y aunque ahí hay lecturas que con toda validez puedan resultar conformistas, los Daniels son congruentes al extrapolar las decisiones de Evelyn con un principio mayor. Uno que como la muerte y los impuestos, también es inevitable: el amor.