por Marco A. Flores Zavala
Uno
Los últimos días de 1993 fueron fulgurantes mediáticamente. Un Carlos Salinas de Gortari en una cúspide que no cedía nada a los jóvenes políticos que cubrían a ese astro término medio que fue Luis Donaldo Colosio.
Una revuelta e indígena, era entonces “impensable”.
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El 31 y 1 de enero de 1994 vivimos mediatizados por las tv y los periódicos.
En Vetusta el único medio ‘independiente’ era Imagen… La información nacional era traída de Notimex.
Al mediodía del 1 la tv fue soltando imágenes y notas sueltas. No había contexto en el hegemónico salinismo.
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El 1 de enero de 1994, el día que inició el TLC, fue domingo. Descanso muy obligatorio.
El lunes 2 fluyó la información impresa.
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Esperar una semana para leer Proceso, entones un resquicio de libertad.
Leer La Jornada… Leer El Sol, Imagen – entonces tenía como columnistas a Jorge G. Castañeda, Lorenzo Meyer… Yo y yo.
Dos: un ejército rebelde
El primero de enero de 1994, en la madrugada, fueron tomadas militarmente, de manera sorpresiva, cuatro ciudades importantes de Los Altos de Chiapas: San Cristóbal de las Casas, Ocosingo, Altamirano y las Margaritas.
La organización armada, autora de los hechos, fue el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Del cual se supo, por declaración de sus dirigentes, tenía años de preparación guerrillera. Sus miembros eran campesinos y grupos indígenas de la región.
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En la Declaración de la Selva Lacandona, texto del subcomandante Marcos, se dice: “Las graves condiciones de pobreza de nuestros compatriotas tienen una causa común: la falta de libertad y democracia”.
Afirmó no buscar el poder ni proponer el socialismo, sino que exista democracia, elecciones creíbles, justicia, tierra, empleo y servicios para los campesinos e indígenas.
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En el mismo documento, el EZLN propuso, para iniciar un diálogo: el reconocimiento como fuerza beligerante; el cese del fuego en todo el territorio en beligerancia, además del retiro de las tropas federales de todas las comunidades, con pleno respeto a los derechos humanos de la población rural y el regreso de las tropas a sus cuarteles.
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La respuesta del gobierno mudó, conforme se conoció y reconoció la magnitud del conflicto. De “transgresores de la ley” y “profesionales de la violencia” a “grupos armados violentos”.
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Se pasó del permanente rechazo a la violencia a un llamado al diálogo. Incluso se decretó una Ley de Amnistía federal y otra similar de carácter estatal.
El entonces secretario de Gobernación, Patrocinio González Garrido, gobernador con licencia de Chiapas, fue retirado de su encargo porque “no funcionó”.
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Mientras las poblaciones fueron desalojadas por el EZLN, el Ejército las retomaba por la fuerza y enfrentaba a los rebeldes fuera de las ciudades. Las acciones provocaron múltiples violaciones a los derechos humanos.
En el área rural inició un éxodo de campesinos e indígenas a lugares más seguros, en búsqueda de alimentos y protección. Otros ocuparon propiedades de terratenientes y ganaderos dentro del área.
El conflicto recorría con rapidez las etapas de una guerra civil: del brote rebelde a la respuesta gubernamental por una negociación política junto con una ley de amnistía para los rebeldes y una declaración de cese al fuego que aceptó el EZLN.
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La prensa tuvo diversos comportamientos: de franco rechazo utilizando las fuentes gubernamentales como vía de información, a otros con cierta simpatía que desbordaba los límites de la información. Escribió Raúl Trejo Delarbre: “Las notas informativas se volvieron crónicas y las crónicas artículos de opinión”.
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Las fotografías sobre el conflicto chiapaneco presentaron una guerra civil que tuvo todas sus secuelas y actores: toma de ciudades, muertes por las calles, rebeldes con el rostro cubierto y un Ejército en defensa y custodia de las ciudades.
Lo vertiginoso de las fases del conflicto chiapaneco permitió disminuir la información visual de soldados vigilando las ciudades y rebeldes en la selva, por otros actores como los desplazados con su imagen de miseria; los ganaderos y su cuerpo corpulento defendiendo sus intereses.
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Las imágenes de las negociaciones son una síntesis de los discursos y los acuerdos entre las partes. Las imágenes del subcomandante Marcos, siempre en pose, parece una idealización y búsqueda del rostro oculto. Las de Manuel Camacho, siempre declarando, el político en campaña electoral.
Tres: EZLN, representado la primera semana
El 10 de enero de 1994, los semanarios comenzaron a proporcionar información sobre el conflicto armado. Mira dedicó un suplemento especial: “Rebelión en Chiapas”. La portada es de un zapatista muerto, corresponde a hechos que ocurrieron el dos de enero, cuando un microbús en el que viajaban miembros del EZLN fue atacado por el Ejército.
Las imágenes obtenidas del hecho, circularían en todos los medios de comunicación. En interiores están imágenes de la destrucción del palacio municipal de Altamirano, el edificio que simboliza el poder de la ciudad; el saqueo en una tienda del gobierno; rebeldes cubiertos con un pasamontañas o un pañuelo; el Ejército en acción, cerca de la carretera.
Corresponden a un catálogo de imágenes de guerra: destrucción de edificios públicos, muertes de combatientes y Ejército en acción.
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Proceso presentó una fotografía ampliada, sólo parte del rostro oculto de Marcos, de las primeras imágenes que proporcionó el conflicto; esa imagen no muestra la siempre claridad y definición del material fotográfico del semanario de Julio Scherer García. La figura es de un sujeto que trae la cara cubierta, mira a la cámara: “Podrán cuestionar el camino, pero nunca las causas”. Esa fotografía recuerda las imágenes de los palestinos de la Intifada, de los terroristas del Ejército Republicano Irlandés (los malos de las películas norteamericanas), de los individuos que han asaltado la tranquilidad del Estado.
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La información gráfica de interiores, tomada por Marco Antonio Cruz (las fotografías de Mira y Proceso, del 10 de enero, son del director de la agencia fotográfica Imagenlatina). Por tal situación, estos semanarios presentaron imágenes de las mismas acciones, pero en distintos momentos. Son tres los actores que aparecen: zapatistas, Ejército y políticos del estado; la minoría corresponde a la muerte, consecuencia de toda guerra, y la población civil, para el caso, los campesinos e indígenas. Los escenarios: lugares destruidos por las depredaciones de los rebeldes. Las acciones: zapatistas que posan para la cámara; soldados en movimiento, atacando o tomando posición de ataque.
Así, la segunda fotografía es la de un zapatista que apunta al fotógrafo. Corresponde a la entrada del EZLN a San Cristóbal de las Casas. Marchan por la calle, todos con el rostro descubierto, llevan mochilas y armas.
El Ejército es presentado fuera de la ciudad, está entre matorrales o en las carreteras. Su presencia, en acción, confirma la existencia de una rebelión contra el gobierno.
Cuatro: El EZLN. Las primeras opiniones de los intelectuales
El subcomandante Marcos, a mediados de enero de 1994, tras conocer la propuesta de amnistía del presidente Carlos Salinas de Gortari, escribió la famosa carta en la que pregunta: “¿de qué nos van a perdonar?… ¿Quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo?… ¿El presidente de la república?… ¿Galio y Nexos?…”.
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Nexos, revista de análisis con influencia en ciertos sectores de la sociedad, en febrero de 1994 dedicó el suplemento El cuaderno de Nexos a revisar el conflicto con el título: “La erupción de Chiapas”.
En la presentación respondió al líder zapatista, que: “no pide ni pretende otorgar perdones a nadie. Nuestros instrumentos elegidos son la reflexión crítica, el análisis público y la creación intelectual, de cara a la sociedad, en representación de nosotros mismos, con nuestras propias palabras y con nuestros nombres propios, a la vista de todos. No tenemos ni queremos otros recursos”.
Al siguiente número en: “Lecciones de Chiapas” (marzo de 1994), analizan los acontecimientos que se suceden de forma vertiginosa.
Nexos 196 (abril de 1994) integra varios artículos al contenido de la revista.
El Cuaderno, esa vez lo ocupó el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato presidencial por el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
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Vuelta, publicación de carácter eminentemente literario, anotó que no puede substraerse a los comentarios sobre las novedades de cada día, “pero los acontecimientos de Chiapas han estremecido al país y su desenlace puede, para bien o para mal, cambiar el rumbo del país”, dice, que obligó a retrasar la edición de febrero de 1994 y presentar un suplemento en el que escriben Octavio Paz, su director; Enrique Krauze, subdirector; y, Alejandro Rossi, colaborador.
Se agregó una selección de opiniones que aparecieron en los diarios.
Para el número de marzo, Paz escribió “Chiapas: hechos, dichos, gestos”, después de escuchar la posibilidad de llegar al entendimiento en la mesa de negociaciones.
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La polémica, que estuvo por convertirse en sección de La Jornada, fue la sostenida entre Héctor Aguilar Camín (director de Nexos y autor de la novela Las guerras de Galio, que aborda la guerrilla de los sesenta, el origen de Proceso y la sucesión presidencial de 1970) y Rosa Albina Garavito Elías (entonces dirigente de los diputados de origen perredista en la Cámara de Diputados).
El primero rechazó la violencia como forma anacrónica y fosilizada de vía de transformación.
La segunda objetó, a lo que llamó, análisis ideologizado de Aguilar Camín. De ahí se prendieron por algunos días.
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El mismo diario, en febrero 16 de 1994, presentó la entrevista hecha al escritor cubano Heberto Padilla, en la cual dice: “Creo que es un movimiento nostálgico de la guerrilla, el último reducto de la esperanza revolucionaria. No creo, como dice (Carlos) Fuentes, que sea la primera rebelión poscomunista; es la última rebelión marxista-leninista-cheguevarista”.
Octavio Paz publicó en Vuelta: “Asistimos a la entronización del lugar común y a la canonización de la ligereza intelectual. Por ejemplo, a un desaprensivo se le ocurrió decir que el movimiento de Chiapas es ‘la primera revolución postcomunista del siglo XXI’. Ahora media docena de pericos repiten imperturbables ese despapucho…”
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Aguilar Camín, en su columna “Compuerta”, del Cuaderno de Nexos, de abril de 1994, anotó: “Durante tres meses asistimos en México a la consagración periodística de la violencia en Chiapas en una doble vertiente.
Primero, como abundancia y saturación en el seguimiento de los hechos, hasta volverlos una moda periodística, con sus dosis de noticia, sorpresa, emoción y misterio indumentario.
Segundo, sobre todo, por la absolución y aun la celebración que de esa violencia hizo una franja fundamental de la opinión pública, presentándola en distintas versiones como justiciera, excepcional, inevitable y, al cabo, renovadora de la historia de México”.
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Raúl Trejo Delarbre, apuntó un mes antes, también en Nexos, en “Chiapas y los medios”: “Las notas informativas se volvieron crónicas y las crónicas, artículos de opinión. En sus encabezados intencionados (“En la selva aún no hay tregua” decía algún titular, dando la impresión de que el cese al fuego dispuesto por el gobierno había sido un fracaso) e incluso en sus espacios para las posiciones de la casa editorial (“los hombres verdaderos”, elogió y mitificó la “Rayuela” de La Jornada, como si el resto de los involucrados en el conflicto, o el resto de los mexicanos, no fueran tales) un segmento de la prensa, sobre todo de la Ciudad de México, asumió una postura de abierta simpatía con el EZLN. El hecho de que una prensa tan habitualmente anodina, o allanada a posiciones gubernamentales, adquiriera posiciones así de parciales, da cuenta de una nueva intencionalidad del periodismo mexicano, pero que no necesariamente ocurre en beneficio de la claridad informativa”.