FANTOMAS SE FUE A VIVIR A MÉXICO. 1ª. DE 2 PARTES

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fantomasCansado de las locuras de François Hollande, Fantomas se fue a vivir a México.

Abogados como Diego Hernández de Carvallo o Hernán Martínez Cáceres, juristas espléndidos ambos, de inmaculada trayectoria y que conocían su oficio a la perfección, le sirvieron como una especie de Renfield a Drácula para allanarle el camino -aunque, claro, sin ese tipo de truculencias-. Al principio batallaron para ponerse de acuerdo pero tan luego se dieron cuenta de que los euros se cotizaban mejor que el dólar -y que el pago sería en efectivo-, todo transcurrió terso como la seda, muy pulcro, nada de ataúdes sellados repletos de tierra hasta los bordes y barcos en donde no se deja títere con cabeza, no señor. Un avión privado con un montón de lujos, un viaje trasatlántico y ¡voilà! ¡C’est Mexique! Directo a la Colonia Polanco, en el Distrito Federal -cosa en la que se lució el Gobierno de Macedo, todo sea dicho-, y de ahí, al centro del país, a un lugar llamado “La Huasteca Potosina” o algo así. A una enorme propiedad de varias hectáreas, enclavada en el corazón de un ejido paupérrimo (donde el Secretario de Agricultura se portó ¿de pelos?). Un lugar sin amenazas de sismo ni de tsunamis (o surimis, ¿cómo lo había dicho aquella furcia esa noche loca en la costa de Marbella?), total, El Paraíso sin serpientes… o con el antídoto a la mano marcado con el signo del águila que tenía devorándosela ya ¿cuántos años?

Los abogados le ayudaron con todo: Permisos, autorizaciones, licencias, etc. y tras largos meses de espera por fin pudo trasladarse de Polanco al búnker de más de cuatro mil metros cuadrados, todo fasto y esplendor, equipado como una minifortaleza subterránea y situado a 250 metros de la superficie (el departamento valuado en 15 millones de pesos se lo vendió a un político de cuarta que luego se lo regaló a su querida, con quien luego se casó -algo así como como una remasterización de José López Portillo y Shasha Montenegro versión opositora-).

Al concluir las obras le quedó el problema de los trabajadores y qué hacer con ellos para no dejar testigos. “Sin truculencias”, se repitió a sí mismo por enésima ocasión. A través de los señores abogados les facilitó las cosas y los mandó a todos de “braceros” (¿o “mojados”? ¿Cómo les decían aquí en México?). Nada de “polleros”, no señor, al final del día, de acuerdo a su lugar de origen, a unos los envió a Los Ángeles, a otros a Nueva York, a otros más a Pittsburgh y así. ¡Que Donald Trumph reventara!

Le daban mucha risa los mexicanos. A veces, le daban mucha pena también; pero se la aguantaba “¡como los meros machos!” (había que irse acostumbrando a la simpática manera de hablar de sus neocoterráneos).

¿Por qué se fue a vivir a México siendo tan ancho el Mundo? Una nota periodística, una sola, lo persuadió de golpe. Después de leerla hizo unas cuantas investigaciones por su cuenta ayudado por Piscis (abogada), Acuario (economista), Leo (socióloga), Tauro (historiadora) y Sagitario (administradora); y tomó una decisión que fue desarrollándose conforme a un meticuloso plan trazado entre los seis con Sagitario al mando. El resto de las chicas se ocupó de la mudanza del búnker francés.

Aunque en México los muertos, entre más sean, no dejan huella, Fantomas no quería problemas de consciencia; así que, el de los indocumentados que dejaron de serlo, fue el primer problema a resolver: Entre 230 y 330 mil mexicanos emigrarán cada año a Estados Unidos hasta 2017, según un informe elaborado por dos economistas nativos, Daniel Chiquiar y Alejandrina Salcedo.1 “Dos o tres mil mexicanos más de aquel lado no hacen ninguna diferencia”. Pensó Fantomas. Y era verdad.

Continuará…

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Luis Villegas Montes.

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