FEAR STREET

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Por: Sergio Bustamante.

¿Sería Stranger Things el fenómeno que es si se desarrollara en ésta era? Es decir, si en vez de tener lugar en los ochenta se presentara como una historia centennial con toda la constitución estética y social que eso conlleva? Probablemente no.

El músculo de la serie está anclado en el crecimiento y el fin de la inocencia de sus pequeños protagonistas. Cuestiones como la vida suburbana de esa década, las tensiones de la guerra fría y el entretenimiento näive son esenciales para su credibilidad e imposibles de imaginar en esta vertiginosa época de consumo digital y sobreinformación.

Lo interesante, sin embargo, es que el éxito de la serie traspasa la cuestión generacional y su componente nostálgico lo mismo apela a los Gen X que a los nacidos del 2000 en adelante, quienes de hecho son el fanbase más grande.

Buen marketing aparte, lo cierto es que los hermanos Duffer (creadores) siempre han puesto su historia al servicio de todo ese ejercicio de añoranza y aun así han logrado construir su muy particular universo adolescente. Quizás no original pero sí atractivo y entretenido.

Todo esto viene a colación por Fear Street, trilogía de horror de reciente estreno en Netflix y la cual demuestra cómo un throwback, aparte de apoyarse puramente en la nostalgia, sí puede hacer una reinvención narrativa y al mismo tiempo aportar inquietudes autorales.

Basada de forma muy libre en la serie literaria de R.L. Stine y dirigida por Leigh Janiak, la primera parte de Fear Street, titulada 1994, pareciera una burda oda precisamente a los noventa: música grunge, franelas, videojuegos, golosinas y el clásico centro comercial gringo como epicentro de reunión, son apenas los primeros elementos de una larga cadena de guiños. Todo ese setup, sin embargo, no va únicamente sobre crear familiaridad, sino subrayar el subgénero ante el que estamos, en este caso, el slasher. Y qué mejor referencia que Scream (1996), la obra de Wes Craven que vino a resetear el slasher en esa década, para su arranque.

Tenemos así a Heather (Maya Hawke) una empleada del centro comercial que, una vez cerrado, es víctima de una broma pesada justo como la que sufre Casey, el personaje de Drew Barrymore, en Scream. Y si el paralelismo fuera poco, lo que sigue es una fina calca.

Al igual que Casey, resulta que Heather en realidad está siendo acechada por un asesino que terminará persiguiéndola por los pasillos y asesinándola brutalmente en una secuencia con el mismo slow motion y encuadre que usara Craven para liquidar a su estrella. Sobra decir que Maya Hawke se ha hecho de un prestigio que pensaría uno aquí es protagónica, pero tampoco va por ahí.

Leigh Janiak, directora y co-guionista, ofrece así el primer manifiesto de una obra extrañamente libre para los estándares de Netflix pues, como veremos más adelante, tiene buena cantidad de sangre, sexo y otros tabúes que irá abordando a lo largo de sus tres partes.

Para su buena fortuna (y la del espectador), Fear Street busca ser más que ese interminable ensamble de escenas/homenaje y que la obra misma de Stine. Cierto es que combina esos dos mundos y no puede desprenderse (ni quiere) de su aura de slasher adolescente, pero su objetivo, al igual que Scream, es un ejercicio que desea reformular y señalar algunas de las características sobre las que se encumbró el subgénero.

Las acciones se desarrollan en un lugar llamado Shadyside, el cual tiene el estigma mediático de ser capital de masacres pues cada determinado tiempo alguno de sus habitantes se vuelve loco sin motivo ni explicación y emprende una matanza en serie a la Michael Myers. Cuenta la leyenda que este mal tiene su origen en Sarah Fier (cuyo juego de palabras de hecho da nombre a la serie Fear de Stine), quien en 1666 fue enjuiciada como bruja y quemada no sin antes echar una maldición sobre sus habitantes. Es por esta razón que Sunnyvale, el opulento pueblo vecino, vive en constante aversión con todo lo relacionado con Shadyside.

Este supuesto mito es el eje sobre el cual se desarrolla toda una historia que conecta a ambos pueblos y sus personajes a través del tiempo. En la primera parte, 1994, en un ambiente estudiantil que remite un poco a Riverdale y Goosebumps (serie también de la autoría de Stine) conocemos a Deena (Kiana Madeira) y Samantha (Olivia Scott Welch) dos chicas cuya relación amorosa se ve afectada por la rivalidad entre Shadyside y Sunnyvale así como sus respectivos grupos de amigos, es decir los adolescentes de familias bien contra los marginados.

La masacre del centro comercial antes descrita sumada a otra serie de eventos, hará que Deena con la ayuda de Josh (Benjamin Flores), su pequeño hermano super geek, investiguen el misterio de la maldición de la bruja de Fiers, lo cual lleva la narración al año de 1978, que es la segunda parte; y cierra en 1666, la tercera parte y conclusión de la trilogía.

Esta estructura es un terreno muy amplio para que Janiak vuelque incontables referencias que abarcan desde Carrie hasta The VVitch, aunque siempre navegando bajo los códigos del slasher y un poco el folk horror hacia su conclusión, pero sobre todo para que satirice y ultimadamente invierta los estereotipos que el slasher ochentero terminó por desgastar.

Las final girls, los adolescentes promiscuos, los rebeldes malos, el galán jock, el geek, el marginado y un largo etcétera por supuesto que desfilan por aquí, pero sus funciones son algo diferentes.

Sin embargo, el gran acierto de Janiak no se queda únicamente en todo este constructo nostálgico, vaya, de hecho ni es la primera de la década en hacerlo, pues ya cintas como The Final Girls (Strauss-Schulson, 2015), Happy Death Day (Christopher Landon, 2017) o The Cabin in the Woods (Drew Goddard, 2011) han jugado bien en ese terreno autoreferencial y casi paródico. Fear Street como buen throwback también se apoya en elementos atmosféricos, sea música, moda, etc., pero el tipo de adaptación que propone la directora permite que dentro de ese ambiente pueda modernizar estos roles y hasta reivindicarlos.

Ya la actualización de Sabrina, la Bruja Adolescente, había intentado algo similar pero el problema fue que se auto empalagó de su muy forzado feminismo, lo cual es una lástima pues su estupenda ambientación malsana apuntaba a otra cosa muy distinta.

Janiak en cambio sabe jugar la carta progre porque es incidental a su historia y no la inserta con calzador. Su espíritu no es el de ondear causas (aunque las tenga), sino el de llenar la pantalla con litros de sangre, abordar con humor los tabúes (no tiene empacho en asesinar brutalmente a un niño a cuadro) y recuperar los rasgos del slasher más camp (léase Friday the 13th Part 2, Madman, Sleepaway Camp, Prom Night, The Burning, etc ), así como reformular o al menos refrescar sus códigos.

Se entiende porqué esta novel directora le peleó a la gran N que la trilogía fuera clasificación C. Quizás su conclusión sea muy comercialmente acorde, pero vaya que le paga dividendos su firmeza para abordar el mundo de Stine así como dominar los tropes del horror.

Si Netflix ha de querer alargar esto, ojala sea con ella a bordo..

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