Fotografía contra pintura: Snapshot, un viaje al nacimiento de la Kodak

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NERIAlejandro Ortega Neri

Tomar fotografías en la actualidad es una actividad tan ordinaria como comer, dormir o reír. La fotografía vive una etapa de democratización sin antecedentes porque la proliferación de las cámaras jamás había sido tan intensa. Ahora cualquier persona en su teléfono móvil cuenta con una para poder detener los instantes y guardarlos en su memoria, lo que ha producido el enojo de muchos fotógrafos profesionales, de verdaderos artistas de la luz que han visto su pasión amenazada ante el embate de advenedizos.

Pero el auge de la fotografía no es nuevo y cuando comenzó a pulular mediante artefactos portátiles también tuvo sus víctimas, un de ellas, la pintura. Y este choque es el que nos narra Gerardo Gutiérrez Cham (Guadalajara 1964) en su novela Snapshot (Joaquín Mortiz, 2012) que obtuvo una mención honorífica en el premio Letras nuevas de novela 2012.

Snapshot se centra en el nacimiento de la cámara portátil y el auge de la fotografía en el siglo XIX, cuando el estadounidense George Eastman patenta, el 4 septiembre de 1888, su invención bajo el nombre de Kodak. El artilugio causó impacto en el mundo, pues ahora todos podían traer una Kodak con ellos y retratar sus vacaciones, la vida cotidiana, la historia. Los que no recibieron tan bien la noticia fueron los pintores, quienes sintieron amenazado su arte así como la relación con sus musas, sus modelos, como es el caso del personaje René Gobert, un impresionista francés que pierde a su amada modelo Madame Cortiset, una prostituta de la barrios parisinos, a manos y ojos de esos hombres que traen una cámara con ellos.

La visita de George Eastman a la Exposición Universal de París en las postrimerías del siglo XIX, dará oportunidad al iracundo Gobert de vengarse del creador de la Kodak y así liberar a los pintores del asedio de la fotografía. El atentado contra Eastman es fallido, pero el error abre más caminos, pues la vida de ambos, fotógrafo y pintor, se verá unida por unas circunstancias extrañas que nos hablan de un pasaje oscuro del arte de la luz.

La novela de Gutiérrez Cham está bien escrita y sus personajes bien definidos. Es una novela culta, inteligente, con muchísima información histórica, no sólo de la fotografía o de las tendencias artísticas del momento, sino del contexto mundial en el que se desarrolla la trama.

Me atrevería a decir que es una muy buena novela histórica. Como fotógrafo diletante que soy y como estudiante de historia, comencé devorándola y disfrutando cada momento. Cada capítulo corresponde a un personaje; los que conciernen a George Eastman están narrados en tercera persona y la estructura y ritmo pertenecen más a un ensayo de historia que a una novela. Los que se ocupan de René Gobert son en primera persona, a manera de un diario y son tremendamente literarios que rayan incluso en lo poético, además de divertidos, porque imaginamos constantemente a este desquiciado pintor despotricando contra los fotógrafos y la fotografía con mucho encono, como el presente fragmento:

“¡Los odio, fotógrafos inmundos! Todos ustedes son sólo una sarta de mercenarios, vividores, sátrapas del arte. Son incapaces de obtener algo profundo de la vida. Sólo hacen falsificaciones ridículas de los seres humanos. ¿Qué se creen? ¡Fuera…largo de mi vista!”

Sin embargo, debo decir, y que quede claro que este es mi particular punto de vista, que en una segunda parte de la novela, después del fallido atentado de Gobert contra Eastman, la historia se cae un poco. Se vuelve en partes tediosa y a pesar de que el autor le da un giro hacia la intriga mediante un personaje invisible, la trama no termina por cuajar. Hubiera preferido que continuará con los avatares de los personajes o bien un final conmovedor, porque la ira de Grobet conmueve. Pero no es así, Gutiérrez Cham buscó un final sorpresivo pero lo fue alargando hasta cansar al lector que cuando llega al final la sorpresa se ha desvanecido.

Sin embargo considero que el valor histórico de la información que construye la novela es de gran valor. Y repito, como estudiante de historia y fotógrafo que soy, me parece una buena historia para tenerla ahí al alcance de quien quiera saber el origen de las cámaras portátiles y de esa marca que  hizo felices a tantas personas, Kodak.

 

 

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