Por: Sergio Bustamante.
Pareciera que los discursos desmedidos tras ganar un Oscar a Mejor Director en la era moderna equivale a una especie de maldición creativa.
Vaya, de hecho son varios los premios (sin importar categoría) que llevan consigo una resaca para sus autores y es un tema que bien valdría un post, pero por ahora regresemos a los directores.
La anécdota viene a colación porque tras auto declararse “El Rey del Mundo” (en clara referencia al personaje de Jack) después de arrasar con Titanic (1997) en la ceremonia de su respectivo año, James Cameron se enfrascó en un infierno de interminable producción llamado Avatar, cuyas ridículas cuatro secuelas (dos en rodaje) parecen no tener fecha de conclusión mientras en ese tiempo hubiera podido realizar (y realzar) algo como Alita (2019), de la cual fue productor.
El caso de Ang Lee es muy similar, ya que tras agradecer a los “dioses del cine” (wtf) por su muy cuestionable victoria por Life of Pi (2012), el cineasta taiwanés está extraviado en una extraña misión de tecnologías cinematográficas que primero nos trajo la olvidable Billy Lynn’s Long Halftime Walk (2016); y ahora Gemini Man, la cual engalana actualmente la cartelera con una recepción crítica y comercial pobre.
Si bien Lee ya había dado señales de agotamiento en Life of Pi con todo y que la cinta se dejaba ver bien, son los ejemplos antes mencionados los que nada o muy poco tienen la marca del cineasta que dirigió dramas mayores como The Wedding Banquet (1993) o fábulas épicas como Crouching Tiger, Hidden Dragon (2000). El caso de Gemini Man es uno que debe abordarse por partes.
Tenemos, en primera instancia, que la película es una producción de Jerry Bruckheimer y ello de entrada es garantía absoluta de preponderar el espectáculo visual de la acción (léase innumerables explosiones y slow motions contrapicados a la mínima provocación) sobre cualquier cosa. Ahora, pensaría uno que con Ang Lee al mando es imposible que Bruckheimer deje sentir su influencia, pero la verdad es que la historia es tan genérica que no puede hacer tanto sino seguir esa línea.
El guión escrito por David Benioff y Billy Ray va sobre un grupo clandestino del gobierno de EU (una agencia similar a la CIA) que pretende clonar a sus mejores soldados para fines desconocidos. Uno de estos hombres es Henry Brogan (Will Smith), ex marine trabajando como sicario. Brogan sin querer descubre ese plan y ahora es el blanco de su propio clon (un junior de él) en orden de silenciarlo.
Aunque el argumento no es del todo atractivo, lo que levantaba expectativas sobre Gemini Man era la propuesta de formato.
Filmada en un digital 4K high frame rate para ser proyectada a 120 cuadros por segundo, la cinta pretende (o eso da entender Lee) elevar la barra de realismo en las peleas y secuencias de acción. ¿Ambicioso? Ciertamente. El problema, aparte de un guión débil y tapizado de diálogos y situaciones cliché, es que Lee está tan enfocado en el aspecto tecnológico que deliberadamente filmó una historia débil quizás pensando que su sola mano tras la cámara y el resultado final sería suficiente para sacar adelante el proyecto. No lo fue.
Lo que comienza como una intriga de espionaje pasa, casi sin justificación válida, a ser un filme de acción a la John Woo (el director que hubiera sido ideal para esto) que busca su clímax a través de cantidad de batallas, persecuciones, etc., sin detenerse a discurrir en ninguna de las veredas temáticas que propone.
La inmoralidad de la clonación, la biología como arma militar, el pathos, la alegoría del parricidio (algo en lo que Lee pareciera querer ahondar con resultados harto convencionales), todo ello bien pudo ser el fondo temático de Gemini Man, pero el filme fluye sin un tono definitivo más allá de su espectacular forma.
Y es que hay que reconocer lo vistoso de la propuesta. La acción luce y el clon joven de Will Smith no tiene peros más allá de la obvia artificialidad. El 3D también es prístino y es notorio que cada emplazamiento de Lee fue pensado para aprovechar la profundidad al máximo. Gemini Man se ve muy bien y es imposible no entretenerse ante tal espectáculo, sin embargo, son muy pocos cines los que cumplen los requisitos de proyección del director o tienen el equipo para hacerlo. Ni hablar de la inexistencia de tal versión en México, dónde contadas salas del país ofrecen el 3D a 60FPS.
En otras palabras, tenemos un producto de estupenda manufactura visual a alta velocidad pero que a final de cuentas se ve rebasado por su condición de película común que, aparte de todo, exhibe cantidad de agujeros argumentales y hace que el resto del elenco sin CGI se vea quizás un poco demasiado retocado.
A decir de Ang Lee, ya le es imposible apreciar el cine tradicional de 24 cuadros por segundo sin experimentar molestia. Para él la próxima frontera del quehacer cinematográfico está en los 40 cuadros para arriba sin importar el género. Y si bien dice aún amar las formas típicas y respetar las obras de sus colegas, para Lee no hay vuelta atrás en su búsqueda de realismo y “algo más”.
En términos de su carrera está apostando, y fuerte, si no es que todo. Y sí, con su talento es posible que tarde o temprano encuentre ese punto en el que pueda conjugar bien su capacidad narrativa con la innovación y entonces sí dar pie a un referente. Pero mientras tanto vaya que extrañamos al cineasta que exploraba las relaciones humanas con una sensibilidad única
Qué buena suerte que no había tanta tecnología cuando filmó Crouching Tiger, Hidden Dragon. La gran obra que hubiera arruinado.