GET OUT

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get outPor: Sergio Bustamante.

 

La coyuntura no podía ser mejor: Estados Unidos es administrado por una figura que ha despertado y envalentonado al monstruo de la discriminación, llámese xenofobia, homofobia, islamofobia y, por supuesto, racismo. En el lado opuesto, está ese sector social que si acaso podemos decir es al menos honesto en su aversión hacia el diferente; uno que en su condescendencia hacia la raza negra, esconde un trato de desigualdad que no es muy diferente al del primer sector. En ese complejo terreno es donde Jordan Peele encaja una sencilla anécdota para convertirla en una sátira sin miramientos de proporciones brillantes.

Ya lo había hecho en televisión al lado del cómico Michael Keegan-Key en el sitcom Key and Peele, donde con base en parodias y sketches, exponían situaciones aparentemente bien intencionadas que escondían un tono discriminatorio, algunas veces involuntario, que trabajaba para ambos lados. Es decir, no sólo de los blancos hacia los negros sino viceversa y también entre ellos mismos. La premisa parte de ese contexto, pero sucede que Get Out dispone de herramientas mucho más poderosas que el director emplea con una pasmosidad notable para ser su primer largometraje.

La visita de fin de semana de Chris (Daniel Kaluuya) a la casa de campo de los padres de Rose (Allison Williams), su actual novia, supone un paso incómodo, pues él es negro y la familia de Rose, todos blancos de clase alta, desconocen el hecho. Ella niega cualquier problema aludiendo a los tiempos actuales; sus padres (un doctor y una psiquiatra) son progresistas/demócratas que hubieran votado por Obama sin dudarlo de haber existido un tercer mandato. ¿Por qué exaltar las diferencias si se suponen una pareja moderna? Peele comienza así a sembrar las dudas. ¿Es necesario puntualizar la apertura? En un país que no se cansa de pregonar que ya dejó atrás su pasado racista, no, pero el protagonista está por descubrir que algunos han asimilado esta herencia de formas terroríficas.

Get Out entonces se edifica, siempre en clave (ficticia e indulgente) del género horror, como un relato de lo que podríamos decir es una nueva esclavitud aunque la palabra sea lejana y hasta prohibida. Chris, el invitado, es tratado cálidamente por Dean y Missy Armitage (Bradley Watford y Catherine Keener excelentes), los padres de Rose, aunque en la casa de campo reine un ambiente de desconcierto pues los sirvientes también son negros y por si fuera poco tienen actitudes perturbadoras. “Sé lo que estás pensando”, le dice Dean a Chris antes de explicarle los porqués de los ayudantes. Y Peele, como si supiera lo que nosotros como público pensamos de ese cliché narrativo, gira brillantemente hacia el suspenso; la paranoia racial. Y esto apenas comienza.

Get Out dispone de una fiesta con invitados siniestros, juega con las apariencias y se transforma lentamente —sin perder nunca su gran humor— en la cinta que desde esa introducción en la que un negro es secuestrado en un barrio residencial, se nos promete. Sin embargo, entrados ya a los dominios del horror psicológico/criminal, lejos está de ser una denuncia o colisión de razas, pues esto sería regresar a la zona de confort mencionada y la dialéctica que propone Peele evoca a un mensaje mucho más profundo.

Uno que expone las fisuras sociales en una democracia que tal vez eligió a su primer presidente negro por las razones equivocadas y que ahora se fue hacia el extremo opuesto también por equívocos, estos sí, peligrosos.

El amigo sarcástico que siempre tiene un chiste incorrecto bajo la manga. El chico inseguro que busca en otro negro la complicidad. La aristócrata que ve su relación interracial como estar a la moda. Los padres con aires de superioridad porque son más abiertos que el resto. Todo ello conjunta el universo de estereotipos visibles e invisibles que la cinta va derrumbado poco a poco. Esos que fueron alimentados por reflexiones del tipo “los negros son más atléticos” o afirmaciones del estilo que alguna vez todos hemos pensado, pero lo que este director hace con ello es otorgarle una nueva perspectiva tremendamente ácida que, empleando los más efectivos códigos del thriller, se transforma en un mensaje tan sofisticado que cuesta verlo más allá de la primigenia lectura de “buenos vs malos”.

El éxito de la propuesta pasa primero, por su brillante andamiaje. Ese que nos tiene al borde sin debilitar su humor e impecable realización; y segundo, por hacernos cuestionar conceptos de igualdad. En uno de los varios foreshadowings, Dean le cuenta a Chris como su padre estuvo a punto de ir a las Olimpiadas de Berlín (1936), pero fue vencido en los clasificatorios por Jesse Owens, el atleta negro que después avergonzaría a Hitler y sus políticas frente al mundo entero. Un gran anécdota que el abuelo “apenas” superó. Acto seguido, le muestra la puerta del sótano, el cual tuvieron que clausurar debido a una plaga de moho negro. Vaya exquisitez.

 

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