GHOSTBUSTERS

Share on FacebookTweet about this on TwitterShare on Google+Pin on PinterestShare on TumblrShare on LinkedInEmail this to someone

Por: Sergio Bustamante.

Lo primero que ofrece Paul Feig en su versión/actualización del clásico ochentero Ghostbusters, es una contrariedad que de tan familiar ya ni rara nos es.

Hecha la introducción del tema fantasmagórico, en este caso el de una mujer cuyo espíritu acecha el sótano de la vieja mansión donde murió encerrada, nos presenta a otra mujer, viva, talentosa y estudiada, que está compitiendo por un puesto como catedrática de tiempo completo en la prestigiada Universidad de Columbia. Ella, la Doctora Erin Glbert (Kristen Wiig), pareciera también estar encerrada física y psicológicamente, pues las supuestas bondades de su trabajo la tienen en una pequeña oficina, detrás de un escritorio, preguntando si acaso su vestuario (anticuado y evidentemente incómodo) no es el adecuado para su categoría. Lo peor: la respuesta de parte de su jefe es afirmativa.

La familiaridad no es sólo porque en el mundo real también ocurra, sino porque Feig había planteado exactamente la misma cuestión en su anterior cinta, Spy (2015), con una espía (Melissa McCarthy) über eficiente que prefería avocarse al servicio secretarial del galán y todo poderoso Jude Law antes que salir a probar sus talentos al trabajo de campo. Es decir, recicla las preguntas de otra cinta para dar a conocer a otro personaje, también femenino, que eventualmente saldrá de ese marasmo.

Pudiera pensarse que si realizar un remake no exige escribir una historia de cero, Feig abusa del confort al repetirse tan rápido a si mismo, sin embargo, lo que está haciendo es echar a andar el desarrollo de una cinta que propone otra cara de la moneda al mismo tema. Olvidemos un poco el inicio y pongamos atención a lo que este grupo de nuevas cazafantasmas van a sortear en una ciudad tan cosmopolita como el Nueva York del siglo XXI.

Tenemos a esta científica que lucha por ganarse el reconocimiento, y lejos de ahí anda Abby Yates (Melissa McCarthy), su amiga de toda la vida que prefirió lo menos convencional y continuar estudiando las teorías para probar la existencia de lo paranormal. Las Peter Venkman y Raymond Stantz del 2016 están separadas, y cuando se junten gracias a esa fantasma del sótano, no van a tener el dinero (ni el renombre) para poner su laboratorio/estudio en una vieja estación de bomberos, sino en un cuartucho ubicado arriba de un restaurante chino.

Obviedades a un lado, Feig y Katie Dippold (co-guionista) apuestan a pavimentar un camino diferente para estas nuevas Ghostbusters que el que tuvieron sus antecesores en los ochenta.

Y he ahí la fisura ideal para proponer otro tipo de comedia. Una que no se basa en la arrogante y por demás seductora personalidad de Bill Murray ni en la ingenuidad de una secretaria, sino en personajes con un cinismo más “millenial” como el de Jillian Holtzmann con una Kate McKinnon que casi se roba la película, y específicamente en la búsqueda de legitimidad de un grupo de mujeres que en lugar de ser tachadas de locas y puestas rápidamente en prisión por provocar caos en la ciudad, serán simplemente desmentidas en público y orilladas a un rápido olvido. ¿No es esa marginación acaso más violenta? ¿Desacreditar al ojo público en vez de castigar? Y lo peor: reconocer en secreto su validez.

Interesantemente estas contradicciones narrativas (y dramáticas) no le quitan identidad ni comicidad a Ghostbusters, tanto como que la cinta casi respeta íntegramente la misma historia de su antecesora, pero hace los cambios justos tanto en humor como en situaciones.

En su punto más notorio y derivativo, está el asistente rubio (faltaba más) interpretado por Chris Hemsworth, que de tan tonto pierde comicidad rápidamente a comparación de aquella Janine que hace aquí un cameo como recepcionista de un hotel.

Pero afortunadamente son otros los detalles a analizar, como el del enemigo doméstico (un WASP cualquiera) que ha sido ignorado toda su vida y planea vengarse de la sociedad desatando un pandemónium por toda la ciudad con él como jefe supremo del apocalipsis.

Haga cada quien la analogía de su predilección, pues los dosmiles ofrecen muchas. Y si en 1984 un demonio se posesionaba de una mujer (la eterna Dana Barret de Sigourney Weaver), ahora Feig le da las armas a esta figura y prefiere que sea un hombre quien sufra dicho pequeño problema.

¿Es condescendiente con su propuesta? Puede que sí, pero también es necesario que sea de esta forma para el humor y la actualidad que retrata. La escatología de McCarthy es ideal para denostar cualquier intento de descrédito que reciben sus cazafantasmas. Mismo caso para la personalidad de Leslie Jones como la nueva Winston, quien aquí convenientemente es su familiar.

Si acaso he ahí el problema de estas nuevas Cazafantasmas: hablarle a una nueva generación sin dejar de hacer un guiño a la vieja escuela de fans.

Están pues, nuevos efectos especiales, nuevas protagonistas, chistes de incorrección que nos recuerdan que esta cinta posee un discurso, y hasta un armamento moderno y variopinto que va más allá del clásico disparador nuclear de protones de alta capacidad con su respectiva caja contenedora, algo que por poco empareja la cinta (especialmente en sus últimos minutos) con el cine de Snyder.

Colores, constantes referencias al social media, CGI’s y slow motions (el de McKinnon es espectacular) para que la niñez y adolescencia de hoy pueda identificarse con este producto al que muy pocos asociarán con algo que existió.

Y en el otro lado están los cameos de Aykroyd y Hudson, o diálogos que incluyen un lindo “I ain’t afraid of no ghosts”  junto con un busto dorado de Ramis apenas notorio en un pasillo. Easter Eggs para aquellos que vimos una y otra vez y crecimos con Slimer (aquí también muy presente) como icono del cine de horror. Son pues dos estilos de comedia difíciles de conjugar. Y más tomando en cuenta que aquí Feig no puede desatar su vena gamberra de Bridesmaids o Spy debido a la clasificación PG-13.

Omitiendo esos baches, Ghostbusters logra mandar su mensaje con creces. Jamás quiso subvertir a su antecesora ni tampoco realizar un shot by shot con rostros diferentes, sino demostrar que una historia puede ser actualizada (y reinventada también) sin importar quién o quiénes estén detrás del equipo creativo. No es exagerado decirlo: manifiesto de igualdad. Y no se negará: los rasgos sutiles terminan reforzando el subtema.

En una de las escenas más divertidas, el escéptico Martin Heiss (Bill Murray), visita el laboratorio de las Cazafantasmas con la única misión de refutarlas: Why are you pretending to capture ghosts? No necesita uno dominar el lenguaje cinematográfico para reconocer el dedo hacia todo ese sector que se empeñó (y aún lo hace) en rechazar la propuesta “por que fingen, ustedes mujeres, ser los Cazafantasmas”. La respuesta no puede ser mejor: un ente que empuja Murray por la ventana mientras las chicas, sin gran aspaviento y sin posibilidad de rescatarlo, regresan a su comedia; a salvarse entre ellas. Enough with the shit and back to businness.

Pocas películas tan adecuadas para un país que está en el umbral de votar a su primera mujer Presidente de la historia.

Deja un comentario