GREEN BOOK

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Por: Sergio Bustamante.

Quisiera uno no ser repetitivo con la referencia a Get Out (Jordan Peele, 2017), pero parece imposible no únicamente debido a la brillantez de dicha propuesta, sino porque la temporada de premios destacó dos filmes cuyos paralelismos son irrefutables aunque su forma de aproximarse al mismo tema es absolutamente opuesta.

En la publicación anterior hablábamos de BlacKkKlansman (Spike Lee, 2018) y de cómo Jordan Peele produjo dicha cinta para exponer otro lado de la moneda de la peligrosa “buena onda” progre de Get Out.

Toca ahora analizar Green Book, la controversial ganadora del Oscar a Mejor Película en la reciente entrega y que, justificadamente, cumple su condición divisoria al ser una producción hartamente tramposa y muy inferior a por lo menos cinco de las nominadas.

Más allá del arbitrario sistema de votación que le concedió la victoria, cabe preguntarse cómo es que una película así capta tanta atención y reconocimientos por parte de los que se supone saben y hacen el cine. La respuesta está, en primera, gracias a su fuerte campaña publicitaria, el famoso for your consideration que reparte miles de copias y junkets en orden de hacerse un espacio festivales y de un nombre antes de su exhibición.

Y en segunda y más importante aún, porque Green Book en su conjunto representa justamente la condescendencia que exponía el doctor Dean Armitage en Get Out con frases como “yo hubiera votado por Obama de ser posible un tercer mandato”, pero aquí, en vez de un hombre liberal de intenciones siniestras, tenemos una lista de estereotipos que ejecutan perfectamente la fórmula de la “feel good movie”, dando así un mensaje ingenuo que conecta con gran parte del público. Un mensaje que no incomoda y que, como se dice comúnmente, hace que las personas “se curen en salud”¿Por qué? Muy simple, porque es de fácil digestión y complaciente.

Basada en las supuestas memorias de Don Shirley, Green Book es una road movie en la cual Tony Vallelonga (Viggo Mortensen) un tipo italo-americano con todos los clichés de la época (1962), se convierte en el chófer del virtuoso Dr. Don Shirley (Mahershala Ali), un pianista negro que emprenderá una gira por la América profunda del sur justo en los años en que la segregación racial estaba en su peor apogeo.

Se entiende desde esa premisa hacia dónde va la historia y lo que quiere comunicar. Peter Farrelly, otrora director (junto con su hermano Bobby) de comedias escatológicas como There’s Something about Mary (1998) o Me, Myself & Irene (año 2000 y la cual incluso proponía mejor reflexión sobre tensiones raciales), vuelca toda su experiencia en construir un humor de pareja dispareja que exalte a sus protagonistas y logre (se supone) colar por ahí el discurso de la desigualdad. Sin embargo, al carecer de una denuncia sólida y/o propuesta que de verdad examine las complejidades de ser un artista negro en ese lugar y esa época, todo queda reducido a una comedia facilona como la que ya se ha visto cientos de veces.

Farrelly, poniéndose dizque serio, se aproxima tibiamente a un episodio esencial en la vida de Don Shirley con la finalidad de retratar un punto de inflexión en su carrera, en este caso, enfrascarse voluntariamente en una gira sureña para tocar precisamente ante el público que lo ve como un individuo inferior debido a su raza. Éste tema ofrecía varias opciones para que el director, por una parte, construyera dos personajes protagonistas ricos en matices. Y por otro y he aquí el problema, enfrentara al espectador con sus propios prejuicios (aunque sea tácitamente) así como servir de herramienta para cotejar la realidad actual.¿En verdad desapareció el racismo rampante en los Estados Unidos? ¿Vemos a la comunidad afroamericana como iguales? ¿Tenemos una percepción especial  bajo ciertas circunstancias? Se supone que el filme debe plantear cuestiones tan básicas como esas y que en el Estados Unidos del MAGA no solo son relevantes, sino urgentes.

En lugar de ello tenemos un filtro paternalista que hace sentir bien a la audiencia cuando se supone el efecto debería ser contrario sin importar si trata de comedia, drama o demás géneros. Ahí está todavía en cartelera BlacKkKlansman como ejemplo perfecto.

El Green Book al que hace referencia el título se trata de «The Negro Motorist Green Book», una  guía escrita por Victor Hugo Green, empleado postal y escritor, quien dado la naturaleza de su trabajo recorrió gran parte del país y pudo así enlistar una serie de lugares (tanto en el sur como fuera de) donde la comunidad negra no era marginada de hacer uso de los servicios.

En la cinta, dicha publicación es pasada por alto por el guión y ni siquiera atendida por el personaje de Shirley, sino por Tony, quien la usa sin darle mayor importancia a su contenido. Y curiosamente eso es justo lo que hace Farrelly con la historia, es decir, contar una road movie de chistes convencionales que juega la carta del racismo únicamente a conveniencia de la narración y como efecto dramático más no como tema. Esa dinámica es grave para la película, pues en lugar de desmantelar las ideas detrás del racismo inadvertido (ver de nuevo Get Out), las refirma… Caray, no se puede ser más contradictorio que eso y que la cinta guste y gane premios es incluso un signo preocupante.

¿Qué Farrelly logra imprimirle buen ritmo? Sin duda. Viggo y Mahershala cumplen su rol y se nota la química que tienen fuera de pantalla. Por otro lado, técnicamente no es fácil filmar tantas horas dentro de un auto y mucho menos no perder la atención del espectador, pero eso no la hace una gran película o una buena siquiera y, como se mencionó al inicio, es apenas lo que se espera de un cineasta con 20 títulos de comedia en su filmografía.

Lo que molesta y resulta vil es que un director se quiera poner aleccionador. Peor aun si no tiene fundamentos y ya no digamos es blanco (lo cual no debería ser un problema pero lo es). Por otro lado, no se entiende cómo desea transmitir la aflicción de ser considerado un ciudadano de segunda clase, si el punto de vista que ofrece no es el de Shirley, sino el del privilegiado Tony. Es incomprensible saber qué deseaba Farrelly narrando esto. ¿Empatía? ¿Redención? No hay tal, y a cambio la cinta se percibe deshonesta.

Y otra cosa, si la misma familia de Shirley niega las anécdotas que muestra la película, se quejan de que no se les consultó y deciden distanciarse de éste producto, por qué nosotros como espectadores hemos de comprar tan engañosa fórmula.

Se le da el beneficio de la duda a Farrelly, tal vez tenía las mejores intenciones, pero el resultado es pura moralina que no pasa de ser un buen anuncio de KFC.

¿Que el racismo sigue vivo en Estados Unidos? Ay, no hay problema, es Navidad.

Vaya infamia.

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