Qué lejanos se ven los días en los que un joven James Gunn aprendía y practicaba el negocio del cine desde las entrañas de, posiblemente, el mejor lugar del mundo para ello: Tromaville. Gunn, productivo y entusiasta, creó para la productora de Lloyd Kaufman (o junto con él) a finales de los noventa, un par de pilotos con los que se intentó que Troma Entertainment abarcara el ya creciente mercado de la televisión. Con este antecedente no debería sorprender que catorce años después Gunn haya dirigido una de las mejores cintas de Marvel en su etapa de fábrica de héroes cinematográficos: Guardianes de la Galaxia.
Lo que sí sorprende es que la haya realizado con una relativa corta experiencia en la dirección (lo que nos habla de una gran visión) y que Guardianes de la Galaxia no se percibiera, de ninguna forma, como el extraordinario filme que es. La sorpresa pues, es doble.
Decíamos que el paso de Gunn detrás de la cámara ha sido en realidad corto, pues a excepción de dos largometrajes, el resto de su experiencia se resume en los mencionados pilotos para TV, cortometrajes, y algunos segmentos. ¿Cómo es posible que un director con ese currículo haya podido hacer frente creativo a un monstruo como Marvel? Con una clara visión del superhéroe que quería presentar y a la vez un alejamiento de la fórmula estructural. Y atención, Guardians of the Galaxy no reniega de su naturaleza, sino que es el proceso de conversión, individuo corriente-héroe, lo que hace de este filme algo casi único en su universo.
Tenemos pues que el paso más importante para el éxito de esta película es su originalidad y osadía para ir contra corriente. Las convenciones románticas de un primer acto de auto conocimiento son apenas rozadas cuando un pequeño llamado Peter es abducido por una nave espacial justo después de presenciar la muerte de su madre. Años después un joven Peter (Chris Pratt) recorre planetas y tierras abandonadas en busca de tesoros para re vender. Peter es ahora un mercader o pirata que hace del humor un escudo para huir de sus captores. Las razones de su rapto y demás son desconocidas y, veremos más tarde, innecesarias. Al mismo tiempo, en otro lugar del espacio exterior, una joven llamada Gamora (Zoe Saldana), supuesta hija del próximo antagonista de los Avengers, Thanos, se ofrece a robar un artefacto de gran poder llamado “The Orb” (el cliché eterno sobre el que han girado las dos primeras fases de producción de Marvel) que posee Peter antes de que éste lo venda a un coleccionista del planeta Xandar. Ahí ya lo esperan otros dos verdaderos caza recompensas, Groot (Vin Diesel) y Rocket (Bradley Cooper), un árbol y un mapache, respectivamente, que quieren cobrar el elevado precio que tiene la cabeza de Peter sin saber que en realidad se van a meter en un lío peor. El esperado enredo entre estos cuatro personajes y su posterior arresto los lleva a conocerse (motivos e identidades incluidas) y a saber que lo que tienen entre manos es más valioso de lo que hubieran imaginado. La forzada y bizarra alianza entre ellos y otro convicto llamado Drax (Dave Bautista, con un pasado casualmente relacionado) para sacar provecho del valor del artefacto, es también el accidente que da origen a Los Guardianes de la Galaxia. Toda confusión es voluntaria… Y funcional.
A pesar del palmario proceso narrativo, llegados a este punto sabemos que estamos ante un filme mayor, al menos que sus pares, porque la atinada construcción de los personajes se basa en la parodia y exaltación de los defectos que en otras instancias suponen una condición ilusoria de heroísmo. Es decir, lo que en Capitán America podría ser una venganza calculada, en Guardianes de la Galaxia deriva en errores graves que a su vez motivan el desarrollo de la trama. Esta cadena equivocación/enmiendo/aprendizaje posee una carga tan cómica y auto paródica que, aparte de funcionar a la perfección, contradictoriamente hace creíbles y entrañables a estos Guardianes de la Galaxia. Una serie de defectos con los que es fácil identificarse. A ello mucho ayuda la selección de canciones que componen la banda sonora de la película. Independientemente de generaciones o gustos, la distribución de las melodías es simplemente perfecta en términos de relato. Sirven de acompañamiento y como elemento. Tanto así que en una de las escenas finales la música adquiere relevancia en una absurda competencia de baile donde se supone debería haber una pelea. Este deseo de burla y de tergiversar parámetros exponen a un director con verdaderos deseos (y talento) de refrescar un género adscrito casi militarmente a una fórmula que se repite año con año sin distinción de casas editoriales ni origen.
Propuestas como en su momento Kick Ass (Matthew Vaughn, 2010) y ahora Guardianes de la Galaxia, aparte de entretenimiento, buscaron despegarse del hito cinematográfico que supuso el Batman de Nolan con toda su obscuridad, drama e intensidad. Incluso ya el mismo Gunn había dado señales de ello con Super (2010) la descabellada e hilarante película sobre un héroe común de ciudad (muy a la kick ass) que seguramente fue lo que le abrió las puertas a las ligas mayores.
En este contexto, Guardianes de la Galaxia debe verse a una escala mayor que ser simple entretenimiento. Aunque decir que es la eclosión de un nuevo cine de superhéroes puede resultar exagerado y fuera de lugar porque el humor dominguero de este filme jamás funcionaría con el resto de superhéroes, sí da una pauta sobre cómo manejar y construir una historia y dirigirla hacia terrenos que no precisamente tengan que ser familiares. Las referencias que mete James Gunn son prueba de ello. Un cameo de Lloyd Kaufman, por ejemplo, en lugar de una equis escondida o de una armadura vieja. Si acaso, y no es reproche, Guardianes de la Galaxia está más cerca del espíritu apropiador de J.J Abrams, y las secuencias de las batallas entre naves son el ejemplo claro. Esa emulación final a Star Trek Into Darkness (no es que nos obsesionemos con esa película y queramos ejemplificar con ella de nuevo, pero la influencia es obvia) que Captain America: The Winter Soldier (2014) no pudo recrear del todo, en Guardianes de la Galaxia, a pesar de que corre el peligro de tirar la estupenda historia, al menos opera mejor en el aspecto emotivo.
Claro, esto es una escuela efectista que viene desde George Lucas y Steven Spielberg. Una barra de comparación alta a la que cineastas como Gunn, el chico fanático de Troma antes que del negocio, apuntan con propuestas, no con copias. Y que de paso, casi involuntariamente, deja ver que, efectivamente, Abrams es ya el nuevo Spielberg. Quitando al fastidio de Transformers y TMNT, vaya exquisito cierre de verano que estamos teniendo.